La masculinidad es la construcción cultural de género que designa el rol de los hombres en las sociedades patriarcales y ha significado la esencia propia de los varones en relación con su sexo biológico
La masculinidad se define como el conjunto de atributos, valores, comportamientos y conductas que son característicos del hombre en una sociedad determinada. Actualmente se cuestiona la presencia de un hombre universal, ya que actuar como hombre varía de acuerdo con el contexto histórico, social, cultural, etcétera.
En este contexto y desde la perspectiva de género, reconociendo que cada persona aprende de manera distinta a ser hombre o mujer, es válido afirmar que existen muchas clases de masculinidad, ya que en cada cultura se encuentran presentes mecanismos y códigos aprendidos que soportan y explican esta diversidad, así como los riesgos de una perspectiva esencialista y reduccionista.
Factores como la raza, la orientación sexual, la condición o clase social, hasta la pertenencia a algunos grupos, son elementos de diferenciación masculina. Debido a que el concepto de “lo masculino” deriva de una construcción social, su significado se modifica en consonancia con los cambios culturales, ideológicos, económicos e incluso jurídicos de cada sociedad, en una época determinada.
En el tradicional esquema patriarcal, en el que la masculinidad se define desde la arbitrariedad del dominio sobre la mujer, desde la infancia los hombres aprenden a “darse a respetar”, a responder a las agresiones y a defenderse tanto física como verbalmente; a demostrar invulnerabilidad, valor y control, creciendo en un ambiente en el que se exige la afirmación constante de esos atributos definitorios de la masculinidad, de la hombría.
En este sentido, las exigencias de lo masculino son muchas, existen variaciones en la forma de demostrarlo, que dependen del contexto social, religión, grupo de edad, condición física y mental y de los grupos de referencia, como los grupos de trabajo, instituciones educativas, vecindario y grupos de pares. Pero a la larga, ha generado más frustración que seres felices y plenos.
Así, en este esquema tradicional o hegemónico sobre cómo ser hombre, queda claro que se estipula que, básicamente se define por que no es una mujer, y una gran parte de su comportamiento estará encaminado a dejar claro que no hay que identificarle como tal. Negando el sentir las emociones, y sobretodo, los gestos que las acompañan (llorar, buscar ayuda, reconocer tristeza).
Dicho modelo estereotipado de masculinidad está más asociada con problemas de ansiedad y de depresión, además de generar problemas familiares, sexuales, de pareja o en la interacción social por la pobreza emocional que les impide a los sujetos disfrutar de la vida.
Pero también está el hombre que vive una masculinidad subordinada, en la que, algún o algunos rasgos de la dominante están ausentes; tratándose de varones que no son tan fuertes y cuya capacidad económica no es grande, y no se identifican con el estereotipo o prototipo masculino hegemónico.
De esta forma, de unos años a la fecha, en distintos foros se ha trabajado por un esquema de nuevas masculinidades, dejando atrás los machismos y micromachismos fomentados por la educación tradicionalista del hombre heterosexual y proveedor, abriendo camino a la experimentación y al autoanálisis para descifrar la conducta, aprendiendo a procesar las emociones humanas en general y perderles el miedo, así como perder el miedo a expresar cómo nos sentimos.
Finalmente, si no existe un modelo único o ideal de hombre, ya que las experiencias y circunstancias ambientales nos hacen seres únicos y diferentes, el reto actual es desmontar las relaciones de poder y privilegio basadas en argumentos sexistas y homofóbicas para lograr relaciones respetuosas, y en igualdad de oportunidades, en las que aprendamos de las diferencias de todos los seres humanos.
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