El Pontífice afirmó que los delincuentes no conocen la ternura e invitó a la sociedad a buscar formas de enviar un mensaje de paz.
El papa Francisco afirmó que los miembros de grupos criminales no conocen la ternura ni las caricias. Por ello, hizo un llamado a dar pequeños pasos y encontrar formas de comenzar a ayudar, enviando un mensaje de paz como sociedad.
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“Pequeños pasos, pequeños pasos. Buscar lugares donde uno puede empezar a ayudar: los ancianos que están abandonados, tirados en un hospicio; los niños son los más frágiles, y recuperar la memoria de los ancianos; cuidar a los chicos”, afirma en entrevista.
“Hay una cosa que les falta a estos chicos (atraídos por la delincuencia), ¿no?, la diferencia en el camino, la ternura; no saben lo que es la ternura. Sobre todo la ternura, una caricia, la hacen a un lado, la vivencia, a veces porque nunca la recibieron, a veces por otras causas”, señala.
En el encuentro, llevado a cabo en su pequeño departamento en Santa Marta, junto a la Basílica de San Pedro, habla también sobre la dictadura militar en Argentina, en especial sobre Esther Ballestrino de Careaga, quien fue su mentora cuando él era un joven de 16 años, en su primer trabajo, en un laboratorio. Ella, una de las fundadoras de las Madres de la Plaza de Mayo, fue secuestrada, torturada y asesinada arrojándola viva al mar, en 1977.
Asimismo, envía un mensaje al pueblo de México, el cual califica como alegre, con capacidad para tantas cosas y, a la vez, con tanto sufrimiento. “Traten de mantener esa historia linda que tienen ustedes… recen por mí, que yo lo hago por ustedes”.
México, tan alegre, pero con tanto sufrimiento
Sobre la situación del control y la violencia que ejercen criminales en México, Bergoglio afirma que éstos no saben los que es una caricia.
“El pueblo de México, es tan alegre, con capacidad para tantas cosas y a la vez con tanto sufrimiento; traten de mantener esa historia linda que tienen ustedes. Dicen que hay mexicanos creyentes y mexicanos ateos, pero todos, incluyendo los que se sienten ateos, son guadalupanos, así que un saludo para todos. Recen por mí que yo lo hago por ustedes”, así concluyó el papa Francisco una larga plática, en una audiencia privada que nos concedió el pasado 7 de agosto.
Francisco nos recibió en su pequeño departamento en Santa Marta, junto a la basílica de San Pedro: una sala, un dormitorio, un pequeño estudio, un baño, todo decorado, con pinturas y obras de arte religiosa sencilla, alguna clásica, otra de origen popular. Nos recibió afectuosamente como un abuelito que se encuentra con sus nietos. Ibamos a ese encuentro Ana Silvia Fernández, mi hija, su esposo, Pablo Mac Cormack, mi compañera, Bibiana Belsasso, y una invitada, Ximena Ugarte. Francisco nos hizo sentar en la salita de su casa, Ana le regaló sus alfajores de hojaldre preferidos, que no consigue en Roma y Bibiana y yo un dibujo de la virgen de Guadalupe de la artista mexicana Marta Ricalde, una obra cuyo original está en el Vaticano.
Francisco quería hablar de lo que había pasado en Argentina durante la dictadura, del malestar que le había causado que un grupo de legisladores argentinos hubiera ido a visitar a los militares condenados a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad durante la pasada dictadura militar en Argentina. Militares que asesinaron, torturaron, realizaron crímenes indescriptibles, desapareciendo a más de 30 mil personas, matando a miles y estableciendo un régimen de terror que duró más de seis años y cuyas heridas aún están vivas en Argentina.
