Antier se comprobó que es más fácil organizar u obligar a un gremio a que ahorque una ciudad, que a generar un cambio en la sociedad con la forma de trabajo
El lunes, la Ciudad de México fue controlada por un grupo de taxistas que demostraron ser capaces de interrumpir el derecho de paso de toda una metrópoli, como forma de presión y toma de rehenes para que sus exigencias fueran escuchadas por la autoridad.
Una autoridad que bajo la venda de la no represión, permitió el cierre de los accesos al Aeropuerto Internacional y los principales accesos carreteros a la Capital, con las consecuencias que esto ocasiona, no solo en el retraso de las agendas de sus ciudadanos, sino también en aquellos traslados médicos y de emergencias que perdieron minutos valiosos y determinantes para salvar vidas.
La petición principal, retirar a todas las Apps de transporte de pasajeros o en su defecto, homologar requisitos para que ambos cumplan con la tramitología, capacitación, exámenes y demás exigencias que se le pide a quien busque ofrecer un servicio de taxis.
Una propuesta quizá justa pero opacada ante esta costumbre de querer negociar teniendo la bota encima de la sociedad. Un riesgo al momento de cumplir demandas pues al probar la efectividad de los bloqueos, quién nos garantiza que esto no se convierta en moneda de cambio para futuras peticiones justas o excesivas.
Por lo pronto, antier se comprobó que es más fácil organizar u obligar a un gremio a que ahorque una ciudad, que a generar un cambio en la forma de trabajo. Es más sencillo atentar contra la sociedad que hacer equipo con ella. Y es más redituable acarrear a la ignorancia que querer evolucionar.
Y así, el cuento de nunca acabar, pero quizá con una luz al final del camino. Pues a diferencia de Reforma Educativa donde se le cumplió cuanto capricho quiso la CNTE, aquí las demandas que cumpla la autoridad se podrían ver apocadas con el actuar de los consumidores.
Pues ya movieron ellos y ahora nos toca a nosotros. Será la ciudadanía quien estará en su derecho de subirse sólo a taxis en donde se sienta cómodo y seguro. A unidades limpias y con choferes amables. En donde las cuentas sean claras sin importar si el servicio lo de un sitio de taxis, a través de un teléfono o por medio de una App. Una prueba de fuego para la ciudadanía que tanto se quejó ayer.
Si nos unimos y los clientes faltan, quizá abramos la puerta a una nueva élite de taxistas. De esos que le apuestan a la calidad en el servicio, tal y como ocurre en Londres, en donde ser taxista es un honor, son presumidos por la ciudadanía y hacen que la sociedad se mueva hacia una verdadera transformación. ¿Se podrá?
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