Gran parte de la población en México tiene apellidos españoles; pero en muchas ocasiones no sabemos cuál es su origen. Aquí te lo contamos
La historia de nuestra familia puede revelarse a través de los apellidos; en ellos encontramos lugares, objetos y actividades con las que se asociaba a nuestros antepasados.
Rosas, Piña, Cuevas, Fuentes, Montes, Molina, Rico, Rojas… los apellidos en el español son demasiado diversos. No sólo representan “hijo de”, sino también son lugares, objetos… y hasta frutas y colores. Representan de dónde venimos, quiénes somos, y qué es lo que heredamos. Es la identidad de una persona, y en algunos casos, de una familia entera por generaciones.
Pese a ser clave para la identidad, pocos realmente se cuestionan no sólo el origen de su familia, sino también el por qué existe ese apellido. ¿De dónde vienen? ¿Por qué hay una infinidad de sobrenombres en el español? ¿Por qué tenemos apellidos de objetos, lugares, colores y hasta atributos?
Para empezar… ¿De dónde vienen nuestros apellidos?
El uso de apellidos nos ha acompañado a lo largo de la historia, aunque su uso apenas existe desde hace 4 mil años. Desde los chinos, pasando por la antigua Persia, y hasta el Imperio Romano, empezaron a utilizar sobrenombres no sólo como una forma para identificar a un clan, sino también para facilitar censos y dar estatus en un mundo dominado por monarcas y nobles. Pero sólo nos enfocaremos al mundo occidental, que es donde procedemos la mayoría de los habitantes de Hispanoamérica.
Los conceptos actuales de nuestros alias datan de la Edad Media europea. Para el caso de España, los primeros registros de sobrenombres se remontan al finales del siglo IX (entre los años 870 y 900, de nuestra era), cuando se formaban por derivación del nombre del padre o de un antecesor del portador en las clases nobles de antiguo reino de Castilla. Es decir, nacen los apellidos patronímicos, que eran los más comunes en esa época.
Apellidos como Martínez (Martín), Rodríguez (Rodrigo), Díaz (Diego), Velázquez/Vázquez (Velasco), Hernández (Hernán), González (Gonzalo), Fernández (Fernando) nacen a partir de este primer sistema de apellidos, que tienen en común el sufijo ‘-ez’ —los “hijo de”, que viene del genitivo latino ‘-ici’ y se fue transformando conforme a los siglos del habla vulgar— creados a partir de la conquista visigoda a la península ibérica. Esto también se transmitió a los reinos de Cataluña y Portugal, pero el sufijo suele ser escrito como ‘-es’.
Con las décadas la costumbre se fue extendiendo hacia todas las clases sociales. Para el siglo XII —los años 1100 de nuestra era—, ya existían registros de usar apellidos conforme al lugar donde nacieran. Es cuando se crean apellidos de lugares como Ávila, Lugo, Lara, Soria, Morales, Campuzano, Murillo, Cuéllar, Palencia y Burgos. Se les conocen como apellidos toponímicos.
Se fueron complicando aún más la formación de los apellidos, al grado de ser “conjuntos” al entrar el siglo XIV —los años 1300 de nuestra era—. Algunos adoptaban tanto el patronímico como el de su lugar de origen —como el empresario medieval castellano Álvaro Núñez de Lara— o se apropiaban de su apodo, como era comúnmente en la época, como los reyes de Castilla Alfonso X, apodado “El Sabio” o Fernando III “El Santo”. Incluso se le añadía cualidades a las personas.
Allí nacerían los apellidos descriptivos o ocupacionales; que van a los atributos o características físicas —Rubio, Moreno, Cortés, Delgado, Maduro, Bueno, Bravo—; o en su defecto, si estaba cercano a un lugar de punto destacable —Del Valle/Valles, Del Río/Ríos, Mares, Sierra/Serrano, Salinas, Rincón, Torres, Castillo—, incluso de países y nacionalidades —Alemán, Francés, Catalán, Inglés, Castellanos— o del oficio que ejercían sus padres —Zapatero/Zapata, Herrera, Aflaro, Juez/Jurado, Pastor, Caballero, Obrador—; incluyendo hasta metáforas en semejanza a animales —Lobo, Cordero, León (también disputado por la ciudad castellana), Caballos, Vaca, Conejo— y fenómenos astronómicos —Luna, Sol o Estella—.
El punto anterior daría también a una “conjunción” de apellidos, es decir, dos palabras en una sola, donde mezclaban un atributo con el lugar, o simplemente se simplificaba su pronunciación. De ahí sobrenombres como Montemayor, Santamaría, Santana, Villanueva, Belmonte, Buenaventura, Latorre o Lafuente.
La influencia de la Iglesia Católica no quedó atrás y también influyo en la creación de los apellidos, principalmente para quienes quedaban huérfanos y abandonados en sus centros religiosos. Al no ser reconocidos por una herencia, los padres solían poner principalmente de sobrenombre Expósito —del latín expositus , “expuesto”, que significa “niño abandonado”—, pero después se fueron añadiendo otros como Iglesias, Cruz, Santos o Blanco.
