En la época de la COVID-19, Rusia, China e Inglaterra son liebres veloces que con su economía sólida y tecnología avanzada, marcaron tiempo récord en el desarrollo de vacunas. América Latina es una lenta tortuga enferma, sin embargo, si las patentes latinas logran cumplir lo que prometen, la tortuga, aún con su paso lento, habrá vencido a una liebre que solo sabe correr.
Por: Nikthé Valverde Mendoza y Paulina Bañuelos Esquivel
Había una vez un bosque habitado por millones de animales, cada uno llevaba su vida con tranquilidad y felicidad hasta que un terrible virus llegó a infectarlos a todos. Los habitantes, víctimas del miedo, se encerraron en sus casas para evitar contagiarse de la enfermedad. En la parte norte, que era la más cómoda, estaban los ricos. Tenían agua potable, caminos bien formados, grandes laboratorios y muchos científicos. Ahí vivía la liebre, una criatura prepotente a la que le gustaba competir.
Del otro lado del bosque, en donde había poca agua, los caminos eran polvorientos y la riqueza escasa, vivían los animales más pobres. Ellos no podían quedarse en casa pues debían salir a trabajar. Destacaba la tortuga, que, a pesar de ser igual de brillante, cuando se enfrentaba a la criatura de orejas largas, siempre llegaba en segundo lugar.
La liebre, exhausta del encierro y preocupada por la situación, utilizó sus laboratorios sofisticados, su capital ilimitado e inició la carrera para conseguir una vacuna. La tortuga también quiso participar, aunque su rival tenía ventaja, esta vez quería ganar.
Estados Unidos, Rusia, China e Inglaterra son liebres veloces que con su economía sólida y tecnología avanzada, marcaron tiempo récord en el desarrollo de vacunas. Obtuvieron en un año lo que normalmente tarda diez. Sus investigaciones han permitido construir los primeros peldaños hacia la inmunidad global. América Latina, la tortuga lenta, ha tenido que recurrir a dosis extranjeras para inmunizar a su población, pues sus avances son pausados y el presupuesto es limitado.
No es la primera vez que la región se ve sujeta a la disponibilidad de inmunizadores externos. En el año 2009 la Organización Panamericana de la Salud (OPS), registró que Latinoamérica había superado con éxito las tres enfermedades que afectaron a la región: neumococo, influenza y meningitis, gracias a que farmacéuticas extranjeras brindaron las patentes para la campaña de vacunación. Solo Cuba diseñó su propia fórmula. Doce años después, la historia se repite.
Al menos nueve vacunas contra el SARS-COV-2 circulan en el mercado. Estados Unidos produce tres: Pfizer, Janssen y Moderna. Europa exporta dos: AstraZeneca de Inglaterra y Sputnik V de Rusia. China creó Corona Vac, CanSino y Sinovac.
Cuando los estadounidenses iniciaron su campaña de vacunación en diciembre de 2020, Cuba avanzaba hacia las pruebas en humanos y el resto de Latinoamérica apenas anunciaba los primeros proyectos de investigación. Los países productores han priorizado la inmunización local. Miguel Ángel Esquivel Campos de 44 años, quien vive en Chicago, recibió ambas dosis de Pfizer en abril del 2021. Por otra parte, a su hermano José Luis, de 50 años, diabético y habitante del Estado de México, le aplicaron la primera dosis de Sputnik V en mayo.
El primero vive en un país con tecnología científica, industrias farmacéuticas y capital para producir 15 millones de dosis semanales, las suficientes para vacunar a más de la mitad de la población de Cuba. La situación invita a preguntarse si los países latinos podrán desarrollar vacunas y si tendrán la infraestructura para producirlas en cantidades masivas. ¿Se lograrán convenios para la liberación de patentes? ¿Hasta cuándo seguirán dependiendo de las contribuciones extranjeras?
Liebre veloz, tortuga lenta
El salto tecnológico que dio la industria americana con la fórmula de ARN mensajero (ARNm), le dio una ventaja en la carrera para la obtención de una vacuna. En esta competencia, América Latina es la tortuga rezagada que trata de alcanzar a una liebre que siempre llega en primer lugar.
Pfizer y Moderna son las únicas vacunas que utilizan la tecnología del ARNm. Hay tres tipos de ARN: ribosomal, de transferencia y mensajero. Este último contiene instrucciones para que las células puedan construir proteínas. Los científicos extraen la proteína Spike (S), un fragmento del ADN del coronavirus. Separan las hélices de la molécula de ADN y forman cadenas de ARNm, estas se dividen en fragmentos y cada uno de ellos es envuelto en una capa de lípidos.
