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He tenido el privilegio de sumergirme en la obra maestra de Ryszard Kapuściński, El Imperio, donde el autor describe con una claridad inquietante el “posible” futuro de Rusia y Ucrania en la primera década de este siglo, un futuro que resulta ilógico y profundamente perturbador. Observo con incredulidad y dolor lo que sucede hoy en Ucrania, un país que merece nuestro apoyo incondicional, pero que, en cambio, se enfrenta a una realidad cruel marcada por la ambición imperialista de Rusia y la incomprensible pasividad de otras potencias, especialmente Estados Unidos.
Me resulta inconcebible e inexcusable que el “gringo” —y lo escribo con minúscula, porque su actitud no merece mayor respeto— haya decidido mantenerse al margen o, peor aún, actuar con tibieza en este conflicto. Ucrania, con su lucha heroica y su resistencia frente a la agresión rusa, merece un respaldo firme y decidido, no la indiferencia o los cálculos políticos de una nación que se dice defensora de la libertad y la democracia. ¿Qué esperan en Estados Unidos? ¿Dónde está su compromiso con la justicia, su alma, su causa? ¿O es que solo priman sus intereses, sus juegos de poder, mientras Ucrania sufre y se desangra?
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Para mí, esta actitud no solo es cínica e intransigente, sino profundamente triste y terrible. No puedo quedarme callado ante esta realidad. Kapuściński me enseñó a ver más allá de las apariencias, a entender la irracionalidad de los imperios y sus consecuencias devastadoras. Y hoy, desde lo más profundo de mi corazón, grito mi apoyo al pueblo UCRANIANO —sí, en mayúsculas, porque su lucha merece ser reconocida y respetada—.
Por: Carlos Mora