Las elecciones y los conteos preliminares finalmente han llegado a su cierre, dejando tras de sí un paisaje político rediseñado y una sociedad que contempla su porvenir. Más allá de las cifras y las artimañas políticas, este proceso electoral ha fungido como un termómetro de la salud democrática de nuestra nación y un recordatorio de los retos que todavía enfrentamos como nación.
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En primer lugar, es imperativo resaltar el papel que jugó la participación ciudadana en estas elecciones. A pesar de los obstáculos, los mexicanos acudieron en masa a las urnas, elevando los niveles de participación hasta un 70% en ciertas entidades. Su compromiso con el proceso democrático es esencial para la salud de nuestra sociedad y el funcionamiento de nuestras instituciones. Esta alta participación refleja un clamor colectivo por el cambio y una convocatoria a la acción por parte de quienes anhelan un México más próspero y justo.
Sin embargo, persisten los mismos problemas que siempre han flagelado nuestra democracia. La desinformación, polarización y confrontación retórica dividen y dificultan el diálogo constructivo. Se vuelve imperativo que los liderazgos políticos, independientemente de su afiliación partidista, trabajen para sanar estas divisiones y promover un ambiente de civilidad política. Particularmente para la oposición, este reto se vuelve el aspecto más fundamental para recobrar la confianza de la ciudadanía y construir rumbo a las elecciones intermedias del 2027.
Con el partido oficialista en control del ejecutivo y el legislativo, el gran aliado de la oposición se vuelve la ciudadanía. La respuesta a nuestros problemas no radica en un partido político o en una candidatura, sino en la voluntad ciudadana. Restaurar el tejido social de manera auténtica y comprometida es la única vía para afrontar al oficialismo.
Consecuentemente, la transparencia y la rendición de cuentas deben constituir los pilares de esta reconquista democrática. La opacidad en la gestión y la toma de decisiones ha erosionado la confianza del público en las instituciones públicas de nuestro país. Los partidos de oposición deben comprometerse a divulgar información clara y relevante en torno al quehacer político, su financiamiento y los procesos de toma de decisiones. La rendición de cuentas no solo es un imperativo ético, sino también una herramienta indispensable para ganar la confianza de un electorado escéptico.
Otro aspecto fundamental será la calidad de los candidatos que los partidos de oposición seleccionan para representarlos en las elecciones intermedias. La sociedad busca perfiles íntegros, competentes y que reflejen sus valores y preocupaciones. Basta del reciclaje y la improvisación. Es esencial establecer procesos de selección de candidatos con reglas claras que fomenten la pluralidad de opiniones y, consecuentemente, enriquezcan el discurso democrático. Asimismo, como ha planteado durante años Manlio Fabio Beltrones, es necesario establecer lineamientos para conformar gobiernos de coalición. Las democracias más avanzadas se rigen por gobiernos plurales que garantizan una toma de decisiones basada en acuerdos y consensos, priorizando el bienestar sobre la ideología. La unidad en la diversidad es una estrategia poderosa que puede fortalecer la posición de la oposición y ampliar su base de apoyo.
En el camino hacia una democracia más robusta y participativa, los partidos van y vienen. La ideología cede al pragmatismo y, muchas veces, la integridad al gandallismo. Sin embargo, las naciones las hacen los ciudadanos. Si no logramos cicatrizar las profundas heridas de este país, no habrá proyecto de nación que abone.
Por: Glenn Ernesto Beltrán Padilla