El largometraje relata un viaje ácido que parece no acabar jamás
Cuando decides hacer un viaje con alguna droga, hay que tomar en cuenta tu estado emocional, quizás esto sea un buen consejo porque de ello depende si tienes un buen viaje o uno terrible. Con ellas llegas a un estado climático, de el éxtasis más alto, al CLIMAX y a partir de ese momento te desprendes por completo, después llega lo que se le llama el bajón o la resolución, pero, ¿qué sucedería si ese clímax, que te ha llevado a la cúspide, parece no acabar y en lugar de provocarte el máximo de los placeres se vuelve el más repulsivo de los infiernos?
Gaspar Noé retrata en éste, su quinto largometraje, una situación, muy a su estilo, de un viaje ácido que parece no acabar jamás y volver locos no sólo a los protagonistas, sino al mismo público.
Con largos y brutales planos secuencias, Noé nos adentra a una gran fiesta de baile, perfectamente coreografiada y con un soundtrack noventero de la época dónde los “raves” eran la onda o lo más cool, cómo se denominaba en esa época.
Gaspar Noé nos ataca, como espectadores con un maravilloso repertorio musical del que se desprende una secuencia fenomenal coreografiada con la canción “Supernature” interpretada por Cerrone que es la puerta de entrada a lo que irá desatando la historia.
Pero la banda sonora aparte nos ofrece unas rolas formidables como “Pump up the volume” (MARRS) , “Voices” (Neon), “Rolling & Scraching” (Daft Punk), la delirante y larguísima “French Kiss” (Lil Luis) y algunas rolas clásicas como “Angie” de The Rollings Stones y “Born to be alive” de Patrick Hernandez, recordando esos “raves” que se hicieron tan populares por los años 90, que no acababan y las drogas eran parte esencial de aguantar despierto.
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=Jmcoja72GPs] Pero volviendo a la cinta y saliendo de este viaje musical, Noé crea una narración alucinante, llena de luz roja, parte de la bandera francesa, llena de lentejuelas y luces que por momentos la alucinas. Las luces estroboscópica, son parte de esa psicosis que el director sabe que le dará al público, alargando las situaciones a su máximo nivel, no sólo con los planos secuencias mencionados, sino juegos de cámara que dan vueltas y pone al mundo de cabeza, adentrándose en las entrañas y el sudor de los protagonistas que por momentos desaparecen y vuelven a escena enfrascados un su propio viaje que comparten con el espectador volviéndolos, de alguna forma, cómplice de sus deseos o sus infiernos.