Nos recibió de esta forma porque mi hija Ana, su mamá Ana María Careaga y yo estábamos relacionados con Francisco por una historia familiar terrible, pero que también exhibe la dimensión humana de un papa que cuando lo conocimos era un jesuita en una ciudad de Buenos Aires azotada por la dictadura. Y todo por una mujer, Esther Ballestrino de Careaga, la madre de Ana María que fue mentora del Papa cuando él era un joven de 16 años, en su primer trabajo en un laboratorio. Esther, dice Francisco, fue la mujer que le enseñó a pensar, y sobre todo a pensar políticamente. Esther, que fue una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo, fue secuestrada junto con otras madres y dos monjas francesas en diciembre de 1977, salvajemente torturada y asesinada arrojándola viva al mar. Había sido amiga toda la vida de Francisco. La historia la contamos en detalle en la columna Razones.
Estuvimos una hora 40 minutos con Francisco y nos autorizó a grabar una media hora en la que platicamos con el Papa, Bibiana Belsasso, mi hija Ana Fernández y yo.
Jorge Fernández Menéndez (JFM): Háblenos un poco de la abuela de Ana, Esther Ballestrino de Careaga, usted la conoció desde muy joven, tenía dieciséis años cuando comenzaron a trabajar juntos. Esther fue secuestrada y asesinada durante la dictadura militar, fue una de las fundadoras de las Madres de la Plaza de Mayo, buscando a la mamá de Ana que estuvo secuestrada en aquellos años, ¿cómo era Esther?
Papa Francisco (PF): Era un mujerón, era una mujer decidida y una madre muy fuerte. No era una ideóloga, no, era una mujer que trabajaba, que tenía sentido común, que ayudaba a aprender las cosas, me ayudó tanto, muy humana, muy humana y madre.
Bibiana Belsasso (BB): Bueno, Anita aprendió eso, no conoció a su abuela, pero Ana es una mujer, muy fuerte, tiene su cátedra, tiene su programa de radio, amorosísima, pero contundente.
PF: Esther era muy así… Esther era muy humana, muy humana…
BB: ¿Y lo regañaba cuando trabajaba con ella?
PF: Sí.
BB: A ver, platíqueme esa historia de cómo lo regañaba.
PF: Yo me avivaba, yo sabía cómo eran los resultados de las glicerinas, en el laboratorio. Entonces venían para hacer los análisis de glicerina, cuando ella ponía los resultados, yo inventaba lo que seguía, me decía: “Che, hiciste muy rápido las cosas, estos los inventaste, repetilos”.
Ana Silvia Fernández (AF): ella tenía un respeto y un valor por el trabajo, que creo que por eso se lo hacía repetir, no importa que salieran todos igual, había que hacerlo.
BB: Ahora, en un mundo tan polarizado, como el que vivimos es interesante, porque yo conozco a Esther a través de Jorge, Esther era una mujer marxista, una mujer muy liberal y terminó dándole a usted sus libros para que usted estudiara, para que, sin imponerle nada, estuvieran los dos aceptando el punto de vista de cada uno, que es importantísimo.
PF: Muy respetuosa, muy respetuosa. Jamás te imponía una idea, decía la suya…
BB: Pero no había esta polarización ni esta confrontación que vemos ahora.
PF: No, había más respeto.
JFM: El diálogo es lo que neutraliza la polarización, o sea, la polarización existe porque no existe diálogo, o si son monólogos compartidos no hay posibilidad de diálogo.
BB: ¿Recuerda usted alguna anécdota, alguna plática con ella, que tuvieran puntos de vista los dos completamente distintos?
PF: Eran una detrás de otra, yo la respetaba y ella me respetaba, recuerdo mucho todas las historias alrededor de los esposos, ahí sí recuerdo mucho. Por ahí me daba un libro y me decía: “Mira, léelo, te va a interesar”. Yo le decía: “Explícame esto” y ella me lo explicaba y me respetaba, cuando yo me metí de cura, ella me respetó y eso es la amistad.
JFM: Y mantuvo la comunicación durante toda su vida, ella murió en el 77, pero todos esos años mantuvieron la comunicación.
AF: ¿Nos quieres contar cuando te llamó para que le cuides los libros?
PF: Sí, eso fue genial. Me dijo: “Sí, ¿puedes venir?, la abuela no está bien”, me dice: “¿Puedes venir a darle la extremaunción? Pero traé la camioneta”. ¿La camioneta? Ahí me di cuenta que algo no estaba bien. Fui con la camioneta y me dio todos los libros… Los tenía guardados yo los libros.
