Una enfermedad renal generalmente no suele presentar síntomas hasta que la afección llega a etapas más avanzadas
Todos hemos escuchado la expresión “como que me quieren dolar los riñones, voy a tomar más agua a ver si se me quita”, un dicho que no siempre es real ni mucho menos benéfico para estos dos órganos vitales del cuerpo humano.
Los riñones son los encargados de filtrar, en forma de orina, los excesos de agua y toxinas que se producen en el organismo, además de regular componentes como el calcio o la vitamina D.
Procesan unos 190 litros de sangre cada día, con el fin de eliminar las toxinas que entran en el organismo a través de los alimentos, el aire que respiras o incluso la piel.
Seleccionan y retienen lo que es beneficioso para el cuerpo y transforman los desechos y exceso de agua en orina para ser eliminados a través de los uréteres.
Además, fabrican hormonas como la eritropoyetina, que estimula la médula ósea para que produzca glóbulos rojos o el calcitriol, que favorece que la vitamina D haga que los huesos absorban bien el calcio.
Cuando se producen fallos en este órgano, el riñón deja de filtrar la sangre y las sustancias tóxicas del cuerpo comienzan a retenerse, haciendo que componentes como la urea y la creatinina se acumulen en el organismo.
Una enfermedad renal generalmente no suele presentar síntomas hasta que la afección llega a etapas más avanzadas, razón por la cual los médicos piden estar alertas ante las señales que va enviando el cuerpo para advertir un mal de esta índole.
Entre ellas se encuentran:
- Cambios en el aspecto de la orina, como un color más claro o la presencia de sangre.
- Retención de líquidos, lo que da lugar a una mayor hinchazón de las piernas, los tobillos, los pies, la cara y las manos.
- Cansancio y fatiga ocasionada por la retención de líquidos.
- Anemia, en algunos casos, debido al fallo renal.
- Picor en la piel, también denominado prurito, provocado por la retención de tóxicos que pueden depositarse en la piel.
- Sabor metálico en la boca y un olor a amoníaco en el aliento, debido a una acumulación de la urea en la saliva.
- Náuseas y vómitos, además de pérdida del apetito o de peso.
También cuando el riñón presenta insuficiencia, produce un aumento de la tensión arterial pudiendo causar hipertensión.
Inclusive, existen enfermedades que pueden producir una disminución del filtrado glomerular, como la diabetes mellitus y la hipertensión arterial que provocan fallos relanes.
Además, existen otros factores de riesgo como enfermedades hereditarias, inmunológicas y algunos medicamentos como los antiinflamatorios o quimioterápicos.
¿Cómo se puede prevenir una enfermedad renal?
Uno de los principales consejos es tener un estilo de vida saludable, es decir, reducir el consumo de sal, grasas y otras sustancias nocivas como el alcohol o el tabaco. Todos estos alimentos además de cuidar el corazón sirven para prevenir fallos renales.
Del mismo modo, es importante realizar controles continuos de la tensión arterial y los niveles de glucosa, lo que ayudará a detectar patologías externas a los riñones.
Clasificación de los fallos renales
Dependiendo de la causa que los origina, la Federación Nacional de Asociaciones para la Lucha Contra las Enfermedades del Riñón contempla tres tipos de fallos renales que deberán ser diferenciados:
- Enfermedades prerenales causadas por una falta de líquido en el riñón. Esta deshidratación suele estar provocada por, por ejemplo, un episodio de diarrea o un exceso de consumo de diuréticos.
- Enfermedades renales que producen un daño directo al riñón, provocado por niveles altos de glucosa, hipertensión o una acumulación excesiva de colesterol. Estos problemas producen una lesión en el parénquima renal o en los vasos pequeños que riegan el riñón y causan la enfermedad renal.
- Enfermedades postrenales provocadas por una obstrucción en la salida de la orina, daño que puede tener como origen patologías como la hipertrofia de próstata en varones o los cálculos renales.
- Otro criterio de clasificación viene determinado por la duración de la enfermedad; en aquellas donde la función renal se ve suspendida durante días o semanas (insuficiencia renal aguda) y aquellas donde el problema se ve agravado de forma más duradera y progresiva (insuficiencia renal crónica).
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