La fiesta de la Candelaria es otro ejemplo del sincretismo entre dos culturas. Pero la tradición de vestir al “Niño Jesús” no es tan antigua como se pensaría y en los últimos años se ha desvirtuado
La fiesta de la Candelaria es una de las celebraciones religiosas más populares entre los católicos. Se realiza el 2 de febrero dado que este día termina el ciclo de la Navidad en el país y se celebra la presentación del Señor en el templo, una vez transcurrida la cuarentena exigida por la tradición judía desde el parto de María, quien es celebrada como la Virgen de la Candelaria para simbolizar que Jesús es la luz de todos los hombres.
Cuenta con un arraigo tan fuerte que las festividades se extienden por días en los lugares donde la Virgen de la Candelaria es la patrona local.
Sin embargo, en el caso particular de algunas regiones de México, existe la costumbre de que aquellos a los que el día 6 de enero le salió “el niño” al partir la Rosca de Reyes, debe ofrecer tamales y apadrinar la figura del “Niño Dios” de quien ofreció el pan, llevarlo a la misa para que sea bendecido y después colocarlo en un nicho especial en donde permanecerá el resto del año hasta la siguiente Navidad
Al respecto, la doctora Edith Yesenia Peña Sánchez, investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) explica que, en el México antiguo, una de las principales ofrendas era el tamalli, alimento a base de maíz, relleno con diversos ingredientes y envuelto en hojas de plátano, maíz, milpa o papatla. De ahí su importancia en esta fecha.
De esta forma, esta tradición compleja y popular, es producto de un sincretismo. La veneración del “Niño Jesús”, tradición europea, con remanentes de elementos indígenas. Para los antiguos mexicanos el 2 de febrero marcaba el inicio de año, vinculado con el arranque de la temporada de siembra. Luego de la conquista española se comenzó a celebrar en esa misma fecha la Presentación del Señor.
En el México del siglo XIX la fiesta presentó algunos cambios, sumando a la Purificación de la Virgen y la bendición de las velas, que los padres de familia acercaran a sus hijos pequeños para que fueran bendecidos.
Dichas prácticas continuaron hasta recién iniciado el siglo XX y en algunos hogares se hacía la “Fiesta de los compadres”, una reunión en la que se “levantaba al niño” del pesebre, organizada por quienes les había tocado el “Niño” en la partición de la rosca del Día de Reyes.
Sin embargo, se tiene documentado que en la segunda década del siglo XX comenzó la práctica de levantar y vestir al niño, acompañado de una masa de pequeños vestidos de blanco, que llevaban flores como ofrenda.
Más adelante, en los años cincuenta, en las iglesias se presentaban los devotos con sus imágenes, a fin de que recibieran las bendiciones en las ceremonias litúrgicas. Mientras que en los sesenta se alababa la pulcritud y esmero con que éstos se arropaban.
Al tratarse del hijo de Dios, se le puede vestir con alguno de los atributos que celebra la Iglesia Católica como el Señor de la Divina Misericordia, el Sagrado Corazón, Cristo Rey, el Buen Pastor, etc., incluso con ropa de bebé al tratarse de un recién nacido.
Evitando disfrazarlo como ha ocurrido en los últimos años, hecho que critica la Arquidiócesis de México, dado que se desvirtúa el verdadero sentido al vestirlo como el Papa, el “Niño de la Abundancia”, como charro, futbolista, de narcotraficante o incluso la “Santa Muerte”, contraviniendo a la fe católica.
En este sentido, el padre José de Jesús Aguilar, especialista en religiosidad popular, ha pedido a los fieles no dejarse guiar por modas u ocurrencias porque se corre “el riesgo de confundir una imagen sagrada con un juguete”. Exhortando también a recordar que “son los santos quienes buscan parecerse a Jesús y no al revés.
Además, a quienes ofrecen sus servicios para vestir estas imágenes, el clérigo pide que no se dejen llevar únicamente por el interés económico, terminando por promover ideas contrarias al respeto místico.
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