¿Es necesario alargar la vida de una persona? Arnoldo Kraus dio una cátedra de bioética y de la necesidad de legislar sobre la eutanasia y el suicidio asistido
¿Qué tienen en común Quetzalcóatl, Cristo y Osiris? Los tres son deidades que, aunque mueren, pueden resucitar. Y a pesar de que todos sabemos que esa es una habilidad que los seres humanos ordinarios no poseen —todavía, dirían siniestramente los que ya están planeando cómo conquistar el mundo—, los tres son modelos a seguir, sobre todo cuando alguien está cerca del último suspiro.
Con esa reflexión comenzó Eduardo Matos Moctezuma la charla “Morir con dignidad” antes de cederle el micrófono al ponente, Arnoldo Kraus, médico miembro del Colegio de Bioética.
La discusión sobre la eutanasia o el suicidio asistido —conceptos que no son idénticos, como Kraus explicó más adelante— nunca va a ser sencilla.
Kraus comentó que hay varios aspectos que la hacen así de complicada: las creencias religiosas; los avances tecnológicos que prolongan la vida, pero no la calidad de esta; lo impersonal de la relación médico-paciente y la misma manera en que se afronta la situación cuando se pone sobre la mesa la remota posibilidad de elegir el momento de la muerte a sabiendas de que la enfermedad no va a desaparecer. “No es un asunto médico, sino social”, sentenció el también colaborador de Nexos.
En una presentación que duró una hora y media —aunque la gente ahí presente siguió con atención todas sus palabras y reflexiones al respecto—, Kraus desmenuzó los puntos de vista que se han enfrentado ante este procedimiento, y cómo se ha manejado en diversos contextos.
Para empezar, el médico puso en claro que la eutanasia —así como la educación, el acceso a las medicinas y la cultura— no es igual para las personas que pertenecen a una clase social alta contra las de un estrato más precario. Los que tienen dinero tienen la posibilidad de la decisión sobre su propia muerte; para los que menos tienen, es sobre los otros: se abandonan a los enfermos o a los niños porque no hay medios para mantenerlos en un hospital o no se les puede cuidar.
“Mientras no se individualicen las razones del suicidio, no se puede cuestionar la eutanasia”, dijo. Y para ejemplificar cómo se puede acercar a una conversación obviamente incómoda, ofreció un paseo a distintas obras artísticas que lo han mostrado, en especial el cine: Las invasiones bárbaras (Arcand, 2003), Mar adentro (Aménabar, 2004), Amor (Haneke, 2012). Y el humor, con cartones del caricaturista colombiano Matador, que utilizó sus propias experiencias al asistir la muerte de su padre, para nutrir sus tiras.
“La sociedad se mueve más rápido que lo político”, comentó al mencionar que en los países donde se ha legalizado la eutanasia o el suicidio asistido no fue por iniciativa de un político, sino por la presión de los ciudadanos, como fue el caso de Gertrude Postma, doctora que terminó con la vida de su madre cuando sus dolencias le habían desprovisto de toda dignidad, que fue absuelta de asesinato cuando la sociedad conoció el caso y envió cartas para que no la condenaran.
Y ese fue un aspecto que se repitió a lo largo de toda la exposición de sus argumentos: si hay pérdida de la autonomía, pérdida de la dignidad y pérdida del gozo por vivir, ¿es necesario alargar la vida de una persona?
Quizá para varios asistentes hubiera sido idóneo que la plática sí se extendiera un poco más cuando Kraus mostró que todavía quedaban varias diapositivas para exponer sus ideas, pero tranquilizó a varios cuando bromeó que entonces ya había un pretexto para regresar el año próximo.
Al final, no dio la respuesta definitiva, pero más de una persona abandonó el recinto con mucho para reflexionar.
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