La noche anterior en Vancouver, los conspiradores habían registrado dos maletas que contenían explosivos. Una de ellas estaba dirigida al vuelo 182 y la otra al vuelo AI301.
Fue en la tranquila madrugada del 23 de junio de 1985 cuando el vuelo 182 de Air India, conocido como “Emperor Kanishka”, partió del Aeropuerto Internacional de Montreal hacia Nueva Delhi y Bombay, con escala en Londres. A bordo se encontraban 307 pasajeros y 22 miembros de la tripulación, la mayoría de ellos canadienses de origen indio. Sin embargo, detrás de este vuelo aparentemente normal se escondía una tragedia motivada por la venganza y marcada por la desesperación.
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El avión, un majestuoso Boeing 747-200, no llevaba solo a familias que volvían a su tierra natal o a jóvenes explorando el mundo. Entre el equipaje, sin el conocimiento de los viajeros, se ocultaban explosivos meticulosamente colocados por extremistas sijs. Este acto no era fortuito; era el resultado de una escalada de tensiones entre la comunidad sij y el gobierno indio, exacerbada por la Operación Estrella Azul un año antes, cuando las fuerzas indias asaltaron el Templo Dorado, el santuario más sagrado de los sijs.
La noche anterior, en Vancouver, los conspiradores habían facturado dos maletas cargadas con explosivos. Una estaba destinada al vuelo 182 y la otra al vuelo AI301 que salía de Tokio hacia Delhi. Las bombas se ocultaban dentro de equipos electrónicos, un método engañoso que permitía evadir las medidas de seguridad de la época, que permitían el equipaje no acompañado. Aunque la bomba destinada a Tokio fue descubierta y desactivada a tiempo, la del vuelo 182 siguió su curso mortal.
Las primeras horas del vuelo transcurrieron sin incidentes. Los pasajeros, despreocupados, dormían o charlaban con sus compañeros de viaje. Mientras tanto, el vuelo cruzaba el Atlántico hacia su escala en Londres. Pero a las 08:14, hora local, cuando el avión se encontraba a unas 120 millas de la costa irlandesa, la bomba explotó. La detonación fue catastrófica, desintegrando instantáneamente el “Kanishka” en una lluvia de escombros sobre el frío Atlántico.
Los equipos de rescate se movilizaron rápidamente. La marina irlandesa, aviones de reconocimiento británicos y múltiples barcos convergieron en el área, pero el océano sólo ofreció restos del avión y los cuerpos de las víctimas. De los 329 a bordo, solo 132 cuerpos fueron recuperados en una operación de rescate que se extendió por días y que se grabó en la memoria colectiva como una de las más dolorosas.
El impacto del atentado resonó más allá de las aguas del Atlántico, llevando a una de las investigaciones más largas y costosas en la historia de Canadá. El principal sospechoso, Talwinder Singh Parmar, líder del Babbar Khalsa, nunca fue procesado en Canadá por este crimen; huyó a Pakistán y más tarde fue asesinado en la India. Otros acusados fueron juzgados en Canadá, pero las pruebas fueron insuficientes y las dificultades en la cooperación entre el CSIS y la RCMP obstaculizaron la justicia.
La tragedia del vuelo 182 de Air India dejó un legado de dolor y pérdida irreparable y marcó un antes y un después en la seguridad aérea internacional, llevando a reformas profundas en los procedimientos de seguridad de equipaje y cooperación interagencial, tanto en Canadá como en el resto del mundo. Este atentado sigue siendo un recordatorio sombrío de las vulnerabilidades en la seguridad aérea y las consecuencias devastadoras del terrorismo.
Con información de Excelsior