La realidad del uso excesivo e inapropiado de los antibióticos coexiste con la situación de muchos países, generalmente pobres, con un escaso acceso a ellos
Las autoridades sanitarias mundiales vuelven a hacer sonar las campanas de alerta ante el uso irresponsable que se hace de los antibióticos y el peligro que representan para nuestra salud. Y, además, nos va a salir muy caro. En dinero y en vidas humanas.
Este lunes es el primer día de la Semana Mundial de Concienciación sobre el Uso de Antibióticos, que la Organización Mundial de la Salud aprovecha para denunciar la sobreutilización de estos medicamentos en gran parte del planeta, a menudo sin receta médica.
Usando mal los antibióticos, denuncia la institución, estamos haciéndonos a nosotros mismos vulnerables a enfermedades que no tendrían por qué ser tan problemáticas: “Sin antibióticos eficaces, y otros antimicrobianos, vamos a perder nuestra capacidad para tratar infecciones comunes como la neumonía”, ha subrayado Suzanne Hill, experta de OMS. Algunos epidemiólogos advierten que, si no hacemos nada para remediarlo, esto podría matar a más gente que el cáncer.
¿Cómo funciona exactamente este fenómeno? La resistencia antibiótica es consecuencia del proceso evolutivo por selección natural. Únicamente sobreviven a los antibióticos las bacterias con una mutación natural capaz de anular el efecto del medicamento.
Es la misma lógica de la supervivencia de las especies: serán estas bacterias las que sobrevivan y pasen esa mutación o resistencia a sus descendientes, creando una suerte de generación resistente contra la que los antibióticos de los que disponemos pueden hacer poco o nada.
Irónicamente, la realidad del uso excesivo e inapropiado de los antibióticos coexiste con la situación de muchos países, generalmente pobres, con un escaso acceso a ellos.
Según un estudio hecho público la semana pasada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la resistencia bacteriana podría causar 2,4 millones de muertes en los países de la OCDE hasta 2050 y costar 3,500 millones de dólares anuales a sus economías.