“No vengo de una familia musical, pero tengo entendido que mis abuelos cantaban zarzuela… Cuando dije que quería ser músico mi papá pensó que me estaba volviendo loco” Enrique Patrón de Rueda.
Música mexicana en erupción. El sábado ocho de septiembre probé un bocado de la permanente oferta cultural de la Ciudad de México. Esta vez, la Sala Netzahualcóyotl del Centro Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) me dio la bienvenida en verde, blanco y rojo. Las que optaron por permanecer en su legendario color negro fueron las piedras volcánicas que cubren los caminos que llevan a la sala de conciertos. Uno debería de envidiarlas porque, desde hace décadas reciben las miradas de los artistas que buscan crear belleza, algunos lo logran con su voz y otros con sus obras. Esta vez, el afortunado fue el mazatleco Enrique Patrón de Rueda quien dirigió, ataviado con un saco claro y un corbatín tricolor, a la Orquesta Filarmónica de esa universidad (OFUNAM).
Las piedras que lo escuchaban afuera y los que estábamos adentro constatamos la sensibilidad y la alegría de los que vienen del mar. Por eso, el sinaloense, como un pez en el agua, no sólo dirigió a los músicos sino a todos los que nos reunimos a celebrar a México con él y con otros grandes como Juventino Rosas, José Alfredo Jiménez, Tomás Méndez Sosa, Miguel Ángel Castilla, Rubén Fuentes o Blas Galindo. Durante la interpretación de Serenata Huasteca, logró que aplaudiéramos en la forma y duración que quiso. Igual que cuando Sinaloa apareció en la voz fantasmal de Lola Beltrán y su Cucurrucucu. La emoción iba in crescendo y Enrique parecía tener un termómetro en una de sus batutas para medirla y en la otra una barita mágica que lanzaba endorfinas que nos hicieron felices y orgullosos de pertenecer a esta tierra. Para cuando llegó La Malagueña, varios quisieron besar sus labios… y todos fuimos lindos y hechiceros, incluido él que nos invitó a chiflar y gritar. En Dios Nunca Muere de Macedonio Alcalá recordamos a la madre patria pero la marimba nos recordó que somos mexicanos. Además, la letra de Luz de Luna despegó cualquier duda al respecto. “Pues desde que te fuiste, no he tenido luz de Luna…”
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Los compositores de esta tierra nos llevaron a recorrer el pasado y la república. Terminamos bailando mambo como si fuéramos Pérez Prado o cantando como Chava Flores: “Si yo te bajará el sol, quemadota que te dabas, abas”. Cuando comenzó a sonar Amanecer en tus brazos, nuestras voces parecían una.
¿Pero quién es y qué le gusta a Enrique Patrón de Rueda que tuvo que estudiar Administración de Empresas y Psicología industrial antes de que, hace cuatro décadas, debutara como director de orquesta? Se define como costeño y cuenta que después vino el piano y las escuelas de música en Inglaterra e Italia. Al confesar sus amores pone en primer lugar a la ópera. Además, gusta de compartir anécdotas divertidas, como una en la que un tramoyista jaló un pollo del escenario con un mecate hacia arriba antes de que el telón terminara de subir y el público comenzó a carcajearse en medio de una escena dramática.
¿Nos se le antoja ver en acción a este gran ser humano que su tierra lo reconoció en 1977 con el primer Premio Sinaloa de las Artes? Pero antes de que tengan esa experiencia, les adelanto lo que piensa de su oficio: Un director, entre otras cosas, debe tener poder de seducción. “Hay que seducir a la orquesta para juntos hacer algo bello”, y sin duda, él conoce ese camino.
Korina Calderón Gastélum