México se tuvo que esforzar al máximo ante una luchadora Nueva Zelanda, que hizo pasar un buen susto al Tri y vendió cara su derrota por la segunda fecha del Grupo A de la Copa Confederaciones.
Los aztecas mostraron dos caras. Una horrible. La otra normal, mas no brillante. Al final, fue un espiro para Juan Carlos Osorio.
En la primera parte, la historia, la experiencia y la calidad apuntaba a un dominio absoluto de los neozelandeses, pero esto no fue así. Para quien no tuviera conocimiento sobre los uniformes de una y otra selección, hubiese creído que los mexicanos eran los de negro y sus rivales los de verde.
Es que el cuadro oceánico hacía daño por todos lados. El juego aéreo era incontrarrestable para el representante de la Concacaf. En juego colectivo, lo mismo. Los volantes del país isleño realizaban un gran trabajo. Marcos Rojas, de padre chileno, era pieza clave. Y México carecía de movidilidad. El técnico del Tri pagaba caro su apuesta de cambiar a nueve de los titulares que actuaron en el estreno. Sus críticos se frotaban las manos. Porque los reemplazantes no sabían qué hacer. No tenían respuestas.
El segundo lapso fue el de la redención mexicana. El de poner las cosas en su lugar y evitar un bochorno de proporciones. Los rivales entendieron dónde estaban parados. Así, en 18 minutos lograron revertir el marcador. Primero en los pies de Jiménez y luego en los de Peralta. Injusto por todos lados para los Kiwis, que por ganas, entusiasmo y sobre todo alza en el fútbol exhibido respecto a la primera fecha, mereció algo más que sólo hacer un digno papel.
Al final, el Tri ganó con muchas dificultades. Los aztecas recibieron una alerta máxima en un torneo en el que tendrán que buscar su pase a la semifinal en la última fecha ante el local. Esa, eso sí, es otra historia.