AF: Era un riesgo tener guardados esos libros en ese momento.
PF: Su esposo alguna vez me dijo que le gustaría tenerlos, y yo le dije: “Cuando quieras, están en tal lugar”, pero bueno, eran los libros de batalla, de pensamiento marxista, político…
BB: ¿Qué hubiera pasado en ese momento si los militares de la dictadura lo encuentran a usted con esos libros? Hubiera sido gravísimo, ¿no?
PF: No sé, mejor no pensarlo, pero gracias a Dios los cargué y me los llevé a San Miguel.
BB: Pero fue muy valiente en cargar esos libros, en la coyuntura que había, todos perseguidos.
PF: Uno sabía cuándo podía hacerlo o no, peor era cuando llevaba a alguien escondido. Me acuerdo de un uruguayo, murió hace poco, un chico joven que vino de Uruguay escapando y lo seguían, entonces yo lo refugié en San Miguel (un seminario jesuita en las afueras de Buenos Aires), entonces él mando decir: “yo voy a andar en la iglesia tal, en tal banco…”, yo no lo conocía, nos presentaron, lo metí en el auto atrás, cubierto con una frazada, en el asiento atrás, abajo, y lo llevé a San Miguel y tuvimos que pasar tres retenes, porque ya había pasado el cuartel de Campo de Mayo, cruzamos así tres guardias militares, y pasamos; uno cuando hace esas cosas no se da cuenta…
JFM: No se da cuenta de lo que está haciendo.
BB: Pero siempre se encomendaba a Dios.
PF: Ah, sí, claro.
JFM: A ver, mucha gente no sabe cómo vivió usted durante esos años de la dictadura argentina, porque mucha gente dice llanamente que no se lo imagina. ¿Cómo lo vivió usted?, porque, además, nos consta que tuvo un papel importante para nosotros y para muchos otros, para nuestra familia y para muchas familias.
PF: Todos los días había noticias de gente que tomaban presa, desaparecida y hay que vivirlas con mucho cuidado.
JFM: Era provincial de los jesuitas.
PF: Sí. Con mucho cuidado había que vivir. En San Miguel había muchos escondidos, con la excusa de que iban a hacer ejercicios espirituales, los teníamos guardados. Me acuerdo una vez un chico, se había casado hacía poco, dos años, tenía una bebita, trabajaba en el observatorio cercano y un día se lo llevaron y me acuerdo que yo fui al cuartel de la aeronáutica porque suponíamos que estaba ahí, en la zona de San Miguel. El hombre que estaba a cargo parecía un hombre bueno, yo sospechaba que estaba ahí, casi seguro, le dije: “Mire, esta gente que está detenida vive un infierno, pero ustedes que los tienen van a vivir otro infierno peor” y no sé qué le dije, se veía que era un hombre bueno, eso fue a la mañana, casi al mediodía, por la tarde, casi las cinco, pasó por el colegio y me dijo: “Lo van a dejar libre esta noche en tal lugar. No diga nada”. Le avisé a la mujer, fuimos allí y un auto lo dejó libre…
BB: ¿Cómo se llamaba él?
PF: Lo llamo todos los 24 de junio, porque es su cumpleaños, vive acá en el norte de Italia, se llama Sergio.
BB: Pero ésta es una historia que sí se sabe, pero no con esta profundidad de cómo usted les ha salvado la vida a tantas personas.
PF: Sergio vino hace tres meses con la mujer, los hijos ya casados, grandes, Sergio tiene setenta y tantos, algunos menos que yo, setenta y ocho, setenta y nueve años, tiene dos hijos, grandes ya, me decía: “Chico”, él era migrante italiano. El buen hombre que lo dejó libre, a veces tienes un corazón grande y te toca vivir esto, pero si él no hubiera hecho esto quien sabe. Ese hombre me dijo “protéjalo”, entonces inmediatamente llamamos al consulado italiano y a protección consular, lo internaron en Hospital Italiano para curarlo de la paliza que le habían dado y gracias a la ayuda del cónsul italiano se fue en barco con la mujer y la nena a Italia, lo acompañamos al puerto y todo, me viene a ver de vez en cuando…
JFM: Era muy difícil salir de los aeropuertos en esa época.
