Los internos estaban distribuidos en pabellones con nombres discriminatorios como “El Pabellón de los Imbéciles o el de los Idiotas”
Lo conocían como “las puertas del infierno” y fue fundado un 1 de septiembre de 1910 por el entonces presidente Porfirio Díaz, quien lo presentó como un logro médico para recuperar la salud mental y rehabilitar a enfermos psiquiátricos; sin embargo, existen muchas leyendas sobre los horrores que se vivieron en su interior.
Construído sobre una antigua hacienda pulquera en Mixcoac, la cual gozaba de una vasta extensión territorial, el manicomio General de “La Castañeda”, basó su diseño y arquitectura en el del Charenton, un hospital psiquiátrico parisino ampliamente reconocido.
En el marco de los festejos del Centenario de la Independencia de México, el día de su inauguración Díaz arribó al nuevo nosocomio con todo su séquito aristocrático, entre vítores y auto halagos, se decía que “La Castañeda” representaría el inicio de una nueva era en atención a la locura humana en el país.
En sus inicios el espacio fue un símbolo progresista pero poco a poco fue convirtiéndose en “el palacio da la locura”, apelativo que se le dio debido al mal cuidado que sufrían los pacientes, además de la negligencia medica y las terribles condiciones sanitarias.
Durante las seis décadas que operó los encargados abusaron de la aplicación de electroshocks a los pacientes, aplicaban baños de agua helada ante el menor indicio de rebeldía, y las personas internadas tenían que enfrentar condiciones extremas de insalubridad y hacinamiento, entre tantas otras vejaciones.
El hospital empezó operaciones con 23 pabellones para atender a pacientes con problemas mentales que fueron traídos de las clínicas de San Hipólito y La Canoa de la Ciudad de México; sin embargo, con el tiempo comenzaron a internarar a reos, prostitutas, epilépticos, sifilíticos, alcohólicos e incluso a indígenas bajo la excusa de que eran inadaptados sociales.
Aunque su capacidad inicial estaba diseñada para albergar a 1500 pacientes, llegó a contener a más de 3500 personas, los cuales eran atendidos por un muy deficiente cuerpo médico.
Los internos estaban distribuidos en pabellones, los cuales recibían nombres discriminatorios como “El Pabellón de los Imbéciles” o “El Pabellón de los Idiotas”, y muchos de los internos llegaron a sufrir algún tipo de tortura, ya que se hacía un uso excesivo de los electrochoques, tanto que los pacientes quedaban completamente inconscientes.
Con el inicio de la Revolución Mexicana el psiquiátrico empezó a enfrentar profundas carencias económicas y de organización, recrudeciéndose la atención de la locura de los pacientes la cual pasó de tratamientos científicos con estudios y análisis, a internamientos basados en la suposición y el interés médico, político, religioso y/o familiar.
Esta situación la padecieron en su mayoría mujeres, quienes sin padecer ninguna enfermedad mental llegaron a ser recluidas por sus propias familias para poder quitarles a sus hijos, o por esposos que se querían casar con mujeres más jóvenes.
Los enfermos comenzaron a amontonarse y en un mismo espacio yacían epilépticos, con ninfómanas, prostitutas con sifilíticos, y “estúpidos” (pacientes con retraso mental e hidrocefalia) con esquizofrénicos.
El caos y el hacinamiento aumentaron cuando el gobierno empezó a llevar a “La Castañeda” a convictos peligrosos, indigentes o simplemente personas que no podían pagar una vivienda, como los niños huérfanos que también terminaron recluidos en el sitio.
Cuando el espacio llegó a su máxima capacidad, los encargados tomaron la decisión de quitar las camas para ahorrar espacio y así los enfermos podían dormir en el piso.
De esta forma, lo que en algún momento fue una reluciente y elegante duela de madera, terminó hecha astillas en un inmueble derruido por orines, sudores y mordeduras de ratas.
La falta de vigilancia derivó en violaciones y golpizas entre internos, así como muertes por enfermedades gástricas (diarreas) y torturas.
En muchas ocasiones las autoridades recurrieron a la caridad de la iglesia y de todos los sectores poblacionales para poder alimentar a los internos; sin embargo, las pocas despensas que llegaban al manicomio también eran saqueadas por algunos trabajadores que tomaban los mejores víveres para llevarlos a sus casas, provocando hambruna al interior del lugar.
