En el caso del estrés postraumático derivado de un sismo como el de hace dos años, habrá variaciones dependiendo de cómo se haya vivido dicho evento
El estrés postraumático es uno de los padecimientos englobados en el universo de los trastornos de ansiedad, y se desencadena por un suceso de alto impacto, generalmente aterrador para la psique de quien lo experimenta o presencia.
Los síntomas pueden aparecer hasta tres meses después, yendo desde constantes retrospectivas o flashbacks, pesadillas y angustia grave, así como incontrolables pensamientos sobre dicho suceso.
En el caso de quienes vivimos los temblores del 7 de septiembre y del 19 de septiembre, tanto el de 1985 como el del año 2017, la mayoría podemos experimentarlo y el problema para el sistema de salud pública, es que sus efectos pueden persistir hasta por dos décadas, en al menos un 20 por ciento de la población que lo experimenta.
Si bien el terremoto de 1985 dejó en claro la capacidad de resiliencia de la sociedad mexicana, en buena medida por las redes de apoyo, persiste un sector en el que el síndrome no desaparece, dejándolo en tal grado de vulnerabilidad que, de no atenderse, podría llegar a la discapacidad social.
“La persona presenta síntomas constantes de hiperactivación. Estos son insomnio, ansiedad, constante, alteraciones de la atención y concentración y respuestas exageradas a los estímulos, “están como espantados”., nos explica el neuropsiquiatra Edilberto Peña de León.
Y es que, como mecanismo de supervivencia ante cualquier situación que nos represente una amenaza, tenemos reacciones -como el miedo ante un sismo- que se consideran normales pues cumplen con la función de protegernos.
Sin embargo, Peña de León considera pertinente diferenciar con lo que es estrés agudo “que era lo que nos pasaba cuando estábamos viviendo esos días que, era la reacción de emergencia, de todo ese manejo de ansiedad que se necesitaba para dar respuesta a las cosas en ese momento”.
El problema es cuando ha transcurrido un tiempo desde el evento traumático y las personas siguen experimentando estrés y temor de que pueda volver a repetirse, y en caso de no recibir atención especializada, pueden llegar al extremo de quedar paralizadas por el miedo, perdiendo el deseo de trabajar y convivir, pudiendo recurrir al alcohol o drogas como una forma de manejar dicho estado de alteración.
Al respecto, Peña de León nos explica que esta clase de padecimientos ha tenido un incremento en los últimos años, debido al ambiente de violencia que hemos experimentado en el país, con el alza de secuestros, desapariciones y ejecuciones por parte del crimen organizado. “Antes estos pacientes sólo se veían en los hospitales relacionados al ejército o las fuerzas armadas, ahora lo vemos en el ejercicio cotidiano de la medicina”.
En el caso del estrés postraumático derivado de un sismo como el de hace dos años, habrá variaciones dependiendo de cómo se haya vivido dicho evento.
Una será la experiencia de quienes resultaron afectados directamente, ya sea perdiendo su patrimonio o un ser querido, otra de quienes quedaron como meros espectadores del caos, y otra de quienes participaron en las acciones de búsqueda y rescate de sobrevivientes en las zonas colapsadas; los cuales pudieron haberle dado un sentido a sus vidas. Eso depende de experiencias personales previas, incluso de cuestiones genéticas.
En este sentido, otra manifestación de este padecimiento es la evitación o huida de todo lo que tenga que ver o nos recuerde lo vivido, así como la activación simpática, en la que la persona puede sentirse con demasiada energía, al grado que no puede permanecer sentada por un rato ni conciliar el sueño.
¿Pero qué podemos hacer en caso de vernos ante dicha situación? Especialistas en salud mental recomiendan que, en un primer momento, lo más recomendable es permitir que el organismo descanse, que se relaje pues en condiciones adecuadas, el estrés postraumático debe disminuir o desaparecer a los tres meses del evento.
Otro elemento a destacar es tener y mantener redes de apoyo, ya sea amigos o familiares que nos ayuden a mantener un estado de serenidad.
En este sentido, el neuropsiquiatra reitera que no importa la potencia del evento traumático sino la vivencia que tiene cada individuo sobre lo que pasó, por lo que “no podemos descalificar a personas porque su evento traumático es menos grave que el de otras personas”, “y a eso es a lo que le tenemos que dar atención”, evitando que progrese a etapas en los que los síntomas serán prolongados y su tratamiento muy costoso.
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