Precios, cotizaciones, tendencias, porcentajes, tasas, proporciones, gráficos… números y más números que percibimos cada día porque necesitamos cuantificar y expresar nuestras realidades para comparar, decidir y administrar nuestros recursos, cuanto escasos o abundantes consideremos que estos son. Todos intuimos, todos hacemos ciencia económica día a día.
Pero, si los economistas utilizan los números y observan datos para construir teorías, dar explicaciones y predecir el futuro ¿es la economía una ciencia social? Todas estas informaciones intentan dar una explicación al comportamiento humano sobre los asuntos económicos que se pueden medir. La rama es tan extensa como lo es la actividad humana, convirtiendo a la economía en el hilo conductor, una herramienta, no solo para inferir la forma en cómo los individuos y las comunidades interactúan entre sí, sino para influir en sus comportamientos; ya lo dijo Margaret Thatcher: “La economía es el método. El objetivo es cambiar el alma”. La dimensión sociopolítica de la economía es transformadora, dicta el modo como organizamos la colectividad y nuestras relaciones con los otros.
Para Noreena Hertz, economista catedrática honoraria en el University College London, el factor diferenciador de nuestro tiempo es la soledad global que desde antes de la pandemia había amenazado las relaciones personales y repercutido en el comportamiento social con consignas como: “si no me cuido yo, nadie lo hará”, “es de mala educación invadir el espacio físico y emocional del otro” o “sálvese quien pueda”; generalizando sentimientos de abandono, de fractura y de polarización. Estamos juntos pero solos. En la economía de la soledad hay personas que se sienten tan solas que alquilan amigos por hora.
La mega tendencia de la economía solitaria se refleja en el cambio de nuestros hábitos de consumo: ahora los productos en presentaciones de tamaño “familiar” dejaron de ser atractivos, buscamos empaquetados individuales; el comercio online ha incrementado; y, estamos en el auge del home office.
La soledad contemporánea (la no deseada) se agudizó durante la pandemia, pero es resultado de la imposición de políticas neoliberales que desde 1980 priorizan la competitividad extrema, la individualidad y el beneficio personal por encima del bien común. El neoliberalismo ha sido una política económica que equipara el tiempo en oro y plata con un capital cultural que premia la indiferencia y el egoísmo para invalidar la compasión, la generosidad y la solidaridad. Y en ese “cada quien lo suyo”, la soledad y la recesión caminan de la mano. Los pobres se encuentran más solos, los desempleados más aislados socialmente, el tejido social deteriorado y la democracia en riesgo por la pérdida de fe en la política representada por el canto que encanta de los líderes populistas.
El antídoto a la soledad es la ayuda mutua. Rescatemos las áreas públicas arrebató la austeridad y la inseguridad, generemos espacios para practicar cortesía, convivencia y democracia; fomentemos relaciones cooperativas; regresemos a los pequeños comercios, procuremos la interacción en las instituciones; recuperemos la cohesión social.
Dulce Janeth Parra, economista y asesora de políticas públicas