La recuperación de la crisis generada por el coronavirus probablemente será en forma de U, como en las quiebras petroleras de los 70
La crisis del coronavirus es ante todo una amenaza para la salud pública, pero también es, y cada vez más, una amenaza económica.
El terremoto del COVID-19 desencadenará una recesión en algunos países y una desaceleración del crecimiento anual global por debajo del 2,5%, a menudo tomado como el umbral de recesión para la economía mundial, según el último informe de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD).
El impacto resultante en el ingreso global en comparación con lo que los pronósticos habían proyectado para 2020 será de alrededor del billón de dólares, en el mejor de los casos, y de dos billones, en el peor.
“La duración y la profundidad de la crisis dependerán de tres variables: cuán lejos y cuán rápido se propagará el virus, cuánto tiempo pasará antes de que se encuentre una vacuna y qué tan efectivos serán los encargados de formular políticas para mitigar el daño a nuestra salud y a nuestro bienestar físico y económico”, señalan los expertos.
La incertidumbre que rodea a cada una de estas variables se suma a la sensación de ansiedad de los individuos, que es una cuarta variable que determinará los resultados de la crisis.
Hay dos salidas posibles de las consecuencias económicas de la sacudida del nuevo coronavirus: la de costumbre, hasta la próxima crisis, y la de la asunción de un liderazgo político que enderece las fallas estructurales económico- sociales y económico-medioambientales de la economía mundial.
La opinión consensuada es que esta crisis tiene el potencial de alterar lo que fue una recuperación global titubeante, pero bien alineada, que se había establecido durante el segundo semestre de 2017, gracias a una serie de políticas encaminadas a anular las amenazas a una confianza económica renovada, lo que a su vez había sustentado una serie de pronósticos optimistas de crecimiento para los próximos años.
Desde esta perspectiva, si el brote es de corta duración, una combinación familiar de políticas monetarias (idealmente limitadas a recortes en la tasa del banco central pero posiblemente con algunas medidas menos ortodoxas para bajar las tasas de interés a largo plazo) y de estabilizadores fiscales automáticos deberían ser suficientes para salvar el día, con la recuperación asumiendo la forma de “V” que siguió, por ejemplo, la crisis provocada por el virus del SARS en 2003.
Sin embargo, si la crisis es más duradera, probablemente debido a interrupciones en el lado de la oferta de la economía a través de paralización de las redes de producción y márgenes de ganancias reducidos, las esperanzas de recuperación dependerán de inyecciones de liquidez más sostenidas y coordinadas por parte de los bancos centrales, políticas fiscales más activas y esfuerzos renovados para impulsar el libre comercio y la inversión extranjera-
En ese caso, la recuperación probablemente asumirá una forma de U, como ocurrió con las quiebras petroleras de la década de 1970, con algunas bajas económicas serias en el camino, pero con los principios organizativos de la economía mundial preservados… ¡hasta la próxima crisis!
“Nadie veía venir esto, pero la historia más grande es una década de deuda, engaño y deriva política”, dijo Richard Kozul-Wright, director de estrategias de globalización y desarrollo de la citada Conferencia.
Para una segunda salida de la crisis, las consecuencias económicas relacionadas con el virus están menos con el tiempo y la confianza y más con una cuestión de liderazgo y la coordinación políticos necesarios para detener las olas de patógenos económicos liberados por la crisis y que pueden hundir una economía mundial ya frágil y altamente dependiente de la arquitectura financiera.
Las pérdidas de confianza de los consumidores e inversores son los signos más inmediatos de la propagación del contagio, pero la deflación de los precios de los activos, la demanda agregada débil, el aumento de la deuda y el deterioro de la distribución del ingreso plantean mayores desafíos de política.
La crisis financiera de Asia Oriental podría ofrecer paralelismos, pero esa crisis ocurrió cuando China tenía una huella económica menor y las economías avanzadas estaban en una forma económica razonablemente buena, lo cual no es el caso hoy.
“Desde esta perspectiva alternativa, una respuesta efectiva a las consecuencias económicas del COVID-19 requerirá no solo medidas macroeconómicas activas y específicas, sino una serie de políticas correctivas y reformas institucionales necesarias para construir un crecimiento robusto, sostenido, equitativo y respetuoso con el clima, que reducirían las posibilidades de un colapso económico posterior”, señala el informe.
Según la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo, los bancos centrales no están en condiciones de resolver esta crisis por sí solos.
“Una respuesta adecuada de política macroeconómica necesitará un gasto fiscal agresivo con una inversión pública significativa, y apoyo de asistencia social dirigido a trabajadores, empresas y comunidades afectadas negativamente”, según el análisis.
Todo ello, “requerirá la coordinación internacional de estos programas”.
La UNCTAD reconoce que los llamados a un mayor gasto público siempre generan temores de despilfarro y problemas financieros en el futuro.
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