
‘México es la dictadura perfecta’, una frase que incomodó al poder, irritó a intelectuales del régimen y se volvió símbolo de una crítica que sigue vigente
La muerte de Mario Vargas Llosa a los 89 años, además de dejar un vacío en el mundo literario, reaviva una herida histórica en la política mexicana. Más allá de sus novelas y ensayos, el Nobel peruano pronunció una sentencia que marcó a una generación: “México es la dictadura perfecta”. Una frase que incomodó al poder, irritó a intelectuales cercanos al régimen y se volvió símbolo de una crítica que, décadas después, sigue vigente.
Fue en 1990, en un foro organizado por Octavio Paz y transmitido por televisión nacional, donde Vargas Llosa soltó la frase que cambiaría su relación con México para siempre.
“La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la URSS, no es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México”, afirmó.
El día que tembló la élite
El foro se titulaba La experiencia de la libertad y reunía a figuras del pensamiento liberal como François Furet, Massimo Cacciari, Enrique Krauze y el propio Paz. Vargas Llosa, en lugar de hablar sobre Europa del Este como se esperaba, centró su crítica en el sistema priista, acusándolo de simular democracia bajo un férreo control del poder.
Octavio Paz, sorprendido, respondió con frialdad: “Aquí no hay dictadura, hay hegemonía política y manipulación, pero no se ha destruido la sociedad civil.” A partir de ese momento, el foro perdió su cordialidad. La frase ya había hecho su trabajo.
Desde el PRI, las reacciones oscilaron entre el desdén y la indignación. El entonces senador Manuel Bartlett calificó la declaración como “una provocación basada en el desconocimiento del país”. Otros legisladores pidieron a Vargas Llosa que “se informara mejor antes de emitir juicios”.
La reacción oficial y su eco cultural
En la prensa oficialista, se le acusó de “injerencia” y “deslealtad intelectual”. Sin embargo, en espacios críticos y universitarios, la frase prendió como pólvora. Fue adoptada por jóvenes opositores, académicos y líderes emergentes como una forma de describir al régimen priista sin recurrir a tecnicismos.
“La dictadura perfecta” no solo se volvió cliché mediático. En 2014, inspiró una sátira cinematográfica del mismo nombre, dirigida por Luis Estrada, que criticaba la relación simbiótica entre el poder político y los medios en México. El impacto cultural de la frase fue tal que hoy se estudia en cursos de ciencia política, historia contemporánea y comunicación.
En 2011, Vargas Llosa volvió sobre el tema: “La dictadura no era tan perfecta, porque se acabó”, dijo, aludiendo al fin de la hegemonía priista en el año 2000. Pero también advirtió que el peligro de nuevas formas de autoritarismo persistía.
El nuevo blanco de su crítica
En 2018, durante la campaña presidencial, Vargas Llosa expresó abiertamente su preocupación por el posible triunfo de Andrés Manuel López Obrador. Sin nombrarlo, advirtió sobre un “populismo que puede socavar la democracia desde dentro”.

Ya como presidente, López Obrador respondió con ironía desde su conferencia matutina:
“Lo respeto como escritor, pero en lo político ya es hasta monárquico. Ha involucionado.”
No sería la última vez que el Nobel criticara al gobierno mexicano. En años recientes habló de “la regresión autoritaria” y “el riesgo de gobernar con el resentimiento como brújula”.
Frase con dinamita integrada
La célebre frase de Mario Vargas Llosa sobre México como “la dictadura perfecta”, tuvo un eco profundo porque coincidía con un momento de creciente desconfianza hacia el sistema político encabezado por el PRI. Para entonces, el partido había gobernado el país de manera ininterrumpida por 70 años, con una maquinaria electoral y mediática que permitía mantener una apariencia democrática, sin alternancia real en el poder.
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Diversos estudios, como el realizado por el historiador Lorenzo Meyer, documentan cómo el régimen priista estructuró un sistema de control político sustentado en el clientelismo, la cooptación de opositores y el uso estratégico de los medios de comunicación.
El impacto de la frase no fue solo semántico o retórico. De acuerdo con registros de prensa de la época —incluyendo archivos de Excélsior—, generó un parteaguas en el debate intelectual nacional. En particular, dividió a sectores de la academia y del periodismo que, hasta entonces, habían sido renuentes a calificar al régimen como autoritario.
La influencia en la academia y el cine
Desde la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), académicos como Rolando Cordera y Denise Dresser retomaron el concepto para analizar lo que entonces se denominaba “autoritarismo con fachada democrática”.
La película La dictadura perfecta (2014) de Luis Estrada, que toma su nombre directamente de la frase de Vargas Llosa, fue también objeto de polémica. Aunque tuvo una fuerte recepción crítica —con más de 4 millones de espectadores en salas, según datos del Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE)—, su distribución enfrentó trabas, lo que alimentó sospechas sobre censura indirecta.
El legado político y literario de Vargas Llosa
El distanciamiento entre Vargas Llosa y gobiernos de izquierda latinoamericanos no fue exclusivo de México. Fue crítico acérrimo del chavismo en Venezuela, del castrismo en Cuba y del kirchnerismo en Argentina. En sus últimos años, apoyó abiertamente a gobiernos y candidatos de corte liberal y conservador, como Keiko Fujimori en Perú y la reelección de Isabel Díaz Ayuso en Madrid, lo que le valió críticas por abandonar posturas progresistas.
En este sentido, las palabras del presidente López Obrador al llamarlo “monárquico” aluden a su respaldo público a la monarquía parlamentaria española, que Vargas Llosa defendió como garante de estabilidad institucional frente al “populismo”.
Mario Vargas Llosa fue también el primer escritor de lengua española en recibir el Premio Nobel de Literatura en el siglo XXI (2010), otorgado por su “cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota”, según el acta del jurado sueco.
El poder de la palabra
Su relación con México, pese a las tensiones políticas, fue extensa: vivió en el país durante varios periodos, publicó con editoriales mexicanas como Joaquín Mortiz y participó en innumerables coloquios y festivales literarios.
Pocos escritores han conseguido alterar el curso del debate político con una sola frase. Vargas Llosa lo logró. Su diagnóstico, aunque discutido, obligó a la clase política mexicana a mirarse en el espejo. No fue un diagnóstico cómodo, pero sí certero.
Hoy, al despedirlo, México recuerda no solo al novelista, sino al intelectual que se atrevió a incomodar. Su frase punzante permanece viva, como un recordatorio de que las democracias, para serlo de verdad, no pueden depender de apariencias ni de partidos eternos.