“No puedo pensar en ninguna necesidad de la infancia tan fuerte como la necesidad de protección de su padre.” Sigmund Freud.
Precisamente ayer celebramos en México el Día del padre. De ese hombre que lejos de ser copartícipe en la concepción, debe de ser quien comparta las lágrimas y angustias, quien hace mayor la alegría, aquel que guía con mano firme pero amorosa y ese que sus abrazos se sienten en el alma por siempre. Lejos de los restaurantes llenos y de las redes sociales llenas de postales de la familia perfecta, de las fotos melosas en donde el padre es un verdadero héroe, los números no dejan de asustarnos. Celebró sin duda que existan familias así, en donde todo sea o parezca perfecto, pero para documentar su optimismo le doy algunas cifras.
Según datos de la UNICEF, en nuestro país el 62 por ciento de los niños han sufrido en algún momento maltrato. Mientras que en los últimos 25 años han muerto diario por lo menos, dos niños menores de 15 años. Tenemos la tasa de mortalidad de adolescentes más alta del mundo con 95.6 muertes por cada 100 mil adolescentes de acuerdo con el estudio Waiselfisz. Dentro del mismo análisis alcanzamos también el primer lugar en mortalidad de jóvenes y niño con 26.7 de 0 a 19 años por cada 100 mil habitantes por año. Obviamente estoy dando datos de muertes violentas. Luego entonces ni lo que dice Freud ni lo que piensa este autor se materializa en México, muchas veces por la propia violencia galopante del país, pero muchas otras por que los perpetradores de la misma son los propios padres o padrastros de los pequeños.
Dentro de todo este universo de violencia contra los niños no puedo imaginar algo más cruel y que deje una huella más profunda que las agresiones que puedan sufrir por parte de la pareja que los procreó. O sea la violencia en contra de los infantes por causa de un divorcio y por la cruenta lucha por la patria potestad o la guarda y custodia de los mismos. Con mucho tino, una twittear me decía que cuando una pareja se separa con odio, se agarran literalmente a “niñazos” sin importarles las profundas huellas y daño sicólogo que les van a causar para el resto de su vida. A veces casos ignominiosos de alienación parental, a veces solo la utilización inescrupulosa de sus sentimientos y de su dolor.
El caso de Mireya Agraz es sin duda el mejor ejemplo. Una mujer que evidentemente tenía un fuerte problema emocional. El mismo que la llevó a la tumba junto a su padre y sus tres menores. Salvándose la abuela que será probablemente quien pague por los desórdenes y peleas de su hija. Del otro lado un padre que presuntamente movió influencia o repartió dinero. La cuestión es que estos asuntos en donde se decide en el caso de la patria potestad es decir, la educación y vida de un menor, y en el de la guarda y custodia, con quién va a a vivir y los cuidará, se han vuelto interminables, en este 5 años, pero en todo el país este es el común. El padre o la madre que tiene a los hijos y no deja que su ex pareja los vea sabedores del profundo dolor que causarán en el otro. Chicanas van y vienen con tal de prolongar el dolor de enfrente. Una legislación que lo permite y a veces juzgadores insensibles que tienen tal número de expedientes que olvidan que sus resoluciones se convierten en lágrimas, dolor y locura.
A Mireya la entrevisté en Imagen Noticias, en esa mesa estaba sentada Julia Borbolla y la fiscal para delitos sexuales de la PGJCDMX, Alicia Rosas. Nadie pudo ayudarla. Yo en primer lugar, me siento francamente frustrado y fracasado, pues no puedo sacar de la cabeza, que más hubiese podido hacer para evitar la tragedia. El ventilar el caso, el abrir el foro para que se exprese una mujer que siente que sus derechos han sido violentados ya no es suficiente. Aunque la autoridad sea la responsable, los periodistas y los medios ya no podemos quedarnos cruzados de brazos.
Se necesita una clara acción legislativa para modificar la legislación y que estos asuntos queden resueltos en un periodo más breve, para que los jueces tengan libertad de acción en imponer medidas urgentes o necesarias. Se necesita que los Tribunales vean a los niños no como un número de expediente sino como seres que sufren con la dilación y las medidas que marcarán su destino. Y que los padres entiendan que la guerra no es con sus hijos, que no es contra nadie, que si el amor se acabo y es sustituido por el odio, los hijos no deben de ser receptáculos de sus frustraciones. Sin duda mientras lo anterior no pase, el caso de Mireya se repetirá.