El periodista Federico Mastrogiovanni en su libro “Ayotzinapa y nuestras sombras: mitologías de una desaparición forzada” explora la naturaleza del suceso
En Iguala, Guerrero, la noche del 26 y 27 de septiembre de 2014 ocurrió uno de los episodios más trágicos de la historia reciente de México: la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa. Los jóvenes, quienes se dirigían a Iguala para recolectar fondos y participar en actos conmemorativos del 2 de octubre, fueron interceptados por policías locales y hombres armados.
Según la versión oficial inicial, tristemente conocida como la “verdad histórica”, los estudiantes habrían sido entregados al grupo criminal conocido como Guerreros Unidos, quienes los habrían asesinado y quemado en un basurero. Sin embargo, esta versión ha sido duramente cuestionada, por investigaciones independientes y organizaciones de derechos humanos.
A diez años del crimen, el periodista Federico Mastrogiovanni explora en su libro Ayotzinapa y nuestras sombras: mitologías de una desaparición forzada (Grijalbo) la naturaleza del suceso, su importancia para la cultura mexicana y cómo se inserta en un mecanismo de terror bien afinado.
Este libro no es un recuento de la desaparición, pero sí profundiza en ella.
Mi trabajo surge de la pregunta: ¿Qué ha significado para nosotros como sociedad la desaparición de 43? Porque no hay que olvidar que los crímenes cometidos contra los estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos entre el 26 y 27 de septiembre de 2014 son una desaparición forzada por la intervención, omisión o aquiescencia de funcionarios públicos.
¿Por qué será que la desaparición de los 43 fue tan importante para la cultura mexicana?
Primero, numéricamente este es un caso importante. No recuerdo una desaparición forzada de este tamaño.
Tenemos un operativo gigante para llevarse a 43 jóvenes fuertes y que se pueden defender. Además, no son cualquier tipo de estudiantes, son normalistas que están organizados y que son parte de un movimiento social amplio. Otra cosa que significó mucho de cara a la sociedad es que las familias de los desaparecidos permanecieron unidas estos diez años.
Estos elementos hicieron que la lucha para buscar a los 43 estudiantes fuera más compacta, eficaz y políticamente más presente en los medios.
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Mi trabajo analizó las mitologías que se crearon alrededor de este caso. Una de ellas es la conexión entre los normalistas desaparecidos con los jóvenes estudiantes revolucionarios de las luchas del 68, no olvidemos que los primeros iban a una marcha para recordar la matanza del 2 de octubre.
Por eso este suceso está muy presente en el ideario mexicano, está insertado en la historia de la colectividad.
Hablaste con los ahora estudiantes de las normales rurales, ¿cómo están ellos a diez años?
Hay acoso en términos económicos, las condiciones son cada vez peores, pero sigue viva la lucha. Los nuevos estudiantes no han pasado por un seceso como el de 2014, pero si han pasado otros casos de represión.
Cada lucha tiene sus narraciones y en este caso específico esos jóvenes desaparecidos tienen un estatus casi mítico dentro de la lucha.
Creo que la lucha de los normalistas sigue estando presente y siendo de actualidad, aunque no tengan la fuerza de hace una década. Esto muestra como el disciplinamiento de las fuerzas de seguridad ha tenido resultados.
En tu libro hablas de la pedagogía del terror aplicada a la desaparición de los 43.
Dentro de la llamada pedagogía del terror están las practicas hiperviolentas hacía los cuerpos como decapitarlos, colgarlos o desollarlos. Esos actos al hacerse públicos se convierten en una performatividad. Esto significa que hay un mensaje a través de esa violencia hacia los demás.
El mensaje generalmente es uno de terror: “No hagas x cosa porque acabarás de así”. Es un disciplinamiento de la sociedad a través del terror y particularmente del cuerpo abusado. Así nuestros cuerpos se vuelven el vehículo de un mensaje macabro.
¿Por eso los padres de los normalistas siguen marchando?
Los padres los 43 son los más conscientes de ese mensaje y de esa ausencia. En una desaparición forzada no está el cuerpo, pero esto no significa que no haya disciplinamiento. La sociedad es consciente de la forzada ausencia de esos cuerpos que mandan el mensaje de terror sin siquiera estar.
Los familiares de los desaparecidos me han explicado que si se encuentra un cuerpo hay un dolor terrible, pero está la certeza de que a ese cuerpo ya no se le puede sufrir más. El problema con los desaparecidos, como es el caso de los 43, es que no sabemos si están vivos o no y por tanto no sabemos si se les puede seguir haciendo daño.
Por eso es la sociedad organizada quien tiene la obligación realista de detener los abusos.