Por medio de una cámara, su ojo construyó buena parte de la identidad de México en el cine, una influencia visual que se extiende hasta nuestros días
Un día como hoy pero de hace 112 años, nació en la Ciudad de México uno de los grandes fotógrafos que llevó el nombre y la identidad de nuestro país a millones de personas por todo el mundo, y que aún hoy, sigue impactando generaciones gracias a su sensibilidad creativa, Gabriel Figueroa.
Considerado como el fotógrafo más reconocido del cine mexicano, su obra contribuyó de manera determinante a formar una imagen definida de lo que se considera como la Época de Oro del cine nacional.
Nacido el 24 de abril de 1907, su madre murió a consecuencia del parto a los tres días de su nacimiento. El golpe fue tan grande para su padre que decidió dejar a sus hijos, Gabriel y Roberto, al cuidado de sus tías.
Desde muy joven mostró un natural interés por las artes, y realizó sus estudios básicos en San Ildefonso para después estudiar pintura en la Academia de San Carlos, la primera escuela de arte en el continente, y música en el Conservatorio Nacional de Música; estas últimas aficiones no tuvieron su conclusión profesional, pero marcaron notablemente el estilo del fotógrafo.
Entre 1923 y 1925, consiguió su primer trabajo en el ámbito fotográfico, con José Guadalupe Velasco, uno de los pioneros en la fotografía de retrato y estudio, quien venía de Chicago para establecerse en México.
Por cinco años desarrollaría el conocimiento y las bases técnicas de la iluminación y el retrato, especialización que dejó marcada en escenas de icónicas películas.
Debutó en el cine en 1932 tomando fotografías fijas de la cinta “Revolución (La sombra de Pancho Villa)” del director Miguel Contreras Torres.
Su experiencia con el manejo de la luz, que sería tiempo después la característica de sus trabajos, inició en 1934 al participar como iluminador en “El Escándalo” y “El primo Basilio”, ambas cintas del director Chano Urueta. Posteriormente, conoció a Alex Philips en el estudio de Ignacio Martínez Solares y comenzó a trabajar en la iluminación de películas como “La mujer del puerto”.
Su primer gran mentor profesional en la cinematografía sería Eduard Tissé, el cinematógrafo soviético de “¡Que viva México!”, el inconcluso proyecto de Serguéi Eisenstein en México, donde trabajó como operador de cámara.
En 1935 recibió una beca para ir a Hollywood, donde se convirtió en uno de los discípulos de Gregg Toland, fotógrafo de “El ciudadano Kane de Orson Wells”, quien sería siempre considerado por Figueroa como su maestro.
De él aprendió la manipulación de la luz, la óptica, la composición y el manejo de la profundidad de campo. Además de Toland, Figueroa también recibió una gran influencia del expresionismo alemán de 1919 y de Sergei Einsenstein.
Figueroa fue alumno de los fotógrafos más vanguardistas de su momento, pues en lo técnico aprendió de Toland la constante innovación y experimentación; y en lo estético, de Tissé, toma la composición visual y la puesta en escena de narrativa artística y social.
A su regreso en 1936, tuvo su primera oportunidad ante una cámara de cine con “Allá en el rancho grande“, considerada como el primer éxito internacional y la cinta que puso las bases del género de comedia ranchera y creó una iconografía mexicana, en lo que sería el comienzo de la época de oro del cine mexicano. Con ella Figueroa ganó el premio por Mejor Fotografía en el Festival de Venecia en 1938.
A inicios de los años cuarenta fundó, junto con un grupo de artistas, la compañía Films Mundiales. En dicho período realizó más de 50 películas con los principales directores de la época tales como Fernando de Fuentes, Alejandro Galindo, Julio Bracho y Miguel M. Delgado, entre otros.
En 1943, con unas 30 películas de experiencia, inicia su sociedad con Emilio “El Indio” Fernández para filmar “Flor Silvestre”, la primer película de Dolores del Río en México tras haberse consagrado ya como una estrella en Hollywood.
Figueroa encontró con Fernández a lo largo de 24 películas la libertad que necesitaba para explorar sus curiosidades y explotar sus influencias artísticas, al coincidir en las intenciones de un cine épico y nacionalista como el que estaba concibiendo “El Indio” Fernández.
Entre las cintas más destacadas que realizaron se encuentran: María Candelaria, La Perla, Enamorada, Río Escondido, Maclovia, Salón México y La rosa blanca.
El sello de Figueroa en el cine, refleja un México de claroscuros y de extremos. De rostros en close ups nunca antes vistos debido a que el cine se recuperaba de una tendencia hacia la teatralidad que le había impuesto la llegada del sonido; además de que en sus imágenes se observan maravillosos paisajes retratados y vueltos personajes.
Se afirma que su estilo personal está estrechamente vinculado, estética y temáticamente, a la obra de maestros de la pintura mexicana como David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Dr. Atl (Gerardo Murillo), de quienes fue amigo y discípulo.
Como ejemplo los primeros minutos de La perla (1945), con esas imágenes de mujeres estáticas viendo al mar mientras las olas rompen en la playa, seguido de imágenes de los pescadores en alineación perfecta, junto a sus mujeres y lanchas, también inmóviles observando el mar, con un gran espacio en la composición para el cielo.
También las primeras escenas de Dolores del Río en “María Candelaria” (1943), con Xochimilco de fondo y como personaje secundario, con la chalupa desplazándose por las aguas de los canales. O las escenas de la agotadora caminata en planicies desérticas y polvorientos cerros del personaje de María Félix para llegar a “Río Escondido”, en el inicio de la película del mismo nombre de 1947.
En el libro “Conversaciones con Gabriel Figueroa”, del director mexicano Alberto Isaac, el fotógrafo asegura: “He querido llevar a la pantalla no sólo la fuerza de la pintura y el mural mexicanos, sino de otro arte en el que también nuestros artistas han destacado: el grabado”.
Además de ser el fotógrafo de su generación y estar detrás de las grandes figuras de la época; como Dolores del Río, María Félix, Jorge Negrete, Arturo de Córdova, Pedro Armendáriz y el propio “Indio” Fernández; Figueroa siguió trabajando hasta 1983, hasta los 76 años de edad.
Su última película fue “Bajo el volcán” (1983) de John Huston, donde entregaría una exquisita fotografía en color como broche de oro a una destacada carrera con más de 200 películas fotografiadas a lo largo de casi 50 años.
Tras su retiro, llegaron los homenajes y reconocimientos. En 1984 recibe el homenaje del San Francisco Film Festival por su aportación a la industria cinematográfica. En 1986 The Festival of Festivals, hoy conocido como el Festival Internacional de Cine de Toronto, en Canadá, le ofrece un homenaje con la proyección de “Macario” (1959) y “Pedro Páramo” (1966). En 1987 recibe el Ariel de Oro de la Academia Mexicana de Ciencias y Artes Cinematográficas.
Gabriel Figueroa falleció el 27 de abril de 1997 en la Ciudad de México, a sus 90 años, y como lo afirmaría el crítico Emilio García Riera en su libro Breve historia del cine mexicano, “para la crítica y el público extranjeros, las películas de Fernández-Figueroa no sólo representan al cine mexicano, eran el cine mexicano”.
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