Por: Farida Pimentel
Geney Beltrán (Durango, 1976) publica “Crónica de la lumbre”, una novela que cuenta la historia de complicidad entre dos personas muy distintas, la profesora de teatro Narsia, quien lidia con el infierno de ver cómo su hijo se suicidó, y Arsenio, un periodista sinaloense perdido y enfrentándose a la realidad solo con su hija.
En entrevista, Beltrán —quien también es autor de la aplaudida novela “Adiós Tomasa” y coordinador de la Casa Estudio Cien Años de Soledad— reflexiona sobre la reivindicación de la ternura, sentimiento que está presente en su novela. El escritor dice que esta reivindicación es un fenómeno lógico, teniendo en consideración el contexto pospandémico, la radicalización, la violencia y el calentamiento global.
Además, el también ensayista habla de las bondades y dificultades de escribir novela y cuenta más de su proceso para crear un universo de personajes.
*¿Cómo te relacionas con este género comparado con el cuento?
A la hora de iniciar un proyecto, creo que no tengo muy claro cuál será el destino de la historia. Es más bien un proceso que voy identificando, sobre todo en la extensión y por lo tanto en las necesidades de construcción dramática que tendrá la historia.
La novela tiene muchísima libertad, es un género muy expansivo, pero también es un género propenso a caer en fórmulas, y estas fórmulas pueden volverse muy predecibles. Para mí, lo innegociable de la novela es la exploración de la naturaleza psicológica de los seres humanos, y que haya en ese sentido una libertad para mostrar esa complejidad.
*Algo que llama la atención en “Crónica de la lumbre” es que el olfato, los aromas, están muy presentes.
Yo estoy en contra de las novelas que son, digamos, de película. Es decir, novelas en las cuales solo hay sentido de la vista y el oído, pero los otros sentidos no existen.
El olfato es algo muy primitivo en nosotros. Nosotros percibimos un olor, queramos o no. A diferencia de cerrar los ojos inmediatamente, aquí hay una perdurabilidad y el hecho de que los olores lleguen a lo más profundo o que no entran por la razón, es algo que nos vuelve difícil explicarnos. Podemos describir los colores, podemos describir los objetos, pero ¿cómo describes un olor? Sólo lo relacionas con su origen.
*¿Cómo es construir todo este universo de personajes y para mantener el hilo de todas estas cosas?
Algo que ocurre con la novela es que usualmente son proyectos muy biográficos, hablan sobre la infancia, o hablan sobre las relaciones con los padres, pero el novelista tiende a la despersonalización. El yo real, eso que encontramos en el pasaporte, es sólo una máscara, es una fachada, el novelista trabaja con lo que está detrás de la máscara. Ese interior, los seres humanos lo conocemos poco, tenemos que sobrevivir, trabajar, ser funcionales en el mundo de todos los días, pero lo que está adentro es un magma, muy inquieto y contradictorio, un sustrato muy profundo que tiene que ver con el inconsciente, con los traumas y las heridas que recibimos desde la primera infancia, este magma es la materia de la construcción de personajes.
*En la novela se muestran distintos matices en la paternidad del protagonista, Arsenio, en un momento se trata su deseo por matar a su ex, pero en otro se ve que le duele lo que a su hija le duele. La paternidad parece un tema importante en la novela.
La paternidad es uno de los grandes asuntos que está emergiendo en la conciencia humana. Esto es algo prácticamente no registrado en la cultura a lo largo de siglos, porque el varón era un guerrero, era un proveedor económico y su presencia en la vida emocional de los hijos era insignificante, quizá más bien para infundir terror. Pero es una generación que está viendo una transición hacia nuevas maneras de ejercer la paternidad. Hay una toma de conciencia sobre la manera en la cual nuestros padres o abuelos ejercieron la paternidad a partir del sistema patriarcal que fueron educados. Y esto ha sido una mutilación emocional para los varones, tanto en negarse a la labor de crianza y cuidado de los hijos, creo que esa mutilación emocional está detrás de muchos sufrimientos no aceptados a la hora de lidiar con las emociones, en el caso de los varones, a la hora de enfrentar el mundo y experimentar la vulnerabilidad o el miedo o el enojo. A la hora de ser papá, el varón también está revisitando los propios dolores de su infancia en relación con su papá y ese laboratorio es duro, es muy difícil. No hay un precedente, no hay una enciclopedia emocional que nos faculte a tener una educación más positiva a este respecto, pero yo asumo y pienso que sí es una transición muy importante para construir un nuevo tipo de masculinidad.
