Macron no ha cambiado hasta ahora su postura sobre la protesta
El presidente Emmanuel Macron, pidió a su primer ministro encontrarse hoy con una delegación de “chalecos amarillos” y con los representantes de la oposición, quiere negociar para calmar la revuelta social que vive Francia.
La violencia y el caos desatados en París y otras ciudades, justifican de sobra la inflación semántica que la revuelta de los “chalecos amarillos” ha provocado en Francia.
A su regreso del G-20, Macron recorrió las ruinas de la batalla en París en medio de la aparente normalidad tras una noche de disturbios.
El movimiento de protesta de los “chalecos amarillos” exige respuestas desde hace tres semanas y ve cómo parte de sus miembros se radicalizan o justifican a las hordas de “casseurs” (destrozadores o reventadores) profesionales que asolaron el “París central” el sábado.
El presidente francés no ha cambiado hasta ahora su postura sobre la protesta, que es una postura no solo coyuntural, sino de principios: no quiere ceder ante la calle; no quiere renunciar a medidas que forman parte del corazón de sus reformas y del programa electoral que le llevó al poder. No quiere pasar a la historia, repite, como sus predecesores, incapaces según él de implementar reformas durante los últimos 40 años, por recular ante protestas y huelgas.
Pero esa cerrazón, para algunos, incluidos diputados de su propio partido, podría entenderse si se hace frente a cuerpos intermedios, como sindicatos, que responden a una lógica de confrontación y saben hasta dónde pueden llegar sus peticiones. Hoy el poder se ve enfrentado a un movimiento heteróclito, sin líderes reconocidos ni servicios de orden que canalicen manifestaciones y actos violentos. Un movimiento que, surgido y alimentado por las redes sociales, es también una fábrica de peticiones disparatadas y de falsas noticias.
Los “Chalecos Amarillos Libres” afirmaron “querer ofrecer al gobierno una puerta de escape”. Pero esa mano tendida al diálogo va cargada de una serie de peticiones, como la organización de referendos regulares “sobre las grandes orientaciones sociales”, la “congelación” de la tasa sobre la gasolina y combustibles, la anulación del endurecimiento del control técnico a los vehículos, o la adopción del sistema electoral proporcional “para que la población esté mejor representada en el Parlamento” (Asamblea y Senado).
Banjamin Cauchy, uno de los lideres más mediáticos de los “chalecos amarillos”, ya advertía la semana pasada sobre la desconfianza de los rebeldes contra los que quieren representarles: “Hay comportamientos no racionales. Algunos solo buscan ya el enfrentamiento físico. Es triste pero comprensible si se tiene en cuenta la situación que vive el país”.
El primer ministro, Édouard Philippe, recibirá hoy a la delegación de chalecos amarillos después de encontrarse con los responsables de los partidos políticos representados en la Asamblea Nacional.
Antes de abordar posibles salidas a la crisis y de reunirse con los representantes de la oposición, Macron se centró el domingo en subrayar la respuesta al problema del orden público. Más de 200 jueces han hecho horas extras este fin de semana para llevar ante los tribunales a los más de 350 detenidos en París.
La Ministra de Justicia, Nicole Belloubet ha asegurado que los culpables de la violencia recibirán “una respuesta penal firme”. Era una manera de calmar el descontento de los sindicatos policiales ante lo que habitualmente denuncian como el “laxismo de la Justicia.”
Pero los representantes de las fuerzas de orden público no solo piden un castigo proporcionado a los violentos, sino que algunos demandan la declaración del “estado de emergencia”, que en Francia podría facilitar, entre otras medidas, una mayor contundencia en la respuesta a los salvajes y, por supuesto, la prohibición de manifestaciones.
La responsable de Justicia rechazó la posibilidad de instaurar el estado de emergencia, que fue aplicado por última vez en 2015, con motivo de los atentados en París, y en 2005, para frenar la violencia en los guetos que rodean París y otras grandes ciudades francesas. Por su parte, y sin esperar a las negociaciones de hoy, los “chalecos amarillos” llamaron el mismo sábado a través de las redes al “Acto IV” de protesta en la capital.
El presidente Macron tiene menos de cinco días para frenar un nuevo episodio de horror y eliminar el fantasma de pérdida de vidas que ya se teme. Las medidas antidisturbios exigen decisiones rápidas que quizá no coincidan con el “tempo” de las soluciones sociales para apaciguar la protesta. Hoy está en juego el futuro del mandato de Macron.
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