
En la Catedral Metropolitana, monseñor Francisco Javier Acero ofreció una homilía por los desaparecidos.
La luz de 400 velas iluminó el Zócalo de la Ciudad de México contra la indiferencia, en un grito silencioso que exigió justicia para las víctimas de Teuchitlán y la localización de más de 107 mil personas desaparecidas.
A pesar del viento que agitaba la noche, las llamas resistieron, simbolizando la lucha incansable de quienes no dejan de buscar a sus seres queridos. No eran solo luces, sino un llamado urgente a reconocer la herida más profunda del país: la impunidad ante las desapariciones.
Desde 2006, más de 107 mil personas han sido reportadas como desaparecidas. Detrás de cada cifra hay una historia suspendida en la incertidumbre, mientras las familias continúan esperando respuestas que no llegan. En el Zócalo, un pase de lista trajo sus nombres de vuelta, con cada apellido seguido del clamor: “Presente ahora y siempre”.
Junto a las velas, 400 pares de zapatos fueron dispuestos en silencio. No eran solo objetos, sino símbolos de ausencia, representando a las víctimas cuyos restos fueron hallados junto a los hornos clandestinos del rancho de exterminio en Teuchitlán, Jalisco. Un recordatorio doloroso de la tragedia que el país no puede ignorar.
En la Catedral Metropolitana, monseñor Francisco Javier Acero ofreció una homilía por los desaparecidos. Eduardo Ramírez, con una vela encendida y una camiseta con el rostro de su hermano Ángel, desaparecido desde 2019, expresó su dolor: “Exigimos justicia para que las fosas y los crematorios clandestinos en Jalisco no queden impunes”.
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La violencia en México sigue dejando cicatrices profundas. Desde 2009, cuando en Tijuana se descubrió que más de 300 cuerpos fueron disueltos en ácido por El Pozolero, hasta la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa en 2014, la crisis de desapariciones no ha cesado.
El 5 de marzo, el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco transmitió en vivo el horror del Rancho Izaguirre en Teuchitlán, donde al menos 200 personas fueron calcinadas. Habitantes de la zona describieron la desolación con una frase contundente: “El viento dejó de oler a maíz hace tiempo”.
En el Zócalo, la pintura blanca marcó el mapa del rancho de exterminio: fosas, zona de confinamiento, cocina y baño. Un intento por plasmar, en el corazón del país, la magnitud de una tragedia que no puede seguir en la sombra.