El asesinato de Mara Castilla es un acto ignominioso, pero no debemos olvidar a las miles de mujeres que desde 1993 han perdido la vida.
No tengo muchos adjetivos que sirvan para describir o calificar el crimen cometido en contra de Mara Castilla. Una chava que supuestamente optó por una opción segura de transporte y que encontró la muerte en manos de un mal nacido depravado. El día de ayer marchas y movimientos imparables en las redes sociales. La pregunta que hoy me hago: ¿por que la muerte de Mara merece una mayor preocupación de la sociedad?
Año de 1993, Ana Chavero Farell, 14 años, encontrada sin vida y abusada en un campo algodonero en Ciudad Juárez. Se inauguraba en aquella época una pesadilla que tuvo fin pero no responsables. De aquella fecha al día de hoy los homicidios en razón de género no han tenido fin. Las cifras oficiales no son alegres y en un periodo de 10 años clasifican como feminicidios no más de 3 mil muertes. Cifras de ONGS en la materia hablan de 3,500 feminicidios por año. El Estado de México en cifras congeladas para junio, registraba de forma oficial 121 homicidios en función de la condición de simplemente ser mujer.
La mayoría de estos homicidios son cometidos en contra de mujeres de los estratos más bajos de desarrollo económico. Muchas veces en el transporte público, que no es tan glamuroso como Cabify. Las miles de mujeres que de 1993 a la fecha han perdido la vida, no tuvieron acceso a una aplicación, ni a que su familia se pudiera expresar por Twitter, mucho menos que alguien marchara por ellas, ni de broma un #hashtag. Seguimos en un país cacahuatero, me queda claro. Todavía hay que justificar que las mujeres salgan solas y de noche, como si no fuera su derecho hacerlo como los hombres, a los que les de la gana que hacer con su vida y su horarios. De menos Mara pudo decidir irse en la noche de fiesta. La mala noticia para la gran comunidad de las redes sociales es que el caso de Mara, si es aislado. Sin menospreciar su muerte, que es un acto ignominioso, inenarrable y asqueroso. Al maldito asesino lo imagino torturado de miles de formas, colgado en la plaza central de Puebla y no del cuello, un cerdo que debe de pagar por su crimen. La buena noticia es que está en poder de las autoridades y será juzgado.
No entiendo en qué momento se volvió más importante o más visible la muerte de una chava, por que el responsable es chofer de Cabify y tenía Twitter, en el que expresó, con todo derecho, su sentir en torno al desenvolvimiento de la sociedad y más restricciones en contra de las mujeres. Todos los días hay decenas de feminicidios en todo el país que parece no le importan a la comunidad twittera, facebookera o Instagramera. Las chavas son arrancadas del transporte público con peor violencia que la que ejerció el asesino de Mara, no en horas de la noche, a veces ni siquiera solas. Mara tenía 19 años, crecida para los estándares de los malditos hijos de la chingada que sabedores de la impunidad, cobijan sus crímenes en la incompetencia de un país que sigue considerando con menos derechos a las mujeres.
Lo que me cuesta trabajo dimensionar es que, desde 1993 hasta la fecha los feminicidios son una constante. Y que este país ha fallado en el establecimiento de una política pública que pueda proteger a sus mujeres, que haga realidad una equidad de género, tan publicitada en las leyes pero tan ineficaz en los hechos.
El día de ayer incluso se organizó una marcha bajo el lema de: “#NiUnaMas”. Quizá la iniciativa tenga éxito, siempre y cuando se refiera a las mujeres usuarias de Uber y Cabify, pero si hablamos de las millones de mujeres que todos los días se someten al calvario del transporte público la historia siento desanimarlos, pero terminará muy distinta.
Este país, a veces no encuentra explicación, hay que marchar por las que mueren en Cabify pero pasan desapercibidas las que mueren en el micro y el camión: ¿Como por que chingaos? Lamento que perdamos la dimensión y la perspectiva, las redes sociales de nuevo nos ayudan a hacer visibles a algunos e invisibles a muchos.
Para la familia de Mara, solo un abrazo que seguro no confortará su dolor. La muerte de su bebé no tiene nombre y ningún pendejo en las redes puede culparlos por darle a su hija la confianza y libertad que seguro se ganó y debe de gozar cualquier niña de su edad. No hagan caso de las redes, son la nueva peste condenada a la implosión por la sobre población de estúpidos. Lo único que les puedo pedir, es que para no dejar la muerte de Mara como un hecho estéril se vuelvan voceros de tantas niñas que asesinan, sin aplicación, sin tarjeta de crédito y sin derecho a recuerdo y marcha.