El resultado de la elección parece ser predecible: respaldado por el Estado, los medios estatales y una alta aprobación pública, su victoria en las próximas elecciones de marzo parece prácticamente asegurada, con una escasa oposición pública.
El viernes, Vladimir Putin confirmó su intención de postularse nuevamente para la presidencia de Rusia en las elecciones del 17 de marzo de 2024. Afirmó que no tenía “otra opción”, una decisión que, de ser exitosa, extendería su permanencia en el poder hasta al menos 2030, permitiéndole continuar en su rol político.
Putin, quien recibió la presidencia de manos de Boris Yeltsin en los últimos días de 1999, ha superado el periodo de mandato de cualquier otro líder en Rusia desde Iosef Stalin, incluso superando los 18 años de gobierno de Leonid Brezhnev. Tras otorgar el máximo honor militar de Rusia, la estrella dorada del Héroe de Rusia, a veteranos de guerra de Ucrania, el teniente coronel Artyom Zhoga, comandante del Batallón Esparta, hizo un llamado al presidente para que se postule nuevamente.
Zhoga expresó a los periodistas su alegría por la aceptación de la solicitud por parte de Putin, agregando que todo el país respaldaría esta decisión.
Para Putin, de 71 años, las elecciones son más bien una formalidad: con el respaldo del Estado, los medios estatales y una alta aprobación pública, es prácticamente seguro que saldrá victorioso. Los líderes de la oposición presentan estos comicios como un adorno democrático que enmascara lo que consideran una dictadura corrupta en la Rusia de Putin.
Los seguidores de Putin descartan ese análisis, haciendo referencia a encuestas independientes que reflejan índices de aprobación superiores al 80%. Argumentan que Putin ha restablecido el orden y recuperado parte de la influencia que Rusia había perdido durante el caos tras el colapso de la Unión Soviética.
Aunque es probable que Putin no enfrente una competencia real en las elecciones, se encuentra frente a una serie de desafíos más significativos que cualquier otro líder del Kremlin desde la época en que Mikhail Gorbachev lidiaba con el colapso de la Unión Soviética hace más de tres décadas.
La guerra en Ucrania ha desatado la mayor confrontación con Occidente desde la Crisis de los Misiles Cubanos de 1962. Las sanciones impuestas por Occidente han generado el mayor impacto externo en la economía rusa en décadas. Además, Putin se enfrentó a un intento de rebelión fallido liderado por Yevgeny Prigozhin, uno de los mercenarios más poderosos de Rusia, en junio. El líder icónico del Grupo Wagner falleció en un accidente aéreo dos meses después de esta revuelta. Desde entonces, Putin ha reforzado su control.
En Occidente, Putin es retratado como un criminal de guerra y un dictador que ha conducido a Rusia hacia una apropiación territorial al estilo imperial en Ucrania. Esto, según la narrativa occidental, ha debilitado a Rusia y fortalecido la posición del Estado ucraniano, al mismo tiempo que ha unido a Occidente y ha revitalizado el propósito de la OTAN.
Por su parte, Putin presenta la guerra como parte de un conflicto mucho más amplio con Estados Unidos, percibido por la élite del Kremlin como un intento de dividir a Rusia, apoderarse de sus vastos recursos naturales y, eventualmente, confrontar a China.