BB: En ese entonces usted no era el papa Francisco, era un jesuita, Jorge Bergoglio, que se dedicó a apoyar y a buscar a jóvenes para ayudarlos.
AF: ¿Recuerdas qué edad tenías en ese momento?
PF: A ver, yo soy del 36, me hicieron provincial en el 73, cuarenta años.
AF: ¿Vos viste, mi abuela te llamó cuando secuestraron a mi mamá o cómo te enteraste?
PF: Me dijo. Estuvo poco dentro tu mamá.
AF: Sí, estaba embarazada de menos de tres meses y salió de ocho meses… cumplió diecisiete años en el campo de concentración y pasaron cuatro meses más.
PF: Ella me contó cómo se salvó de que la violaran y todo.
JFM: Pero llegó muy lastimada Ana, cuando llegamos a Suecia, el 7 de noviembre de 1977 le hicieron un estudio médico completo y tenía más de mil marcas de picana (de toques eléctricos) en el cuerpo.
AF: Estaba también muy desnutrida, anémica y obviamente demás y en Suecia los médicos le dijeron que era como increíble que yo estuviese viva después de todo eso. Yo cuando fui madre, cuando estaba embarazada y que te dicen que los primeros meses te cuides mucho, que nadie te golpee, pero mi mamá me escribió un poema muy lindo que dice: “Tu sangre fue mi fuerza, mi sangre fue tu vida”, porque los médicos le dijeron eso, que yo me salvé porque le chupé toda la sangre y a la vez ella dice que estando ahí en un momento sintió que no estaba sola. ¿Qué mensaje les da a los argentinos?
PF: Que no aflojen, que conserven la memoria. Conserven la memoria de lo que han recibido. No sólo de las ideas, sino de los testimonios. Ése es el mensaje que les doy en este día.
JFM: Hablamos mucho de los niños y de la violencia.
PF: A los niños hay que educarlos en la realidad y no educarlos ‘para que no les falte nada, que tengan todo, que no miren el horizonte’. Que tenga lo necesario, eso es importante, sobre todo, el cariño de los padres, ¿no?, el amor de los padres, pero que mire afuera, mire que tantos chicos no tienen nada. El trabajo infantil es impresionante, la explotación de chicos para trabajo es impresionante, hay lugares del mundo donde la esclavitud de chicos es cotidiana, y pensar que si durante un año no se fabricaran armas se acaba el hambre del mundo…
BB: El negocio de las armas que es una tragedia.
PF: Me decía el ecónomo (del Vaticano), hablando de la economía y hablando de inversiones y todas esas cosas, que hoy día las acciones que dan más provecho dan son las de las fábricas de armas, por supuesto que no se puede comprar acciones de ahí porque estás dando tu dinero para matar.
BB: Platicábamos hace un rato que hay que conocer la historia, la violencia, las cosas atroces que han sucedido para que esta historia no se repita. ¿Cómo hacer que la gente entienda lo que ya ha sucedido, toda la maldad que ha habido para que no se repita?
PF: Pues es el juego de la calesita (carrusel), ¿viste?, uno se olvida, uno se olvida y es la anestesia peor que hay: olvidarse, ¿no?, por eso estas cosas (muestra una pañoleta en recuerda a Esther que le trajeron de Argentina) a mí me gustan porque recuerdan algo muy duro que pasó, no es solamente ponerse un pañuelo, es mantener viva una memoria y eso… tenemos obligación de hacerlo. La cosa que a mí me sucedió varias veces cuando el primero de noviembre subo a un cementerio, ¿no?, y a veces…, es un cementerio militar, el último que fui fue al cementerio de Anzio, que es el americano, yo iba recorriendo las cruces, diecinueve, veintidós, veintidós…, terrible, la crueldad de una guerra. Cuando fue el desembarco de Normandía dicen que en la playa quedaron treinta mil muchachos, ¿y las mamás?, cuando reciben la carta del gobierno: “Señora, tengo el honor de decirle que tiene un hijo héroe y ésta es la medalla”, “Yo no quiero al héroe, quiero a mi hijo”.