Los extranjeros también influyeron en apellidos que suenan españoles, pero no lo son. En el caso de Hispanoamérica, muchos provienen, ya sea de la propia Europa o incluso del árabe. Sin embargo, muchos de ellos son de origen vasco, que pese a ser de España, no se habla el mismo idioma, que es el euzkera… aunque eso sí, cumplen con las mismas reglas que los motes medievales.
Ochoa (“Lobo”), García (“oso” y “joven”) Camacho (“Casa del pequeño pasto”), Urrutia (“Lugar lejano”), Zúñiga (“Mirador en la colina”), Barragán (En la Ribera) o Zavala (“Campo Extenso”) vienen del País Vasco. Apellidos como Beltrán (“Ilustre”, en Alemán), Benavides (“Buena vida” en francés), Barreto (“Barrizal” en Portugués) o Medina (“Ciudad luminosa” en árabe) también se aplica.
Ya hasta principios del siglo XVI —los años 1500—, cuando se empezaron a reglamentar los apellidos, se añadió un elemento más: el “y”, donde se incluían tanto los designados de la madre como del padre, con el fin de unirlos y separarlos al mismo tiempo. Esta práctica, aunque ya era normalizada tanto en España como en las colonias americanas, sólo fue reglamentada hasta la creación de Código Civil de España en 1889. En Cataluña es más común que se siga usando, a comparación de otras regiones de España o de Latinoamérica.
Por ello, es común ver a personajes históricos tenerlos, como los artífices de la independencia de México, Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón, el escritor José Ortega y Gasset, o los pintores Goya (Francisco José de Goya y Lucientes), y Picasso (Pablo Diego Ruiz y Picasso). Con los siglos, cayó en desuso y actualmente no es necesario agregar el “y” a nuestros apodos hereditarios, donde veremos el por qué.
¿Por qué usamos dos apellidos en vez de uno?
A diferencia del resto del mundo, que sólo toman el apellido paterno, en España y Latinoamérica se usan los dos (el paterno y materno) para facilitar la identificación de los individuos. La medida se implementó duante en el siglo XVI al establecer la “y” en los motes, esto en una época donde no existían sistemas de registro civil y era común que dos personas se llamaran igual en una misma localidad.
Pero no se han estado aplicando las mismas reglas. En un inicio, las personas tenían una infinidad de nombres —más de tres, para ser precisos— y llegaban tener hasta cuatro apellidos, los dos del padre y de la madre. Actualmente ya no es común usar tres nombres, sino uno o dos, e incluso, sólo se hereda un apellido paterno y materno. Ya sea por desuso o por simplicidad… e igual, reducir caracteres en los actuales sistemas de registro civil.
Esa práctica, que nació del uso común medieval, se quedó plasmado en los códigos civiles de la región. Actualmente se discute, por cuestiones de igualdad de género, si es posible heredar primero el apellido materno y posteriormente el paterno. Aunque suena una práctica de años recientes, en realidad nació en la edad media.
En un inicio, la región de Galicia se colocaba primero el apellido de la madre en vez del padre, cosa que incluso se mantiene en la actualidad en las reglas del Registro Civil de Portugal. Además, la existencia de intereses económicos hacía que se podía llegar a prevaleciese el apellido de la madre para mantener ciertos privilegios.
De acuerdo con crónicas de la época, fechada en el año 1476, un grupo de personas fueron ajusticiadas por los portugueses en la localidad de Toro (Zamora) por conspirar en favor de los Reyes Católicos, entre ellos estaba el matrimonio de Juan Monroy y Antona García. Después de que Castilla ganase la Batalla de Toro, reconocieron el mérito de Antona mandando dorar la reja de la que fue colgada en esa localidad y eximiendo del pago de impuestos a sus descendientes, los Monroy García”. Esos decretos reales hicieron que muchas familias llegaran a conjuntar sus apellidos en uno, como los Riva Palacio, o en casos como Sánchez-Vallejo o López-Dóriga.
El único país de Hispanoamérica que no aplica forzosamente la regla de los dos sobrenombres es Argentina (y también Brasil). La gran ola migratoria europea que tuvo el país a finales del siglo XIX y principios del XX hizo que en los registros de sus nuevos habitantes —donde muchos de sus apellidos terminaron escribiéndose mal— sólo se quedasen con uno, el del padre; pero en el resto del país —donde no hubo grandes olas migratorias— se pueden encontrar personas conservando esa regla.
Y no hemos sido los únicos que adoptamos ese sistema. En Italia, la tradición es utilizar exclusivamente el apellido del padre, pero desde el año 2016 la ley permite utilizar los dos sobrenombres. Una situación que también pasaba en Francia, aunque un cambio de legislación en 2005 permite usar los dos apellidos o que el primero sea el de la madre o el segundo progenitor.