El gobierno entrante se busca distinguir como un regreso a la tecnocracia, colocando a expertos en ciencia y tecnología en cargos clave dentro de la función pública. La primera mujer y primera científica en ocupar la silla del águila, sin aún entrar en funciones, ha creado la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación y ha designado a diplomáticos de primer nivel para llevar a cabo, vaya, la diplomacia en este enlace de transición. El tener a personalidades como Juan Ramón de la Fuente a cargo de esta entrega-recepción se vuelve una señal alentadora para la profesionalización de la función pública.
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Sin embargo, seguimos cargando con el lastre de la visión demoledora que ha caracterizado a los gobiernos guindas desde que comenzaron la llamada cuarta transformación. Se busca un cambio radical en la manera de llevar a cabo el oficio político, pero los modismos son los mismos. Le dan cuello a las instituciones creadas por el establecimiento político, pero les dan nombramientos y candidaturas a los funcionarios que las crearon hace no mucho tiempo en partidos no tan distintos.
La insistencia de reformar el sistema judicial hasta la raíz sigue siendo el tema más contencioso del sexenio entrante. Se han realizado al menos cinco foros de diálogos nacionales sobre reformas constitucionales al Poder Judicial, estos con la finalidad de escuchar a expertos en la materia y a la ciudadanía por igual. Se intenta socializar la reforma y recrear los conceptos del parlamento abierto y la democracia participativa que han cobrado éxito en otros países.
Sin embargo, el tema central de la reforma, elegir a jueces, magistrados y ministros por medio de elección popular, es un tema que en esencia debería ser indiscutible. El ciudadano de a pie no conoce las excentricidades que vuelven al sistema judicial autorregulatorio, no conoce los vicios electorales que corrompen a nuestros servidores públicos y, ultimadamente, es ese ciudadano de a pie quién se vuelve víctima de un sistema judicial sin justicia de por medio.
Estamos frente al último capricho de un pronto-ex-presidente vengativo e imperioso sin plan alguno ni idea de lo que necesita el pueblo de México para salir adelante. No hay una política de estado en cuestión de mejorar el acceso a la justicia para los menos privilegiados. No se contempla que en pleno 2024 hay mexicanos sin acceso a defensores públicos y por ende sin acceso a una justicia cercana capaz de resolver los temas más simples. La falta de acceso a la justicia expedita y eficaz hace la diferencia a la hora de mantener a una familia unida, a la hora de mantener un trabajo para en turno mantener a una familia o, en los casos más desgarradores, el acceso a la justicia hace la diferencia entre la vida y la muerte. Los diálogos y la promoción de la reforma judicial no se enfocan en nada de esto. Su única meta es aprobar la reforma tal y como está.
Cualquier postura que no sea la de su ideólogo es rechazada, ahora sí, de manera expedita y eficaz. Son foros diseñados para fracasar, llenos de paleros contratados o peor aún, adoctrinados, para repetir en las melodiosas palabras de Denisse Dresser: “soliloquios simplistas y mantras mañaneras”.
El gobierno entrante o no conoce las consecuencias o decide optar por el beneficio inmediato y personal de instalar un sistema acomodizo. Una vez abierta esta caja de Pandora, difícilmente se vuelve a cerrar. Así como socializaron el ya difunto INSABI, la rifa del avión presidencial, la creación de la refinería Dos Bocas, o incluso la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional, el gobierno entrante está buscando justificar su arrebato político con la voz del pueblo. El modus operandi se ha vuelto “destruimos y luego vemos”.
Claudia Sheinbaum, con todas sus virtudes, desperdicia la oportunidad de fortalecer un sistema judicial viciado pero funcional, por aventarse al precipicio y hacer historia con lo desconocido. Busca convertirse en la gran reformista, pero lejos de representar a Benito Juárez, su legado se aproxima a la figura divisiva y enigmática que rodea al joven Juan Escutia. En nombre del honor y la justicia, reina la improvisación y el egoísmo.
Por: Glenn Ernesto Beltrán Padilla