A un mes de dejar la presidencia de la república, el Presidente Lopez Obrador suelta una bomba. Como aquel niño que ponchaba el balón antes de irse, nuestro presidente ha decidido “pausar” relaciones diplomáticas con el gobierno de Estados Unidos. La relación comercial más fructífera de la época moderna, al borde del abismo. Y ¿por que? Porque al presidente no le gustó un comentario que hizo el embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar.
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En el contexto de la reforma judicial, el paquete legislativo más trascendental de este sexenio, se han abierto diálogos con académicos, empresarios, funcionarios y, si, diplomáticos de nuestros principales socios comerciales y culturales. En la gran mayoría de estos diálogos el consenso ha sido claro, un rotundo rechazo a los puntos principales de la reforma: la elección popular de jueces y magistrados así como la reducción de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Consecuentemente, el público internacional ha externado su preocupación. Las más grandes calificadoras de riesgo crediticio, como Fitch, han amenazado con bajarnos el grado de confiabilidad, por la incertidumbre que esta reforma le generaría a inversionistas. Asimismo, el gremio empresarial y asociaciones civiles han cuestionado la imparcialidad de jueces y magistrados tras ser sometidos a un proceso electoral inherentemente viciado por temas presupuestales y partidistas.
Esta semana, el embajador Salazar emite un comunicado externando estas preocupaciones y cuestionando el futuro de las relaciones bilaterales entre ambos países tras una reforma de tal magnitud y la inflexibilidad del gobierno en turno respecto a los puntos de contención. Ahora, en lugar de atender un desacuerdo por medio del diálogo, el presidente de la república decide aplicar la ley del hielo. López Obrador sostiene que la declaración de Salazar es inaceptable, inadmisible, un grosero acto de intervencionismo. En otras palabras, “no sea metiche”, dice el presidente de la décimo-segunda potencia económica en el mundo
Nuevamente se brinca las costumbres cancillares de enviar notas diplomáticas o de sostener consultas con embajadores. Por segunda vez en este sexenio, abre una “pausa” en relaciones como se había hecho anteriormente con España tras no recibir una “disculpa” por el colonialismo. Estas pausas se han convertido en la innovación diplomática del Lopezobradorismo, una salida fácil ante metidas de pata de tamaño colosal.
Nuestro presidente se niega a aceptar que el embajador de un país vecino pueda estar genuinamente preocupado por el desarrollo democratico de su principal socio comercial. Defiende el aislamiento político a toda costa y es incapaz de comprender porque “entrometen” en decisiones de soberanía nacional. Quizá olvide el enorme peso económico que tiene nuestro país. Quizá ya no recuerde el efecto Tequila. O quizá ignore el crecimiento y desarrollo que trajo el neoliberalismo que él tanto critica. Ya no somos un pueblo chico. México es un gigante, miembro del G20, del Fondo Monetario Internacional y que por 15 años consecutivos presidió la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. Nuestras decisiones importan e importan mucho. No es posible que con tantos acuerdos, tratados, y compromisos externos el Presidente simplemente decida poner las cosas en “pausa”. La ley del hielo no se vale ni en los noviazgos ni en la diplomacia.
Lopez Obrador se niega a aceptar que en ocasiones, las reformas de un país puedan afectar el funcionamiento de tratados preestablecidos. Su inseguridad es evidente y palpable por la respuesta desmedida que emite tanto en esta debacle diplomática como en todas las que ha enfrentado su sexenio. El cuestionamiento le produce urticaria; una aversión patológica al diálogo. Sin embargo, no olvidemos que nuestra constitución coloca los tratados al mismo nivel que las propias leyes mexicanas. Jorge Castaneda, ex-canciller de México y catedrático en diplomacia internacional en Sciences Po, cuestiona si se trata de otra renovación diplomática: los tratados que no valen.
La semana entrante se pronuncia el futuro de esta reforma, en fast track, y sin concesiones hasta la fecha. Veremos la clase de representantes que nos gobiernan y la clase de ciudadanía que nos rodea. Una cosa tenemos por seguro, pese a la crítica y pese a la diplomacia (o falta de), México nuevamente se ajustará al cambio. México saldrá adelante por su gente, por el contenido de su carácter y no por la ingobernabilidad que nos aqueja.
Por: Glenn Ernesto Beltrán Padilla