Al pensar en el amor, el enamoramiento y sus símbolos, a menudo aparece la imagen de Cupido, ese niño pequeño alado que lanza flechas de amor con su arco que suele confundirse con San Valentín
Cuando se habla del amor, invariablemente viene a nuestra cabeza la figura de Cupido como el máximo representante de todo lo que conlleva el enamoramiento, el romanticismo, ese momento en que todo valió y perdimos la cabeza (y las pulsaciones) por nuestro objeto de deseo.
Aunque la influencia de la religión cristiana ha llevado a que se piense en él como un ángel, en realidad es una deidad. Sin embargo, ¿de dónde viene tan singular personaje que se representa como un pequeño niño, desnudo alado, que porta un arco con el que apunta hacia dónde lanzar sus flechas de corazón?
Antes que cualquier cosa, es importante dejar en claro que Cupido y San Valentín no son el mismo personaje. Mientras que el primero es el dios del deseo amoroso en la mitología romana, el segundo fue un mártir que en los tiempos del Imperio Romano la pasó bastante mal y se le vinculó con los enamorados al haber sido ejecutado un 14 de febrero al no querer renunciar al cristianismo, y además haber casado a varios soldados en secreto después de que el matrimonio de soldados profesionales fuera prohibido por el entonces emperador Claudio II. Aunque hay quienes también señalan que la relación de este patrono con los bienamados, es porque su fiesta coincide con el momento del año en que los pájaros empiezan a emparejarse.
Pero volviendo al querubín encargado de liar a las parejas, la versión más difundida sobre su origen es que se trata del vástago de Venus, la sensual diosa del amor, la belleza y la fertilidad, y de Marte, el dios de la guerra. Se dice que de su madre heredaría la belleza y de su padre el coraje.
Su equivalente en la mitología griega sería Eros, la fértil deidad responsable de la atracción sexual, el amor y el sexo. De la perdición para las buenas conciencias.
Cuenta la leyenda que Cupido nació en Chipre, pero su madre tuvo que esconderlo en los bosques debido a que Júpiter quería fulminarlo y allí fue amamantado por las fieras.
En el bosque fabricó un arco con madera de fresno y flechas de ciprés, por lo que Venus le regaló un arco y flechas de dos variantes: unas tenían punta de oro, para conceder el amor, y las otras tenían plomo, para sembrar el olvido y la ingratitud en los corazones. Ante esto, tenía el poder de que ni los hombres ni los dioses fuesen inmunes a las heridas que produjeran sus proyectiles.
¿Por qué se le representa como un niño alado? Esto es para indicar que el amor suele pasar pronto, y con los ojos vendados para probar que el amor no ve el mérito o demérito del ser amado, ni sus defectos, mientras se fija en ella.
Ante esta situación, Venus se preocupaba porque su hijo no maduraba y no crecía, así que consultó con el Oráculo de Temis, que le dijo: «El amor no puede crecer sin pasión», entendiendo estas palabras hasta que nació Antero, su otro hijo, el dios del amor correspondido y la pasión, con el que Cupido no siempre está unido. Así, cuando Anteros y Cupido van juntos, éste se transformaba en un joven hermoso, pero cuando se separaban volvía a ser un niño travieso y ciego, con los ojos vendados.
Así, la leyenda de este peculiar personaje se ha mantenido viva a través de los siglos hasta nuestros tiempos, en que su imagen es altamente explotada con motivo de celebraciones como la del “Día del amor y la amistad” o “Día de los enamorados”, y que se celebra anualmente cada 14 de febrero y en la que las parejas de novios, esposos o amantes celebran el sentimiento que los une.
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Sin importar con quién, celebra este 14 de febrero