Este tema entró en mí a partir de que nació mi hija, cuando tenía 24 años. Hay distintas maneras de ejercer la paternidad, pero la más importante es la que tiene que ver con la ternura. Es una palabra señalada de cursi, si los seres humanos no hemos desaparecido de la Tierra a pesar de la violencia es porque han habido ríos subterráneos de ternura, cuidado y solidaridad.
*Me llama la atención que uses la palabra ternura porque me parece que últimamente ha habido un ejercicio por reivindicarla.
Ciertamente hay una idea muy antigua de que el arte siempre es del sufrimiento, de la violencia, de la destrucción. Uno lo ve desde los griegos, desde la Biblia. Si no hay una historia triste o trágica, no hay historia. Bueno, los periódicos no venderían ejemplares, no tendrían lectores si solo sacaran historias sobre amor, que también es el otro gran tema además del dolor y la muerte.
El hecho de que vivimos una época de gran incertidumbre, de muchísimo miedo por el ascenso del fascismo, por la destrucción del medio ambiente nos puede llevar a volver a caer en el espíritu del fatalismo. Pero el arte, más allá de hablar sobre la muerte, sobre la violencia o sobre lo trágico, el arte ha tenido como cometido el crear belleza, no solo está el fatalismo, sino también está la ternura. Esa reivindicación yo creo que sí es muy lógica, porque estamos en un momento donde buscamos asideros para confiar en que la especie humana va a sobrevivir.
*¿Este pensamiento fue el que también te llevó a creer posible una amistad entre los protagonistas, Narsia y Arsenio, que son distintos entre sí?
Sí. El personaje de Narsia ha recorrido un infierno por la muerte de su hijo, a pesar de ese sufrimiento, o quizá debido a ese sufrimiento, ella sigue teniendo esperanza de que su palabra, su amistad, puede ayudar a alguien como Arsenio, a salir de ese laberinto en el que está extraviado. Y hay una proyección de Arsenio como otro hijo, como un hijo simbólico. Son muy diferentes, pero lo que comparten es que son personajes heridos, personajes incompletos, personajes que están sufriendo.
*Háblame de detalles de la novela, como este aspecto esotérico de Narsia, quien habla de temas como el aura, los cuarzos, los signos zodiacales, sus viajes, ¿de dónde viene?
Narsia está inspirada en una persona real, que es Esther Seligson, ella fue mi maestra, una escritora que admiro mucho. Estudió, practicó de manera no profesional la etnología, el tarón, la acupuntura, la cábala y esa reivindicación de los lenguajes simbólicos que están tan desprestigiados desde la arrogante mirada científica. Hablan de otra manera de explorar la complejidad de la naturaleza humana. Es un saber intuitivo, es un saber que sigue atajos, que recorre caminos precisamente derivados del inconsciente.
Lo más importante para Narsia es que ella está convencida de que con estos saberes puede ayudar a los demás. Hay una esperanza en que el saber simbólico transforma simbólicamente a los seres humanos y en esa lógica, hay una posibilidad de dejar atrás las heridas que sufrimos en la infancia o los conflictos que cada tanto nos recorren. Si eso es posible entonces, tanto a nivel individual como a nivel espacial, los seres humanos tienen un futuro.
*¿Por qué ambientar la novela en la primera década de los 2000?
Yo no viví en Sinaloa en esos años, pero estuve muy al tanto por mis hermanos, por mis amigos de la prepa, de lo que estaba pasando en términos de episodios de violencia. Lo cierto es que desde los 70s y 80s, Culiacán ha sido escenario de mucha violencia relacionada con el narcotráfico. Pero en los 2000, sobre todo a partir de 2006, esto se volvió mucho más grave, la diferencia es que muchas personas comunes y corrientes que no tenían ninguna vinculación con el narcotráfico fueron víctimas de esos encuentros violentos. Ahí la perspectiva cambió, porque ya no eran pleitos entre ellos. La idea era que los narcos eran aquellos, los que venían de la sierra, los otros, pero hay empresarios y políticos que se benefician muchísimo en el negocio del narcotráfico.
Este ejercicio en Sinaloa me sirvió como para asegurar que habría sido mi vida si yo, en vez de dejar Culiacán a los 17 años para irme a Ciudad de México, me hubiera quedado allá y hubiera estudiado periodismo, que era mi primera vocación. Es una idea, en cierta forma, una proyección muy alterada de cómo habría sido mi vida si yo no me vengo a la Ciudad de México.