BB: Yo me imagino que ninguna madre quiere al hijo héroe, quiere a su hijo. Ahora hay casi cincuenta mil madres que están buscando a sus hijos en México en estos últimos años.
PF: Es impresionante, la guerra destruye, la ideología destruye.
JFM: Ahora, platicábamos hace un minuto, de lo otro terrible que es que en México no vivimos una violencia del Estado contra la población, no es como se vivió en Argentina o en otros países en los 70, es la violencia de los grupos criminales, me parece todavía más terrible que los grupos criminales puedas ejercer tal nivel de violencia sobre la propia población. Y grupos criminales además que tienen sus propios ritos, que son terribles. ¿Qué mensaje se le puede dar a esa gente?, ¿qué mensaje de paz se le puede dar a esa gente?
PF: Si vos te encontrás con un integrante de estos grupos y lo quieres acariciar, ¿lo harías?
JFM: Claro que sí.
PF: Sentiría que lo querés matar, no saben qué es una caricia, no saben lo qué es la ternura, es impresionante, no saben lo qué es la ternura.
BB: ¿Cómo podemos trabajar como sociedad para darle ternura a toda esa gente?
PF: Pequeños pasos, pequeños pasos, buscar lugares donde uno puede empezar a ayudar, los ancianos que están abandonados, tirados en un hospicio; los niños son los más frágiles y recuperar la memoria de los ancianos; cuidar a los chicos.
BB: Y nos hablaba mucho de la familia, de la estructura de la familia que también es muy importante.
PF: Familia es importante, cuidar la familia…
JFM: El deterioro es, quizás, por el propio deterioro de la familia, ¿no?, cuando uno ve que la abuelita, la mamá, el hijo, el nieto, todos están metidos en una empresa criminal, ¿qué es lo que hemos hecho?, en algo nos debemos haber equivocado demasiado.
PF: Hay que mirar siempre el horizonte…
AF: Tal vez, ese cariño que uno le da a sus hijos es como supernecesario para contrarrestar el mensaje, porque me parece que también estos grupos dan una salida a los jóvenes mucho más fácil en principio, después se vuelve terrible, pero con chicos que van creciendo y van viendo que si hacen ciertas cosas pueden tener mucha plata y si no, no tienen trabajo, entonces van por un lugar también más accesible…
JFM: Quizás no es la plata, es el sentido…, perverso, pero el sentido de comunidad, de pertenencia de que son parte de algo, ¿no?, más que el dinero en sí mismo
PF: Puede ser…Hay una cosa que les falta a estos chicos, ¿no?, la diferencia en el camino, la ternura, no saben lo que es la ternura.
BB: Y también un poco de fe, ¿no?
PF: Sobre todo la ternura, una caricia, la hacen a un lado, la vivencia, a veces porque nunca la recibieron, a veces por otras causas…
AF: Porque vivir en la calle también es difícil, ¿no?, si uno no se pone duro, ¿cómo sobrevive? O sea, hay algo que me parece intolerable y es ver tanta gente durmiendo en la calle, el mundo no puede permitir que haya tanta gente durmiendo en la calle.
PF: Lucha, no bajes los brazos, no bajes los brazos.
AF: Como hacía mi abuela.
JFM: Para terminar, mándemos un saludo para el pueblo de México.
PF: Pueblo de México, tan alegre, con capacidad de tantas cosas y a la vez con tanto sufrimiento, traten de mantener esa historia linda que tienen ustedes. Dicen que hay mexicanos creyentes y mexicanos ateos, pero los que se sienten ateos son guadalupanos también, así que un saludo para todos. Recen por mí que yo lo hago por ustedes.
Con información de Excelsior