Por Dulce Janeth Parra
Cifras del informe sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, publicado conjuntamente por cinco organismos de las Naciones Unidas, describen un panorama desalentador, pues estima que hasta 828 millones de personas han padecido hambre en 2021, esto es, un incremento de 15.3 % de personas afectadas por el hambre en 2020 y de 22.1 % en 2021 con respecto a la cifra registrada en 2019. El hambre ha alcanzado a 9.8 % de la población mundial, frente a un 8 % registrado en 2019. En México el escenario no es distinto, se padece hambre. Según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) en 2021 al menos 60.8 % de los hogares mexicanos se clasificaron con algún nivel de inseguridad alimentaria. Para 2022 un 23.5 % de la población vivió en pobreza alimentaria.
La Organización de la Naciones Unidas (ONU) ha predicho una crisis multifactorial sin precedentes. La inseguridad alimentaria en todo el mundo se ha agudizado por los conflictos bélicos, alteraciones climáticas, interrupciones de las cadenas de suministro y la desaceleración económica mundial. Al mismo tiempo, los gobiernos (por lo menos el mexicano) se enfrentan a sus propios problemas: inflación, endeudamiento, corrupción, dependencia y tensiones sociopolíticas…
Sigamos hablando en datos: México cerró el año 2022 con una tasa de inflación de 7.82 %, la más alta en los últimos 22 años; cuyo impacto para los hogares con menores ingresos se ha calculado en dos puntos porcentuales por encima de la generalizada, considerando patrones de consumo y la proporcionalidad del gasto respecto a niveles de ingreso. Según un análisis del Instituto Mexicano para Competitividad (IMCO), la inflación que las personas más pobres experimentaron al cierre de 2022, llegó al 9.7 %.
Aunque la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (CONASAMI) informó recientemente una recuperación del poder adquisitivo, las y los mexicanos tenemos otros datos. Tenemos otras vivencias… La inflación disminuye la capacidad adquisitiva, en particular la de la población en situación de pobreza; y, mientras que la brecha entre pobres y ricos se vuelve escandalosa, la carencia por acceso a la alimentación tiende a aumentar.
Por otra parte, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) estimó en 2018 que el desperdicio de comida alcanzó los 20.4 millones de toneladas, equivalentes a 34% de la producción nacional, el impacto económico se contabilizó en más de 400 mil millones de pesos. El cambio en nuestros hábitos de consumo nos obliga a cuestionar al funcionamiento de los sistemas de producción, no por cantidad insuficiente sino por calidad de los alimentos; de distribución, no solo para compradores que pueden pagar sino para quienes más los necesitan; y, de un consumo sin sentido y en soledad inhumana, como lo apunta la antropóloga Patricia Aguirre.
Los retos sociales son colosales, urgentes, complejos. Las relaciones sociales solitarias que hemos normalizado, legitiman quién come y quién no. La inflación no da tregua al costo de la soledad. No se avista una tarea sencilla para enfrentar la crisis por inflación y la prevalencia de la inseguridad alimentaria. Necesitamos que la voluntad política avance hacia el desarrollo empresarial conducido a una expansión de los pequeños empresarios innovadores que se traduzca en el crecimiento de la economía social, generando relaciones solidarias y de confianza. Empecemos por la reciprocidad en la ayuda que al final es el remedio para una sociedad solitaria.
Dulce Janeth Parra es economista, especializada en políticas públicas. Actualmente es asesora para diversas instituciones en Baja California.