La cubierta lipídica permite la entrada del ARNm a la célula. Una vez dentro, le brinda instrucciones para que construya la proteína Spike. Los linfocitos, un tipo de glóbulo blanco chismoso, viaja por la sangre difundiendo: ¡Extra extra, la proteína (S) está en el cuerpo!, comparte las indicaciones para que las otras células también puedan producirla. Cuando el virus entra, el sistema inmune lo reconoce y lo combate con anticuerpos.
A pesar de que ya había investigación sobre este tipo de vacunas, son las primeras en ser utilizadas. Esta tecnología permite diseñarlas en tiempo récord, pero requiere de inversiones millonarias. En diciembre de 2020, Pfizer contaba con un presupuesto de 545 millones de dólares (mdd), la mayor parte fue invertida por la industria privada.
La inversión empresarial superó a la estatal en casi todos los proyectos. De los 11,375 mdd con los que contaba AstraZeneca a finales del 2020, la iniciativa privada aportó 8 mil 531 millones. Solo Sputnik V fue totalmente financiada por el sector público. Si bien, los proyectos en Latinoamérica también están siendo solventados por sus gobiernos, el margen de inversiones es muy distinto.
Cuba, México, Brasil y Argentina son los únicos países de la región que han logrado desarrollar proyectos para una vacuna. Con excepción de Cuba, los demás conforman las economías más fuertes del territorio latino y caribeño. La UNESCO recomienda que la inversión en Ciencia y Tecnología supere el 1% del Producto Interno Bruto (PIB) de cada país. Rusia invierte 3.9%, en América Latina sólo lo cumple Brasil con el 1.27%. Los demás invierten menos: Argentina 0.53%, Cuba 0.47% y México 0.38%.
Para el proyecto mexicano liderado por la investigadora de la UNAM, Alicia Palomares Aguilera, la Secretaría de Relaciones Exteriores dio un apoyo de 3 millones de pesos: “Eso en el extranjero no es nada de dinero”, dijo en una entrevista con Forbes. La investigación se detuvo por falta de presupuesto.
Israel León Pedroza, miembro de la Sociedad Mexicana de Inmunología, considera que el rezago científico es una condición histórica. “Nuestros países no priorizan las políticas sociales y económicas de la investigación. Esta situación no surgió con la pandemia.” La ecuación es proporcional: a menos inversión, menor desarrollo.
México tiene antecedentes en la elaboración de vacunas. En 1908 se creó la primera ley que reguló su producción. Para 1954 se desarrolló el inmunizador contra el tétanos-difteria y en 1960 el Instituto Nacional de Virología fabricó la inyección contra la rabia. Desde 1990 formó parte de los siete países del mundo con autosuficiencia en inoculaciones, sin embargo, con la epidemia de influenza AH1N1 de 2009 tuvo que recurrir a las farmacéuticas extranjeras para iniciar la campaña de vacunación.
“Nuestros países no priorizan las políticas sociales y económicas de la investigación. Esta situación no surgió con la pandemia.”
Israel León Pedroza
El proyecto para un inmunizante contra el SARS-COV-2 inició a finales del 2020. Patria, la vacuna mexicana, entró a la última fase clínica en abril del 2021, se espera que esté lista en el último trimestre del año. La crisis sanitaria requiere que la producción sea rápida y masiva. Según Marlenne Rubio, miembro de Avimex, farmacéutica que se especializa en aves, “el país no tiene la infraestructura para producir millones de vacunas al mes y tuvo que apoyarse en la industria veterinaria”. Asegura que su empresa es la única capaz de solventar la demanda.
Se desarrolla en una alianza de Estado, academia e industria privada. Además de Avimex, participan el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT), el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Instituto de Enfermedades Respiratorias (INER).
Ninguna nación estaba preparada para la amenaza de un virus nuevo, pero las más desarrolladas tenían farmacéuticas e investigadores. En México el proceso fue lento porque hay precariedad entre los científicos, existen pocas motivaciones laborales para dedicarse a la investigación. En 2020 se recortó el presupuesto del CONACyT, y en consecuencia, disminuyó la cantidad de empleados contratados por honorarios.
El gobierno no invierte en el desarrollo científico. La compra de vacunas y los vínculos con industrias extranjeras han solventado la precariedad de los insumos locales. Pero la Covid-19 desató pánico a nivel mundial y las economías más fuertes priorizaron sus necesidades, abandonando a sus aliados latinoamericanos. “Lo importante es tener autonomía, con esta pandemia nos dimos cuenta de que dependemos de la disponibilidad de los demás”, comenta Marlenne Rubio.
