Las agrias discusiones en las redes no se centran en el golpe de estado o los motivos de la renuncia de Evo Morales, sino en desprestigiar al otro bando
En el año 2004 entrevisté en un hotel de Polanco aquí en la Ciudad de México a quien entonces era presidente de Bolivia, resultado de la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada, quien había ganado la elección. Una serie de protestas encabezadas por el entonces líder cocalero Evo Morales lo obligó a renunciar. En el año 2003 las protestas reprimidas por el ejército dejaron 64 muertos y 228 heridos.
Carlos Mesa, un periodista y empresario, con un aire ceremonioso, propio de los presidentes latinoamericanos, que parece se tragan la bandera en lugar de honrarla, tuvo la encomienda de convocar a elecciones, mismas que ganaría Evo Morales para no soltar el poder hasta el día de ayer, casi 14 años después.
La realidad de Bolivia es distinta a la de toda Latinoamérica, recorriendo sus angulosas carreteras se puede ver a campesinos que tienen sus hojas de coca secando, ya sea para consumo personal o para la venta. Hay que recordar que la altura en muchas ciudades bolivianas obliga al consumo de esta planta para mitigar los efectos del mal de montaña. Y en donde se ha establecido, en virtud de la ley 1008, la permisividad del cultivo de 12,000 hectáreas en el país. Cifra que evidentemente no es respetada.
La conclusión y salida de Morales ya más o menos la sabemos. Unas elecciones cuestionadas, precisamente contra Carlos Mesa, en la que se ponía en duda que hubiera obtenido un 10 por ciento de diferencia sobre el periodista y empresario, además de su negativa a ir a una segunda vuelta, motivos para que estallaran las protestas que según el último saldo habían dejado 3 muertos y 346 heridos y si a esto le sumamos la intervención de la OEA que determinó graves irregularidades, tenemos como resultado la renuncia de Evo, que ayer domingo anunció primero, la convocatoria a nuevas elecciones, y después, ante la presunta intervención del ejército boliviano, su dimisión.
Ante esto ayer mismo, el canciller mexicano Marcelo Ebrard en nombre del gobierno de la República ofreció al presidente Morales y a miembros de su gobierno, asilo político. A las tres de la tarde en punto del día de hoy, lunes 11 de noviembre, en conferencia de medios Ebrard anunció que, de conformidad con las leyes mexicanas y ante la petición verbal y escrita de Evo Morales, el gobierno de México le había concedido el asilo.
Resulta paradójico para muchos mexicanos, que Morales tan cercano a Cuba y Venezuela decida venir a nuestro país. Antes de conocer este hecho la discusión en las mesas de los medios de comunicación y redes sociales, era centrada en sí Morales cayó por las protestas sociales y la voluntad popular o por la intervención del ejército, lo que califican de golpe de estado.
Las agrias discusiones en las redes no se centran en el golpe de estado o los motivos de la renuncia, sino en desprestigiar al otro bando, a los que están a favor y en contra del Presidente López Obrador. Una de las razones puede ser, una política equívoca en materia de relaciones exteriores. En ocasiones se invoca la doctrina Estrada, que consiste en el principio de la no intervención en los asuntos de otros Estados, limitándose a mantener o retirar a sus agentes diplomáticos sin juzgar sobre sus gobiernos o autoridades, doctrina que se ha usado en este sexenio a conveniencia. En el caso de Juan Guaidó autoproclamado presidente de Venezuela, atendiendo a este principio, no se le reconoció, pero en el caso de Evo Morales, desde ayer se calificaba por el gobierno mexicano como golpe de estado la renuncia del mandatario.
La última vez que tuvimos una visita tan “célebre” en calidad de asilado político fue el sha de Irán Mohamed Reza Palevi, en junio de 1979. Que sin duda, propensos los mexicanos al espectáculo circense, vino a conmocionar la vida pública del país, como sin duda será el episodio apellidado Morales.
Texto publicado originalmente en Infobae
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