Rodeado por varias de las avenidas más importantes del sur de la CDMX, desde el Estadio Olímpico Universitario se observa el cerro del Ajusco y los volcanes
El 7 de agosto de 1950 se concretó un sueño. Ese día, en una hondonada del Pedregal de San Ángel se colocó la primera piedra del Estadio Olímpico Universitario. En cada uno de sus rincones están grabadas historias de triunfos con tinte épico, el recuerdo de derrotas que calan el espíritu, y la memoria de los títulos que forjaron la leyenda de los Pumas de la Universidad Nacional, tanto en futbol americano como soccer.
La obra civil se construyó en ocho meses, y en ella participaron más de 10 mil obreros que trabajaron las 24 horas del día. El 20 de noviembre de 1952 abrió sus puertas por primera vez, con la Ceremonia de Dedicación de la Ciudad Universitaria, encabezada por el exrector Luis Garrido y el entonces presidente Miguel Alemán.
Este recinto es parte fundamental del campus central, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO el 29 de junio de 2007. El proyecto arquitectónico y la dirección estuvieron a cargo de Augusto Pérez Palacios, Raúl Salinas Moro y Jorge Bravo Jiménez, con la colaboración del entrenador de futbol americano Roberto Tapatío Méndez y el profesor Jorge Molina Celis, decano del atletismo universitario.
Pérez Palacios, artífice de la obra, estudió en la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso y en la Academia de San Carlos; se recibió en 1933 con un proyecto de “Ciudad Universitaria” en los terrenos que pertenecían a la Hacienda de los Morales.
En 1963 escribió El Estadio Olímpico. Ciudad Universitaria, libro donde relató la historia de la edificación: pormenores, proyecto y criterios estructurales, entre otros. El texto fue ilustrado con planos, croquis y fotografías de Saúl Molina y de la Compañía de Aerofoto Mexicana.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la economía mexicana alcanzó un desarrollo notable. Entre 1940 y 1958 el crecimiento anual del PIB fue superior al 6.5 por ciento, mayor al de la población, de alrededor del tres por ciento. A este período se le conoce como el “Milagro mexicano”.
Siendo rector de la UNAM Rodulfo Brito Foucher, en 1943 comenzaron las gestiones para adquirir unos terrenos al sur de la Ciudad de México para construir un espacio que aglutinara a todas las facultades y fuera sede de la Universidad.
Tres años después, con Salvador Zubirán en la Rectoría, se constituyó la Comisión de la Ciudad Universitaria, para dar seguimiento al proyecto. Se convocó a concurso y el proyecto ganador fue el de la entonces Escuela Nacional de Arquitectura, y los arquitectos Enrique del Moral, Mario Pani y Mauricio M. Campos fueron designados directores-coordinadores de la construcción.
En los albores de la década de los 50 comenzó la construcción de la Ciudad Universitaria y sus instalaciones deportivas: el Estadio Olímpico Universitario, la Alberca Olímpica Universitaria y el Frontón Cerrado, entre otras.
El día que el Estadio abrió sus puertas (20 de noviembre de 1952), a las 5:30 de la tarde se dio paso a los II Juegos Juveniles Nacionales. Nueve días después fue sede del primer clásico de futbol americano disputado en este campus y ganado por los Pumas 20-19 sobre los Burros Blancos del IPN.
Visto desde el aire, el Estadio Universitario –como se le conoció en esa época– se asemeja a un sombrero de charro, para otros simula el cráter de un volcán. Está construido casi en su totalidad con base de mampostería de roca volcánica, aprovechándose al máximo el material propio del lugar.
Rodeado por las avenidas Universidad, Revolución, Insurgentes y el Periférico, desde el Estadio se observan el cerro del Ajusco y los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl. En su lado oriente luce el relieve mural La Universidad, la familia y el deporte en México, realizado por Diego Rivera a los 66 años de edad; su relevancia dentro del movimiento muralista y en la pintura mexicana le asignaron un sitio en el magno proyecto plástico y cultural de Ciudad Universitaria.
El altorrelieve, constituido por piedras de colores naturales (tezontle, piedra de río, tecali y mármol, entre otras) aplicadas con cemento, directamente sobre el muro en talud, es sólo una parte de la propuesta original, más ambiciosa, que consistía en recubrir la totalidad de los muros exteriores del recinto deportivo.
La obra no se terminó. Según los historiadores, la parte inconclusa, sería trabajada con una técnica similar a la de los constructores de Mitla.
Rivera conjugó, de manera ecléctica el escudo de la Universidad Nacional como interpretación plástica del mestizaje. Referencias a las raíces culturales prehispánicas, como las mazorcas de maíz, el nopal y la serpiente emplumada, junto a una valoración de los trabajadores anónimos y la conjunción de fuerzas sociales, pretendieron constituirse en un referente nacionalista.
El muralista definió la obra como escultopintura y se refirió a ella como la realización más importante de su vida como “obrero plástico”, debido a que “a mis posibilidades individuales de invención y construcción, a mi sensibilidad creadora, se han sumado 70 sensibilidades de obreros admirables, albañiles y canteros que son tan artistas como los 12 pintores y arquitectos que hemos trabajado juntos”.
