La economía mexicana se encuentra en una coyuntura crítica. Las recientes reformas al Poder Judicial, que incluyen la elección por voto popular de jueces y ministros de la Suprema Corte, han generado una ola de incertidumbre en los mercados financieros y entre los inversionistas nacionales e internacionales. Si bien estas reformas buscan democratizar las instituciones y aumentar la transparencia, existe preocupación sobre su potencial para politizar el sistema judicial y debilitar la independencia de un poder clave del Estado.
El Banco de México ha proyectado una desaceleración económica significativa, con estimaciones de crecimiento que podrían caer hasta el 1.1% este año y apenas el 0.4% el próximo. La inversión física muestra señales de estancamiento, y la generación de empleo formal ha disminuido. Las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes), que constituyen la columna vertebral de la economía nacional, enfrentan mayores costos laborales debido al aumento del salario mínimo y a una productividad en declive. Además, las altas tasas de interés reales encarecen el financiamiento, dificultando tanto la operación diaria como la expansión de estas empresas.
Las finanzas públicas también están bajo presión. El gobierno proyecta un déficit fiscal de alrededor del 6% del PIB para este año, con planes ambiciosos para reducirlo al 3% en 2025. Sin embargo, lograr este objetivo requeriría recortes significativos en áreas esenciales como salud, educación y seguridad, lo cual es social y políticamente complejo. Si no se logra un ajuste fiscal creíble y sostenible, podrían surgir dudas sobre la sostenibilidad de la deuda pública, aumentando el riesgo país y afectando la confianza de los inversionistas.
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Agencias calificadoras como Standard & Poor’s han advertido que las reformas constitucionales podrían debilitar las calificaciones crediticias de México y de empresas clave como Pemex. Una degradación en las calificaciones incrementaría los costos de financiamiento y podría limitar el acceso a los mercados internacionales de capital, afectando proyectos de inversión esenciales para el desarrollo económico del país.
El tipo de cambio ha actuado como un termómetro de la confianza en la economía mexicana. Desde mediados de agosto, el peso se ha depreciado más del 7%, pasando de cotizarse alrededor de 18.6 pesos por dólar a casi 20 pesos. Esta volatilidad refleja el nerviosismo de los mercados ante posibles cambios que puedan afectar la estabilidad institucional y económica del país. Aunque un peso más débil puede beneficiar a los exportadores al hacer sus productos más competitivos, también encarece las importaciones y presiona al alza la inflación, afectando el poder adquisitivo de los consumidores.
La secretaria de Economía, Raquel Buenrostro, ha asegurado que las reformas no violan acuerdos internacionales como el T-MEC y que no afectarán la inversión extranjera directa. Sin embargo, la percepción de los mercados y las advertencias de las calificadoras indican que persiste la incertidumbre. Los inversionistas están atentos a cómo se implementarán estas reformas y cuál será su impacto real en el clima de negocios y en la seguridad jurídica.
En este contexto, es fundamental que las reformas se lleven a cabo con prudencia y transparencia, considerando sus repercusiones económicas y sociales. La próxima administración enfrentará el desafío de mantener un equilibrio entre la búsqueda de justicia y la necesidad de garantizar un entorno económico estable y predecible. Solo a través de políticas públicas coherentes y el fortalecimiento de las instituciones se podrá asegurar un crecimiento sostenible y el bienestar de la población.
México se encuentra en un momento decisivo. Las decisiones tomadas hoy tendrán repercusiones a largo plazo en la economía y la sociedad. Es crucial fomentar el diálogo entre los distintos sectores y reafirmar el compromiso con el Estado de derecho para navegar con éxito los retos que se avecinan y construir un futuro próspero y equitativo para todos.