
Es la menor de cinco hermanos y la única sobreviviente de los Bergoglio; hoy, a sus 76 años, está al cuidado de unas monjas por su estado de salud.
“Un hombre de fe y de familia”, así describió María Elena Bergoglio a su hermano mayor, Jorge Mario, en 2013 tras su elección como Papa en el Cónclave que siguió a la renuncia de Joseph Ratzinger el 28 de febrero de ese año.
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La mujer es la menor de cinco hermanos y la única sobreviviente de la familia Bergoglio, que hoy a sus 76 años vive bajo cuidado de unas monjas debido a su estado complicado de salud.
Cabe destacar que desde su elección en marzo de 2013, Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, nunca volvió a pisar suelo argentino, una decisión que generó controversia, desconcierto político y también dolor.
Con 11 años de diferencia, María Elena y Jorge Bergoglio compartieron una relación entrañable, sin embargo, la última vez que se vieron fue en aquella en donde él partió a Roma para asistir al cónclave que a la postre lo transformó en pontífice.
El abrazo qué nunca se dio…
A pesar de la distancia geográfica, los hermanos mantenían contacto frecuente, sin embargo, la salud de ella se debilitó. Separada, con dos hijos, deteriorada físicamente y bajo cuidado de monjas en una institución religiosa en las afueras de Buenos Aires, los médicos le aconsejaron a Elena no viajar al Vaticano, debido a lo largo del trayecto y sobre todo porque las emociones podían jugarle una mala pasada.
De esta forma, aquel abrazo quedó postergado, una y otra vez hasta que en 2019, el artista Gustavo Massó, amigo del Papa, le entregó una escultura con la forma de una mano femenina y un mensaje grabado que conmovió profundamente a Francisco.
La escultura era la mano de María Elena, y el mensaje decía:
“Mirá que me gustaría estar con vos y abrazarte. Creeme que estamos abrazados. A pesar de las distancias estamos muy abrazados”, declaró.
Según Massó, el Papa no pudo contener la emoción. Acarició esa escultura como si pudiera tocarla a ella, su hermana, su familia, su tierra. Esa mano permaneció hasta el final sobre su escritorio en el Vaticano. Fue el abrazo que nunca ocurrió en persona, pero que sí se dio en el corazón.