El artista también hizo obra en el interior del palco del rector, con la técnica de esgrafiado sobre pasta color óxido en las dos caras de un muro curvo de concreto. En el lado cóncavo dibujó el mural “La llama olímpica”; en la cara convexa, uno que simboliza la fundación de México-Tenochtitlán.
El Estadio constituye un valioso documento de “piedra memorial”. Es personaje y, a la vez, escenario de las glorias de los juegos clásicos del futbol americano y de gestas atléticas internacionales.
En el siglo XX fue sede de importantes competencias deportivas: los VII Juegos Centroamericanos y del Caribe en 1954 y 1990; los II Juegos Panamericanos en 1955; la XIX edición de los Juegos Olímpicos en 1968; los VII Juegos Panamericanos en 1975; la X Universiada Mundial, en 1979, donde se disputó la final de futbol que ganó México; y el Mundial de Futbol México 1986.
Aquí, la afición ha celebrado más de 20 campeonatos ganados por el futbol americano de la UNAM, y cuatro de los siete títulos obtenidos por los Pumas en la Primera División: 1977, 1981, 1991, Clausura 2004 y Clausura 211.
Las primeras páginas de gloria azul y oro se escribieron el 29 de noviembre de 1952. Tras una brillante temporada, el campeonato se disputaría en el clásico de futbol americano UNAM-Poli, que inauguraría el Estadio como sede de los universitarios. El encuentro tenía también un significado especial para los rivales, que rendirían homenaje a su entrenador, el padre benedictino Lambert J. Dehner, que dirigiría su último partido.
Ese día se registró la primera gran entrada para un espectáculo deportivo estudiantil: se estima que más de 100 mil asistieron; algunos encaramados en el palomar y otros hasta en los bordes del recinto. El juego estaba programado para las 3 de la tarde y desde las 12 del día estaba abarrotado.
El clásico se definió en los últimos dos minutos del encuentro: con el marcador 19-14 a favor de los visitantes, Gustavo Patiño, en jugada de pantalla, lanzó un pase a Juan Romero, quien eludió tacleadas y logró anotar para dar voltereta al juego y así otorgar el triunfo a los Pumas, con un marcador de 21-19, y con ello el título del campeonato.
A partir de la inauguración del Estadio, los Pumas contaron con un recinto de mayor capacidad, seguridad, comunicación y suficiencia de estacionamientos. Tan solo en la década de los 50, ganaron cuatro campeonatos nacionales en casa: en 1952, 1956, 1957 y 1959.
También conquistaron el título en 1961, 1966 y 1967, gracias al brazo del quarterback Joaquín Castillo, y a la estrategia de Roberto Tapatío Méndez, en su última temporada como coach. El 21 de octubre de 1967 es una fecha imborrable por el marcador 52-0, a favor de la UNAM contra el Poli Guinda, la mayor diferencia lograda en un clásico entre equipos de la Liga Mayor de México.
Con 24 campeonatos nacionales y cuatro subcampeonatos terminó la primera etapa del futbol americano en la Universidad.
En los años 70, comenzó la Liga Nacional y el equipo de esta casa de estudios fue dividido en tres escuadras: Cóndores, Águilas Reales y Guerreros Aztecas. Los primeros obtuvieron tres campeonatos: 1970, 1978 y 1979, en donde destacaron jugadores como Leonardo Lino, Santiago Caballero, Juan Lugo Vega y Omar Mercado, entre otros.
Entre 1980 y 1989, el Estadio Olímpico fue escenario de seis finales ganadas por Cóndores: 1980, 1983, 1984, 1985, y 1986. En 1987, en duelo fraterno, los Osos de la ENEP Acatlán vencieron a los aurinegros, para conseguir un campeonato más para el futbol americano de la UNAM. En esta década, sobresalieron Alejandro Carpinteiro, hijo de Fernando Carpinteiro, capitán de la escuadra azul y oro en 1958; Miguel Ángel Montes y Marco Ramos.
En los 90, los Cóndores sumaron dos campeonatos, 1990 y 1991, con la destacada participación de Luis Araiza, considerado uno de los mejores corredores de balón que ha tenido este deporte en el país.
A partir de 2008, Pumas CU participó en todas las finales y obtuvo dos de los cuatro títulos en disputa. Ese año se proclamaron campeones invictos de la Conferencia del Centro, tras vencer en la final a Águilas Blancas del IPN, 17-0 en el Estadio Olímpico Universitario. Con el campeonato, rompieron 17 años de sequía.
El 20 de noviembre de 2010, 58 años después de la inauguración del recinto y en el marco de los festejos del centenario de la Universidad Nacional, Pumas CU consiguió su vigésimo cuarto campeonato, frente a los Auténticos Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León, con un marcador de 31-21.
La escuadra de la UNAM también sumó a sus vitrinas los campeonatos de las temporadas 2013, 2014 y 2017 de la Liga Mayor de la Organización Nacional Estudiantil de Futbol Americano (ONEFA). En los dos más recientes obtuvieron el título en el recinto del Pedregal.
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