¿Es acaso la violencia del bullying el ejemplo escolarizado de lo que somos como sociedad? ¿Agresiones que sirven como como válvula de escape para desquitar la frustración?
Estamos a punto de terminar la primera semana de regreso a clases. Seguramente muchos de nuestros hijos ya están empezando a recordar la rutina de las tareas, los trabajos y las actividades con sus amigos.
Pero también hay niños y niñas que desafortunadamente regresaron al lugar donde son agredidos, insultados o puestos a prueba todos los días ante acosadores y observadores que les hacen la vida imposible.
La UNESCO señala que al menos en 144 países registrados y en territorios regionales alrededor del mundo, 1 de cada 3 estudiantes sufre acoso escolar.
Intimidaciones psicológicas o físicas que afectan a alumnos de entre 8 y 24 años por su apariencia, color de piel, género, orientación sexual o discapacidad. Una acción que a la larga creará un efecto negativo en la salud mental y en la calidad de vida tanto de la víctima como del victimario.
Hasta el momento no hay una definición estándar o avalada por la RAE sobre lo que es el bullying en concreto, sin embargo la definición del colegio Rogers Hall, me llamo la atención.
Lo definen como acoso o actos de violencia entre pares, individuos o grupos que ejercen poder sobre otro en una misma jerarquía.
¿Es acaso el bullying la mínima expresión o el ejemplo escolarizado de lo que somos como sociedad? ¿Agresiones entre iguales que nos empoderan o que sirven como como válvula de escape para desquitar nuestras frustración?
Niños agrediendo a niños, jóvenes acosando a jóvenes, familias sofocando a familias, mexicanos violentando a mexicanos. Un circulo vicioso que se repite a diario desde cómo nos vemos hasta cómo respetamos al vecino. Un comportamiento muy parecido a la socorrida e inútil costumbre de escupir para arriba.
Una expresión de lo que somos como seres humanos pero ahora en una versión académica reflejada en nuestros hijos como víctimas o victimarios. En un mundo donde se supone que todos venimos a ser felices, pero ah! como no encanta querer lograrlo fregando a los demás.
¿Qué hacer para evitarlo? Socialmente no lo se, pero al menos con los pequeños se sugiere mantener una comunicación constante para observar cualquier cambio en el comportamiento, promover el respeto desde casa, empoderarlos para que denuncien injusticias, reconocer y actuar de inmediato en los colegios ante cualquier brote de violencia, crear entornos seguros y trabajar en equipo para generar pertenencia.
Pequeñas acciones que ojalá empiecen en las aulas y se reflejen en las calles de este México al que ya le urge un poquito de paz.
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