Muchos ven en el rostro de la pequeña Rosalía la eterna paz de Dios, pero para otros la “bella durmiente” es una farsa creada para atraer turistas
Le dicen la “momia más bonita del mundo” y no es para menos, ya que aunque la muerte suele ser un proceso doloroso que simboliza abandono, olvido y descomposición, el rostro de Rosalía o “Rosita”, como le llaman sus cuidadores, sólo transmite dulzura y paz.
La historia de esta pequeña inició el 13 de diciembre de 1918, cuando Rosalía Lombardo vio por primera vez la luz del sol en Palermo, Italia.
Sin embargo, a los dos años la vivaracha niña falleció prematuramente a causa de una neumonía por una epidemia de gripe en Sicilia, lo que sumió en profunda tristeza a toda su familia.
Desolados, su padre, Mario Lombardo, oficial de infantería, y su madre, María Di Cara, acudieron al taxidermista Alfredo Salafia, el más célebre de la época, para que conservara el cuerpo de la pequeña con la mejor de sus artes.
Y vaya que sí lo hizo, ya que a 100 años de la muerte de la menor, el cuerpo de Rosalía todavía permanece en tal grado de compostura y belleza, que la gente la bautizó como “la momia más bella del mundo” o “la bella durmiente siciliana”.
El cuerpo de la niña fue uno de los últimos en ser recibido en la sala para niños de las catacumbas de los capuchinos de Palermo, cripta hasta donde fue trasladada por su padre.
Y aunque según lo estipulado, el féretro de Rosalía debía ser retirado a los 30 años de su deceso, las constantes visitas que recibía de familiares, muchos de ellos residentes en el extranjero, obligaron a que permaneciera en el sitio.
Con el correr de los años, las visitas a la pequeña momia superaron el círculo familiar y debido a su perfecto estado de conservación, ganó notoriedad y comenzó a ser visitada por el público en general.
Así fue hasta 2004, cuando su cuerpo fue retirado de la exposición al evidenciarse los primeros signos, ligeros aún, de descomposición.
De acuerdo con algunos visitantes, cuidadores y expertos que analizaron el cuerpo, Rosalía era capaz de abrir y cerrar los ojos todos los días debido a los flashes de la luz y la humedad, lo que había provocado una foto-descomposición del mismo y hacía que los párpados de la pequeña se levantaran de forma periódica, además de que el color de su cabello había cambiado de castaño claro a rubio.
Luego de realizarle diversos escanéos y rayos X, los estudiosos del caso de Rosalía desecharon que la menor fuera una muñeca de tamaño natural para atraer turistas al sitio, como se llegó a especular, y determinaron que la diminuta momia de apenas 90 centímetros tenía que ser resguardada.
Aquellos que llegaron a verla en vivo, aseguraban que su “rostro de ángel” les traía paz y los llenaba de esperanza, pues consideraban que sus facciones revelaban la serenidad eterna de aquellos que duermen con Dios.
Según el cuaderno de notas del taxidermista Alfredo Salafia, el procedimiento que empleó en Rosalía fue como el que se aplicaba a los grandes faraones egipcios, inyectándoles un compuesto ácido salicílico, que acaba con los hongos; sales de zinc, para que el exterior permanezca rígido; alcohol, para secar; y formalina, para eliminar las bacterias.
Finalmente, trataba la piel con glicerina, de modo que no aparentara estar excesivamente seca, y selló su féretro con plomo por dentro y por fuera, dándole una cobertura de cera al ataúd para que no fuera corrompido por la humedad.
No obstante y pese al extraordinario proceso embalsamación, nadie pudo explicar cómo la pequeña conservaba las mejillas rosadas y los labios no decolorados, además de observar sorprendidos que el cerebro, pulmones y riñones de la infante permanecían intactos dentro de su cuepro.
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NCV