La reelección es un capítulo que hemos visto varias veces en la última década sobre todo cuando la izquierda una vez en el poder, no prepara la renovación
Mañana conmemoramos una vez más a la Revolución Mexicana, una lucha que buscaba la mejora de un país pero que también podría ser un reflejo de lo mucho o poco que hemos aprendido sobre el arte de gobernar y la bonita costumbre de tropezarnos con la misma piedra no sólo en México sino también en América Latina.
Empecemos tomando como referencia a Don Porfirio Díaz, héroe en la intervención francesa y que durante su permanencia en el poder logró concretar una ambiciosa red ferroviaria que comunicó al país, abrió sectores económicos e industriales de capital privado y extranjero, y de paso afranceso este lado del Continente.
Todo iba bien hasta que se enraizó en la presidencia, la razón quizá esa ambición de creer que nadie como el podría materializar su proyecto de nación. Un capítulo que hemos visto varias veces en la última década sobre todo cuando la izquierda una vez en el poder no prepara la sucesión ni los mecanismos para renovarse.
O creen que por haber luchado tanto por la silla, todo aquel que no sea ellos, atentara contra la democracia. Ejemplos, Castro, Chávez, Morales, Correa y quienes ya en el poder buscaron cambiar las reglas del juego en pro de la reelección.
Ahora vamos con Francisco I. Madero. Estudioso de la agricultura en Estados Unidos y de la administración en Francia. Creo su propio partido y cuando incomodó a Díaz aprovecho su estancia en prisión para suscribir el Plan de San Luis.
Quizá por eso muchos políticos buscan capitalizar la cárcel. Un recurso utilizado magistralmente por Lula preso en los 80 por incitar una huelga durante el régimen militar. Mújica quien no sólo fue encerrado sino también torturado por los militantes en Uruguay. Morales cuando fue detenido siendo dirigente cocalero. O Chávez, entambado luego de un intento de Golpe de Estado a finales del siglo pasado.
Y a estas enseñanzas podemos sumarle los bríos de Zapata y Villa como los rebeldes al sistema y en pro de la ciudadanía por encima del glamour de los cargos y los poderes. O la buena escuela de Carranza en la creación de reglas claras para jugar el juego de la democracia. Un ejemplo que quizá sólo Mújica logró aprender.
Próceres y figuras que hoy tienen en sus iguales, al menos políticamente, a una raza que olvida que se gobierna para la gente, en donde ellos son el medio y no el fin. Líderes que se dejan llevar por la vanidad y la miopía, creyéndose el centro de lo que una democracia les ha ayudado a construir.
Una situación que debemos cambiar, o de lo contrario, no dejaremos de ser esa Latinoamérica que presume tener el mejor camarote, siendo pasajeros del Titanic a pocos minutos de su encuentro con el iceberg.
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