“Lo importante es tener autonomía, con esta pandemia nos dimos cuenta de que dependemos de la disponibilidad de los demás”
Marlenne Rubio
Se ha planteado la liberación de patentes como una solución para las regiones que aún no tienen listas sus vacunas. “Es la respuesta simple pero incorrecta a un problema complejo. Lo que necesitamos es que los países ricos compartan las dosis en las próximas semanas, no en cuatro o cinco meses”, ha comentado Thomas Cueni, director de la Federación Internacional de Fabricantes Farmacéuticos.
La única fórmula desarrollada en México no es 100% mexicana. Se fabrica con el virus Newcastle, exportado de la Escuela de Medicina Icahn, en Nueva York. Este se engendra en huevos de gallina fecundados. La proteína Hexapro del Coronavirus se inserta dentro del patógeno Newcastle, que funciona como vehículo para que la Covid-19 entre al cuerpo, el sistema inmunológico la reconozca y se genere inmunidad.
El objetivo de los científicos es crear una vacuna que se adapte a las nuevas variantes. Planean atacar al virus por tres medios: oral, nasal e intramuscular. Esta técnica fue aprendida de la industria veterinaria. “Hay ciertos tipos de virus aviares que al igual que el SARS-COV-2, se incuban primero en las mucosas de nariz y boca. La apuesta con Patria es inmunizar esas zonas antes de que la enfermedad se extienda al resto del cuerpo y así reducir el riesgo de muerte”, señala Rubio.
Butanvac, la vacuna de Brasil también utiliza la fórmula de Newcastle. Se fabrica en el Instituto Butantan, de Sao Paulo. El gobernador João Doria, aseguró que está hecha solo con insumos brasileños, pero al igual que en el proyecto mexicano, la base viral se obtuvo fuera del país.
La colaboración internacional para la producción de vacunas reduce la presión para el desarrollo de una regional. Los laboratorios extranjeros han permitido el trabajo en equipo. Brasil y China trabajan en conjunto. En noviembre del 2020 el Instituto Butantan acordó con Sinovac la compra de 100 millones de dosis de Corona Vac. El laboratorio chino envía el virus inactivo y en Sao Paulo se realiza el envasado.
La fabricación de Corona Vac inició en diciembre del 2020 y se detuvo en febrero del 2021, continuó con normalidad hasta mayo, cuando se volvió a suspender. La interrupción se produjo porque los laboratorios asiáticos pararon el envío de materia prima, lo que provocó una ralentización en la campaña de vacunación. Brasil está sujeto a la disponibilidad de los laboratorios extranjeros.
Argentina también depende de la producción conjunta. Colabora con el envasado de Astrazeneca, Pfizer y Sinovac. Aún no desarrolla su propia patente, sin embargo tiene dos proyectos de investigación avanzados. Uno de ellos es coordinado por Guillermo Docena y Omar Azzaroni, de la Universidad Nacional de la Plata. Esta propuesta utiliza un vehículo de nanopartículas que lleva el inmunizante hasta los pulmones, una de las zonas más vulnerables ante la Covid-19.
El otro es liderado por Juliana Cassataro de la Universidad San Martín. Cassataro es tataranieta de una de las primeras feministas de Argentina. Según ella, el proyecto es una consolidación de la participación femenina en el gremio científico, pues el equipo está conformado en su mayoría por mujeres. La vacuna tiene la misma estructura de los inmunizadores para el Virus del Papiloma Humano apta para poblaciones que no pueden ser vacunadas con RNA mensajero.
Los dos proyectos pretenden que la aplicación sea oral o nasal. El propósito es disminuir los costos de aplicación, pues ya no serán necesarios los instrumentos para una inyección.
En Argentina también hubo colaboración entre universidades y Estado. El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) solo pudo financiar las fases preclínicas en animales, por lo que ahora los proyectos están en busca de convenios con empresas del sector privado para poder avanzar.
Israel León Pedroza menciona que en los países latinos no es común que las empresas privadas inviertan en vacunas. Es una inversión que arriesga sus finanzas porque pocas llegan a comercializarse. El panorama en Estados Unidos fue distinto, en 2020 la fundación Bill y Melinda Gates, financió siete proyectos diferentes. Aclararon que solo uno o dos llegaron a las fases finales y, a pesar de ser una pérdida de miles de millones de dólares, fue un gasto que valió la pena.
