La historia de Valentina es un relato de desigualdad y abandono hacia una mujer con ideales que luchó por su país sin recibir nada a cambio
Las nuevas generaciones la han llamado “la Mulán mexicana”, pero para nuestros padres y abuelos el nombre de Valentina les recuerda una canción revolucionaria que habla de amor, desamor y valentía. Sin embargo, la historia real de esta mujer es mucho más trágica y sólo es reconocida por representar el nombre de una popular salsa botanera.
Aunque en la Revolución Mexicana se gestaron diversas leyendas, la historia de Valentina Ramírez Avitia no es la de aquella mujer bella y bravía que rompió corazones de cientos de revolucionarios, sino un relato de desigualdad y abandono hacia una mujer que dio mucho por su país sin recibir nada a cambio.
Nacida un 14 de febrero de 1893 en El Norotal, Durango, fue hija de Norberto Ramírez y Micaela Avitia, y fue la menor de cuatro hermanos varones.
Su padre era un labrador y arriero bien informado de la situación política del país, que en 1909 ya compartía con la familia la visiones revolucionarias que se gestaban en contra del gobierno de Porfirio Díaz.
Norberto era un hombre de ideales y fuertes convicciones que inspiró a su hija para luchar por la justicia social de los más pobres, por eso cuando llegó el momento de alzarse en armas, el patriarca de la familia no lo dudó y se perfiló a ello, sin embargo, murió antes de que sus deseos de participar en algún encuentro militar se concretizaran.
Valentina, haciendo honor a su nombre e influenciada grandemente por los ideales de su papá, decidió honrar su memoria y enlistarse con el nombre de Juan Ramírez, ya que por ese tiempo las fuerzas insurgentes no aceptaban mujeres entre sus filas.
Fue así que la adolescente de 17 años se disfrazó de varón usando las ropas de sus hermanos y ocultó sus trenzas bajo su sombrero.
“Juan” aprendió a montar a caballo, a usar armas y a no temer a la muerte, y utilizando su carabina 30-30 y dos tiras de cartucheras cruzadas sobre el pecho, se volvió uno de los mejores soldados en la región.
Su historia la contó ella misma a Leopoldo Avilés Meza en una entrevista el 22 de febrero de 1969.
«Cuando Francisco I. Madero se lanzó contra el dictador Porfirio Díaz yo era joven y tenía a mi padre. Este de inmediato comunicó a la familia sus deseos de luchar por la libertad de nuestros compatriotas y yo le dije que lo acompañaría, pero poco después murió. En noviembre de 1910 me uní al grupo del general Ramón F. Iturbe pero vestida de hombre con el nombre de Juan Ramírez».
Tal fue el arrojo militar de Valentina, que su participación en batalla permitió el triunfo en el combate del puente Pumarejo en Culiacán, donde se derrocó y se desterró al gobernador de Sinaloa Diego Redo.
Por este triunfo Harold Ramírez le dio el grado de teniente; no obstante, después de haber participado de la contienda revolucionaria durante cinco meses, Valentina fue descubierta por un descuido por uno de sus compañeros que accidentalmente vio sus trenzas mientras ella le daba agua a su caballo.
Primero se sospechó que era un espía del enemigo, pero al confirmarse que era una mujer se le expulsó inmediatamente de las filas militares.
Frustrada por el rechazo, Valentina quiso volver junto a su
familia, pero no fue aceptada por sus hermanos quienes estaban molestos porque ella había estado ausente cuando murió su madre.
Fue entonces cuando la valiente mujer se casó con el Coronel Federico Cárdenas, quien murió años después, por lo que Valentina se volvió a casar con Luis Celis, de quien terminó separándose por golpeador.
Tras varios años, se dice que el general Iturbe la encontró mendigando afuera de la catedral de Sinaloa, por lo que la recomendó para ver a la familia Almada en Navolato para pedirles trabajo de sirvienta, esto hasta que la familia se mudó.
Sabiendo que nadie velaría por ella, Valentina logró hacerse de un terreno y construir una humilde casa, y por muchos años se sostuvo gracias al lavado y planchado ajeno.
En 1962, Valentina pidió su pensión de veterana de guerra y aunque fue reconocida y acreditada, no se le otorgó ningún beneficio económico porque únicamente había luchado 5 meses y 10 días en la Revolución.
Siete años después, en 1969 la veterana de guerra fue atropellada en Navolato y quedó lisiada de por vida, y aunque el Ayuntamiento de Culiacán decidió apoyarla inscribiéndola en un asilo de ancianos, Valentina escapó del sitio ya que no soportaba la idea de vivir o morir como prisionera.
En sus últimos años de vida, la mujer vivió pidiendo dinero en la plazuela y el mercado de Navolato, hasta que falleció el 4 de abril de 1979 a consecuencia de un incendio que se registró en su casa, debido a que Valentina dejaba veladoras prendidas todo el día en honor a la Virgen de Guadalupe.
Tristemente sus restos fueron a dar a la fosa común del panteón Civil de Culiacán.
Su leyenda
Aunque a Valentina le suele asociar con la canción popular que lleva su mismo nombre, “La Valentina”, la pieza fue escrita en 1895, cuando la mujer apenas tenía 2 años de edad.
No obstante, su vida sí sirvió para inspirar el nombre de la famosa salsa botanera Valentina que todo mexicano conoce, esto según contó Manuel Maciel Méndez, fundador del Grupo Tamazula productor de la salsa, quien declaró que nombró el aderezo como la mujer por ser “una mujer brava” igual que el sabor de los chiles que componen su producto.
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