Solemos escuchar frases y juicios que, entre la inocencia y la intolerancia, pintan un escenario en donde ya no sabemos si tener hijos es bueno o malo
Cuántos de nosotros hemos escuchado o peor aún, nos han dicho alguna de estas frases: ¿Y entonces, para cuando el bebé? ¿Uy, a tu edad ya había tenido a tus dos sobrinos? ¿Si no van a tener hijos, entonces para que se casaron? ¿Y para cuándo el hermanito? ¿Los hijos únicos se vuelven bien insoportables? ¿No bueno, una vez que llegue el bebé, olvídate de volver a dormir tranquilo? Aprovecha la fiesta y el gimnasio, que cuando llegue la niña se te acabó todo eso. Nooo, si los hijos son una rentita. Yo ya tendría una casa y quién sabe cuántos coches, pero decidí tener a tus primos.
Frases y juicios que entre la inocencia y la intolerancia pintan un escenario en donde ya no sabemos si tener hijos es bueno o malo. Si debo tenerlos por gusto o por obligación. Si al criarlos lograré satisfacer mis expectativas o sólo haré sentir mejor a los demás.
Una banalización de la paternidad en donde la obligación social sigue intentando decidir sobre la vida de los demás, perdiendo así la conciencia e implicaciones de tener un hijo. Las alegrías y retos que esto conlleva o la libre decisión de decirle no a la descendencia, pues es preferible ser el mejor tío del mundo, al peor padre del planeta.
Y es que un hijo no sólo se trata de vivienda, alimentación, vestimenta, salud y educación, es más un proceso de amor, amistad, tiempo y protección. Una sana convivencia en donde se expresen emociones, se observen y se escuchen. En donde tanto mamá como papá, ya sea como pareja o como padres responsables estando juntos o separados, brinden los cuidados a los hijos demostrando ese trabajo en equipo.
Entendiendo también, que los niños son tiempo que no vuelve. Y que por ello debemos aprovechar cada segundo de su infancia, con todo y llantos, risas, pros y contras, pues serán momentos que jamás se volverán a repetir y si no los disfrutamos llegará el punto en que nos perderemos en la añoranza.
¿A cuántos niños les seguiremos robando la inocencia con nuestros arrebatos de gente adulta? Hasta cuando nos quedará claro que en unos años ellos serán el fruto de lo estamos sembrando.
Por lo pronto: a Camila, Valeria, Iker, al resto de los niños que quedaron en el olvido de la política y la imagen en aquel restaurante de Cuautla, a Santiago en Minatitlán, a la jovencita de 15 años y el pequeño de 30 días de la familia Lugo en Tabasco, al niño olvidado del Oxxo, a la niña aterrorizada en la camioneta de migración en Chiapas, a Fátima en el asalto en Chalco, a ellos y a todos los que han estado antes que ellos, les pido una disculpa por el México que están viviendo, pero sepan que entre tanta basura hay muchos mexicanos que no descansaremos hasta que nuestros niños tengan un país que los haga sentir orgullosos.
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