La icónica banda trajo su M72 World Tour a la capital de nuestro país, con el que deleitó a más de una generación en una noche de éxtasis total
Orgullo, pasión, gloria, rabia, poder, ansiedad o deseo son algunas de las cosas que un fan de Metallica siente al escuchar The Ecstasy of Gold… , cada quien vive como quiere el ritual de iniciación de cada show de los dioses del thrash metal; así sucedió anoche en el primero de cuatro conciertos con la banda en el Estadio GNP Seguros.
El ángel de la muerte descendió para desatar la décima plaga. Fue Creeping Death. Como es habitual, Lars Ulrich tiene en la batería el llamado inicial, después, la oscuridad nace con 65 mil metalheads clamando la muerte del primer hombre. A lo largo del escenario circular, que formó un snake pit en su interior, James Hetfield, Kirk Hammett y Robert Trujillo lo ejecutaron.
Si existiera traducción para el ritual de introducción que vivió entre la pieza del maestro Ennio Morricone y el rolón de Ride The Lightning definitivamente sería: Bienvenidos al M72 World Tour. Así, sin palabras, con la pura percepción y las ganas de desvincularse de los terrores del mundo con puro headbanging.
Harvester of Sorrow llegó en este violento inicio. El tema de …And Justice for All en el que los cuatro jinetes del thrash narran el trágico final de un hombre víctima de abuso. Leper Messiah continuó con el sufrimiento y King Nothing trajo la protesta capitalista, toda una ironía actual si se toman en cuenta los precios de los boletos a nivel mundial.
La producción del M72 World Tour es única en su clase, por más que los fans de Rammstein intenten buscarle un parecido, las ocho torres de producción que Metallica levantó tienen un aspecto más garage, como los faros que en la década de los 80 alumbraron los toquines de thrash y punk en los que nadie se salvaba de las pandillas. O sirenas de emergencia, a propósito del antibelicismo que envuelve al grupo desde 1981.
Al centro, James se muestra poderoso y dominante de sus demonios internos, Kirk lleva más allá los riffs que varios metalheads le han criticado (según por ser básicos y comerciales), Robert y su caminado de cangrejo jamás fallan y Lars… 60 años del niño danés y fresa del grupo, que llegó al ver un anuncio de “se busca baterista”. Ojalá alguien a su edad conserve el poder e ímpetu para aporrear el bombo y platillo. Todos en su sexta década (Robert tiene 59), pero con una pasión única que, digan lo que digan los fans de Dave Mustaine, hacen de Metallica la cúspide del Big 4 del thrash. A propósito sonó 72 Seasons, una rola que James escribió para exponer la forma en la que, como adulto maduro, adapta, abandona y mejoras aquellas pasiones que uno atrapa en la infancia.
“Espero que les guste 72 Seasons, porque vamos a tocar más rolas”, exclamó James, quizá por la recepción de la rola que da nombre al disco, algo discreta pese al endemoniado ritmo que él y Kirk manejan en la lira.
En esta rola y If Darkness Had a Son era bien cool ver el cambio generacional, porque siempre hay un integrante de la familia Metallica que conoce su grandeza por sus nuevas rolas. Pasó con Hardwired to Self Destruct y la historia se repite con el más reciente álbum. La gente se siente mucho más identificada con las rolas oscuras y heavies que con las que evocan las revoluciones pasadas.
LA CHONA THRASHER
¿Saben por qué sabemos que es un show para mayores? Porque James y Lars se tomaron un respiro, mientras Robert y Kirk ¡armaron un palomazo con La chona, de Los Tucanes de Tijuana! Sí, por fin Trujillo rindió tributo a sus raíces mexicanas y cantó en su español atropellado, pero bien emocionado. Por supuesto hubo trves a los que les molestó, otros metalheads lo tomaron megacool y, bailaron.
Mucho morro metalero portó su battle vest (chaleco lleno de parches) presumiendo el símbolo de Metallica en la espalda y, por supuesto, no faltaron los graciosos que llevaron las camisetas de Megadeth. ¿Como por? Muchos trves intentando resaltar, pero lo mejor fue que nadie se dejó apantallar por esos vatos, bien lo presumió James con su playera: “somos familia”.
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A estas alturas del show se debe destacar que en pista ya se está lejos de un moshpit, porque la mayoría de fans que pudieron despilfarrar para estar abajo (general y snake pit) ya son mayores; sin embargo, algunos lograron abrir un poco de violencia y otros apenas saltaron. “Ya la rodilla duele”, dijeron algunos. Lo normal, ¿no?
The Day That Never Comes regresó al material pasado, a ver si así a los rancios se les pasaba el coraje por La Chona. Las cuerdas y el bombo se juntaron para regalar la foto de la noche. Shadow Follows continuó con 72 Seasons.
No puede haber un concierto de Metallica sin recordar que el bajo de Cliff Burton fue un pilar para construir la leyenda y en manos de Robert su pasión esta intacta. Señores, Orion sonó en memoria para uno de los mejores bajistas que se pudo parir y cuya vida terminó debajo de un autobús.
Lo más romántico fue ver que La luna salió para Nothing Else Matters, una de las rolas que podrán odiar, pero que para alguien que creció con el Black Album. A partir de este momento, Metallica sacó todo lo más conocido para la familia Metallica.
“Estos shows son por su amor a la música pesada. Somos familia, porque amamos la música cabrona”, exclamó Hetfield antes de tocar Sad But True. Sus clásicos parece que ya son para ancianos, pero en Blackened todos se arrepintieron de pensar eso, por el poder que emanaron las guturales voces de James. Y, por fin, un moshpit apareció en la zona de pista. Ya se habían tardado.
Fuel sonó para recordar a varios millennials que descubrieron a Metallica por el juego de Hot Wheels para PlayStation y Seek and Destroy llegó con sus bolas radiactivas. ¿Recuerdan el remix de Skazi? Pues varios así lo hicieron y se armó un ambiente mega oldie y mexicano con Robert presumiendo su sombrero de mariachi.
Después de un par de horas, Metallica se despidió con Master of Puppets. Pero de la mejor manera: ¡Por fin hubo moshpits!, ¡violencia!, ¡sangre!, ¡hostilidades! Un circle of death se abrió para despedir a la banda y la risa malévola de James terminó esta única masacre de una noche en la que 72 temporadas trajeron demonios a la Ciudad de México.