El biohacking, “hágalo usted mismo”, ha sido considerado como una de las cinco tendencias tecnológicas con el potencial de afectar a las empresas
El desarrollo de la tecnología ha traído grandes facilidades y comodidades para la vida diaria. Los dispositivos inteligentes se han convertido en un instrumento de uso básico sin el cual muchos de nosotros ya no podríamos vivir.
Desde una agenda totalmente digitalizada, recordatorios de fechas y actividades importantes, la mensajería automatizada, correos electrónicos en la palma de nuestra mano, la facilidad de hacer pagos y recibir dinero sin tenerlo de forma física, y ahora hasta la implantación de chips de identificación por radiofrecuencia (RFID).
Estos microchips del tamaño de un grano de arroz se implantan en la piel que existe entre el dedo pulgar y el dedo índice, convirtiéndose en una tarjeta inteligente “todo terreno”.
Al registrarla con una variedad de dispositivos, este chip puede ser usada para activar todo tipo de funciones, desde abrir una puerta inteligente, transferir tus datos de contacto al teléfono móvil de un amigo, realizar pagos y hasta desbloquear computadoras.
Este chip es similar a los implantados en millones de gatos, perros y ganado de todo el mundo, con los cuales pueden abrir puertas y almacenar con toda su información médica y de identificación.
Patrick Kramer, director ejecutivo de Digiwell, una empresa emergente de Hamburgo, señala que unos 2 mil chips de este tipo se han implantado en los últimos 18 meses, facilitando la vida de muchas personas al no tener que cargar físicamente teléfonos móviles o tarjetas de acceso y crédito que se pueden extraviar.
Sin embargo, el biohacking tiene riesgos muy altos que ponen en el ojo del huracán la regulación de estos dispositivos.
La empresa de investigación Gartner identificó el biohacking “hágalo usted mismo” como una de las cinco tendencias tecnológicas con el potencial de afectar a las empresas.
De acuerdo con los analistas, el uso de implantes tecnológicos, ya sean miembros biónicos, conexiones informáticas y cerebrales incipientes; crecerá más de 10 veces, a 2.3 mil millones de dólares, para 2025.
Las industrias del cuidado de la salud, defensa, deportes y manufactura adoptarán tales tecnologías para “ayudar” a los seres humanos.
Entre los ejemplos de uso se encuentran los casos de una bailarina española llamada Moon Ribas que tiene un chip en su brazo conectado a sensores sísmicos, que se activa cuando hay temblores en cualquier parte del planeta. Ella lo usa en una pieza de arte llamada “Esperando por sismos”; Neil Harbisson, un artista de Irlanda del Norte, tiene un sensor parecido a una antena en su cabeza que le permite “escuchar” los colores; mientras que Rich Lee, de St. George, Utah, ha gastado aproximadamente 15 mil dólares en el desarrollo de un juguete sexual cyborg que él llama el Lovetron 9000, un dispositivo vibratorio que se implanta en la pelvis.
No obstante, el biohacking aún plantea una serie de problemas éticos, en particular sobre la protección de datos y la ciberseguridad, ya que prácticamente todos los dispositivos tecnológicos corren el riesgo de ser pirateados o manipulados.
Estos implantes incluso pueden convertirse en armas, con el potencial de enviar enlaces maliciosos a otros. “Puedes apagar y guardar un teléfono inteligente infectado, pero no puedes hacer eso con un implante”, dice Friedemann Ebelt, activista de Digitalcourage, un grupo alemán de privacidad de datos y derechos de internet.
Esas preocupaciones no han impedido que algunas empresas adopten biohacks, como el fundador de Tesla, Elon Musk, quien dice que las personas deben convertirse en “cyborgs” para seguir siendo relevantes.
El año pasado, Three Square Market, una compañía en Wisconsin que fabrica kioscos de autoservicio para salas de descanso de oficinas, le preguntó a sus 200 empleados si estarían interesados en tener un chip. Más de 90 dijeron que sí, y ahora usan los implantes para ingresar al edificio, desbloquear computadoras y comprar bocadillos en las máquinas expendedoras de la compañía.
Los implantes de microchip de Digiwell cuestan de 40 a 250 dólares, y entre sus clentes se encuentran personas que quieren acceder a archivos confidenciales sin recordar una contraseña, discapacitados sin brazos que usan un chip en su pie para abrir puertas y enfermos de Parkinson que tienen su historial médico bajo su piel.
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