En 1536 sirvió por última vez al Emperador, como maestre de campo de un gran ejército para luchar contra la invasión francesa
Garcilaso de la Vega, fue un poeta y militar español del Siglo de Oro. De origen toledano, nació probablemente en 1501 y murió el 14 de octubre de 1536. Es reconocido por ser el pionero en introducir la poesía renacentista y los versos endecasílabos (de once sílabas) en la lírica española.
Pese a su gran importancia, la obra de este autor fue relativamente corta y no fue publicada hasta años después de su muerte: consta de una cuarentena de sonetos, tres églogas, una epístola, dos elegías y cinco canciones.
De cara a poder admirar su obra, a lo largo de este artículo te hablaremos un poco de él y expondremos algunos de sus versos cortos que vale la pena leer.
Datos
Edad
De acuerdo con Fernando de Herrera, otro escritor del Siglo de Oro español, en Obras completas de Garcilaso de la vega con anotaciones de Fernando de Herrera, Garcilaso murió a 34 años, y que el año en que se produjo el luctuoso acontecimiento fue 1536. Según estos datos, Garcilaso habría nacido en 1501. Pero tal año no es aceptado por unanimidad; dado que no se ha hallado todavía documento que lo atestigüe.
De esta manera, se ha propuesto, en su lugar, el año de 1498 como el de su nacimimiento; sobre la base de la declaración de Pedro Cabrera en 1523, cuando éste afirmó que Garcilaso tenía a la sazón 25 años; o la de 1503, defendida por el primer biógrafo moderno del toledano, Eustaquio Fernández de Navarrete.
Apariencia
Herrera describe asimismo el aspecto físico del caballero toledano, semblanza que, dado que no se tiene certeza absoluta de conservar algún retrato verdadero de Garcilaso, puede ayudar al lector actual a imaginar al poeta.
Según dice, “en el ábito del cuerpo tuvo justa proporción, porque fue más grande que mediano, respondiendo los lineamentos i compostura a la grandeza”.
Cualidades
Herrera apunta que Garcilaso atesoraba las cualidades cortesanas de su época tal; tal como venían expuestas en el libro homónimo de Castiglione, cuya traducción al español el propio Garcilaso había recomendado emprender a su amigo Boscán
Así, Herrera destacó en el poeta de Toledo dos inclinaciones de este cariz áulico: su aptitud para la música, y su osadía para la guerra. Esta suma de destrezas, entre las que despuntaba la poesía, dijo, le hizo merecedor del aprecio de «damas i galanes», según la relación del beneficiado sevillano.
Relaciones
Se casó en 1525 con doña Elena de Zúñiga, dama principal, también de claro linaje, con quien tuvo cinco hijos. Aquel matrimonio había sido de conveniencia, a instancias del Emperador.
Aunque Herrera no dijo ni una palabra de los amoríos de Garcilaso, cuidándose mucho de generalizar la admiración que las mujeres profesaron hacia el autor con el uso del sintagma «damas i galanes», para que nadie pudiera leer entre líneas otra cosa, no se puede decir que el toledano fuera hombre de una sola mujer.
Hace pocos años, Ma. Carmen Vaquero dio a conocer un documento que ponía nombre al que, probablemente, sería el primer amor de Garcilaso, doña Guiomar de Carrillo; con quien tuvo un hijo, Lorenzo, a quien el poeta reconocería como tal en 1529 cuando otorgó testamento. Así lo narró la dama, ya muerto Garcilaso.
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Vida militar
La carrera militar de Garcilaso transcurrió al lado del Emperador Carlos V. Su vehemencia se hizo notar ya en 1519, cuando entró, blandiendo su espada, en la reunión del Patronato del Hospital del Nuncio en Toledo. Aquella acción le costó una sanción económica y destierro de la ciudad por el plazo de tres meses.
El toledano demostró su adhesión a Carlos V en el estallido de las revueltas comuneras, en las que Garcilaso, al contrario de lo que hizo su hermano Pedro, luchó contra los comuneros. En 1522 participó posiblemente en la defensa de la plaza de Rodas, sitiada por los turcos, junto a don Pedro de Toledo y el amigo Boscán.
En 1523, don Pedro de Toledo lo armó Caballero de la Orden de Santiago, y por aquel tiempo fue requerido para acudir a diversos frentes bélicos.
El rey francés Francisco I, conocido rival del Emperador, pretendía ocupar territorios italianos domeñados por Carlos V. Garcilaso participó en el cerco de Salvatierra en 1523, y en el asedio de Fuenterrabía, donde las tropas del Emperador no entraron hasta el 27 de febrero de 1524.
En 1536 sirvió por última vez al Emperador, quien lo había nombrado maestre de campo de un gran ejército formado para luchar contra la invasión francesa de dominios españoles en Italia. Herrera narró la muerte de Garcilaso en combate haciendo especial hincapié en el valor del toledano:
“Entonces, Garci Lasso, mirándolo el Emperador, subió el primero de todos por una d’ellas sin que lo pudiesen retener los ruegos de sus amigos. Mas antes de llegar arriba, le tiraron una gran piedra, i dándole en la cabeça, vino por la escala abaxo con una mortal herida”.
Murió en Niza, y sus restos yacieron en Santo Domingo de esa ciudad hasta que fueron trasladados en 1538 a Toledo, y depositados en San Pedro Mártir, en el mismo lugar donde yacen los de su hijo del mismo nombre.
Poemas
Soneto V – Escrito está en mi alma vuestro gesto
Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero.
Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.
Soneto XIII – A Dafne ya los brazos le crecían
A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.
De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!
Soneto IX – Señora mía, si yo de vos ausente…
Señora mía, si yo de vos ausente
en esta vida duro y no me muero,
paréceme que ofendo a lo que os quiero,
y al bien de que gozaba en ser presente;
tras éste luego siento otro accidente,
que es ver que si de vida desespero,
yo pierdo cuanto bien bien de vos espero;
y así ando en lo que siento diferente.
En esta diferencia mis sentidos
están, en vuestra ausencia y en porfía,
no sé ya que hacerme en tal tamaño.
Nunca entre sí los veo sino reñidos;
de tal arte pelean noche y día,
que sólo se conciertan en mi daño.
Soneto VII – No pierda más quien ha tanto perdido…
No pierda más quien ha tanto perdido,
bástate, amor, lo que ha por mí pasado;
válgame agora jamás haber probado
a defenderme de lo que has querido.
Tu templo y sus paredes he vestido
de mis mojadas ropas y adornado,
como acontece a quien ha ya escapado
libre de la tormenta en que se vido.
Yo había jurado nunca más meterme,
a poder mío y mi consentimiento,
en otro tal peligro, como vano.
Mas del que viene no podré valerme;
y en esto no voy contra el juramento;
que ni es como los otros ni en mi mano.
Soneto XIV – Como la tierna madre, que el doliente…
Como la tierna madre, que el doliente
hijo le está con lágrimas pidiendo
alguna cosa, de la cual comiendo
sabe que ha de doblarse el mal que siente,
y aquel piadoso amor no le consiente
que considere el daño que haciendo
lo que le pide hace, va corriendo,
aplaca el llanto y dobla el accidente,
así a mi enfermo y loco pensamiento
que en su daño os me pide, yo querría
quitalle este mortal mantenimiento.
Mas pídemelo y llora cada día
tanto, que cuanto quiere le consiento,
olvidando su suerte y aun la mía
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