La excepción a la regla, ¿qué pasa con Cuba?
Su sistema de salud es universal, gratuito y de buena calidad. Cuba no cuenta con tecnología avanzada pero es capaz de asegurar que nadie quede desatendido. Los estadounidenses cuentan con tecnología de punta e incluso así, según datos del New York Times, el porcentaje de niños que se vacunan en Estados Unidos es menor en comparación con el país caribeño.
Los laboratorios de la isla tienen un historial extenso en el desarrollo de patentes. En 1989 diseñaron su propia fórmula para combatir a la meningitis BC. En 2003, hicieron lo mismo con el cólera y ayudaron a solucionar la emergencia sanitaria en Latinoamérica. ”Es una enfermedad de países pobres y las grandes compañías no se interesan en desarrollar la vacuna porque no es lucrativa”, dijo Concepción Campa Huergo en una entrevista con El País en ese año.
Campa Huergo fue directora del Instituto Finlay, que junto con el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB), conforman los laboratorios más importantes del territorio. Ambos realizan el ciclo completo para la elaboración de una vacuna: investigación, desarrollo y producción. El CIGB desarrolla Mambisa y Abdala, su aplicación es de tres dosis por vía nasal.
El Instituto Finlay produce Soberana 01, Soberana Plus y Soberana 02. Esta última es la apuesta más fuerte. Es una vacuna conjugada, combina un fragmento de ADN del SARS-COV-2 con una sustancia que genera anticuerpos (antígeno). Cuando la sustancia intenta entrar a la célula utilizando la proteína Spike, se genera una reacción inmune contra el antígeno y se bloquea su entrada. “La estructura es muy básica, la conocemos desde hace muchos años y parece ser eficaz. No requiere muchos recursos, sino creatividad”, explica León Pedroza.
Abdala y Soberana 02, serían las primeras vacunas de América Latina. Ambas están en la fase III, se han aplicado a más de 2 millones de cubanos, el 19% de la población. Cuba no ha utilizado vacunas extranjeras, es el único país de la región que podría conseguir la autoinmunización. El éxito de la isla caribeña daría una ventaja al resto de los países latinos en el camino a la inmunidad. El gobierno cubano ha declarado que está abierto a distribuir su vacuna, los costos de sus fórmulas son más bajos y el traslado sería más corto.
Cuba no ha utilizado vacunas extranjeras, es el único país de la región que podría conseguir la autoinmunización. El éxito de la isla caribeña daría una ventaja al resto de los países latinos en el camino a la inmunidad.
Lento pero seguro, ¿la tortuga vence a la liebre?
El desarrollo pausado no necesariamente es malo. El tiempo promedio de elaboración de una vacuna oscila entre 10 y 15 años, la emergencia sanitaria forzó la rapidez del proceso. A diferencia de los primeros países, los investigadores de América Latina tuvieron la ventaja de tener un referente del cual basarse para hacerlo mejor.
En Cuba, Soberana 02 promete ser más eficaz y económica, Abdala cuenta con un porcentaje de efectividad del 92,2%, un rango superior a las de AstraZeneca con su 80% de efectividad. Además, la isla compite contra Estados Unidos en la carrera por la autoinmunización, son los únicos países americanos que no han utilizado patentes extranjeras.
Patria, la vacuna mexicana, atacará por tres frentes para reducir los niveles de mortalidad, el porcentaje de secuelas graves y la capacidad de contagio. Se aplicarán tres dosis, una intramuscular, una nasal y otra oral.
El virus viaja a través de las gotas de saliva que se esparcen al hablar o toser. Cuando entra, se incuba primero en la nariz y la boca, si se logra detener en ese momento ya no afectaría al resto del cuerpo.
La ButanVac asegura cubrir el riesgo de las variantes africana, inglesa y amazónica. “Esta es la generación 2.0 de las vacunas. Hemos aprendido de las anteriores y ahora sabemos cuál es una buena solución para la Covid-19”, declaró Dimas Covas, director del Instituto Butantan.
Es evidente que la lentitud en la producción es un problema estructural que se compone de la falta de inversión pública y privada, escasez de investigadores e infraestructura farmacéutica. Pero el éxito de un país no debería medirse en la rapidez con que se desarrolla su vacuna, sino en la efectividad que esta tenga para proteger a su población. Si las patentes latinas logran cumplir lo que prometen, la tortuga, aún con su paso lento, habrá vencido a una liebre que solo sabe correr.
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