Para el inicio de la década del 60, “La Castañeda” contaba con suficiente mala reputación gracias a algunos periodistas, como Jorge Bravo Moreno de la Revista Hoy, que habían conseguido entrar y describieron los horrores que los internos vivían, como la plaga de piojos y las peleas de box clandestinas donde ponían a golpearse a los internos para apostar.
Incluso José Luis Cuevas había dibujado a los pacientes recibiendo numerosas descargas eléctricas que los dejaban al borde del coma.
Unos meses antes de Los Juegos Olímpicos de 1968, comenzó la demolición del manicomio, siendo conservada solo su fachada, la cual fue cuidadosamente desmontada y clasificada piedra por piedra, para poder reconstruirla exactamente igual en Amecameca, Estado de México.
Recientemente la fachada de “La Castañeda” fue restaurada para servir como set de televisión para la telenovela de Televisa “El Hotel de los secretos”.
“Goyo” Cárdenas, “El Estrangulador de Tacuba”
Este célebre manicomio recibió a Gregorio Cárdenas, conocido en el bajo mundo como “El Goyo” o “El estrangulador de Tacuba”, quien cobró relevancia en la década de los cuarentas por los terribles crímenes que cometió cuando sólo tenía 26 años.
El joven, con un próspero y brillante coeficiente intelectual, nació en Veracruz, hijo de un padre que sufrió de intensas jaquecas hasta los 31 años y de una madre dominante que lo reprimió hasta que se convirtió en un adolescente, sin embargo, sus problemas familiares nunca fueron un impedimento para que se convirtiera en un gran estudiante e, inclusive, Petróleos Mexicanos (Pemex) le otorgara una beca para que estudiara Ciencias Químicas.
Cuando Gregorio tenía 26 años y vivía en la popular colonia Tacuba, en la calle Mar del Norte número 20, cometió su primer asesinato…. No se sabe, a ciencia cierta, el orden de sus crímenes, pero entre ellos se encuentran el asesinato de una estudiante de bachillerato llamada Graciela Sifuentes, a quien frecuentaba constantemente y quien un día apareció enterrada en el jardín de su casa.
Goyo mató en los años cuarentas a por lo menos cuatro mujeres, prostitutas la mayoría, a las que estrangulaba con cintas o medias hasta arrancarles el último suspiro.
Cuando él mismo confesó sus crímenes, las autoridades judiciales del entonces Distrito Federal no tuvieron piedad y lo encarcelaron en el antiguo Palacio de Lecumberri el 13 de septiembre de 1942, para que purgara una condena de 34 años en el pabellón de enfermos mentales.
Al llegar a Lecumberri, Gregorio Cárdenas hizo uso de su demencia para lograr que los doctores del lugar lo transfirieran al Hospital Psiquiátrico de La Castañeda, en donde pasó dos largos años en los que hizo y deshizo a cambio de prestarse para algunos experimentos que incluían poderosos electroshocks.
Cuando llegó al hospital se hizo amigo del doctor Alfonso Quiroz Cuarón, quien interesado en su caso experimentó con él a cambio de su silencio y una que otra salida secreta al cine, parque o algún bar cercano. Lo anterior quedó registrado en un libro que el propio galeno escribió titulado El estrangulador de mujeres.
Durante su estancia en La Castañeda, todavía adolescente, Goyo tuvo fama de Don Juan con las enfermeras, salía al cine con algunas de ellas, también a conferencias y charlas en torno a la psiquiatría y, por si fuera poco, se dio el tiempo de irse de vacaciones a Oaxaca, hecho que le costó su retorno inmediato a Lecumberri.
Ya en el Palacio Negro, Gregorio le agarró gusto al estudio y en la biblioteca empezó a consumir sendos volúmenes de derecho, leyes, justicia penal y demás, que con el tiempo le permitieron comenzar a trabajar al interior de la cárcel llevando casos de sus compañeros de celdas, a algunos de los cuales liberó.
Su empleo también le permitió mantener a su segunda esposa, Gerarda Valdés de Cárdenas, con quien contrajo nupcias estando en prisión, y a los cinco hijos que procreó con ella a quienes dejó una casa de 241 metros cuadrados en la colonia Revolución.
Además de la abogacía, Gregorio Cárdenas se dedicó a la pintura y la escritura en Lecumberri. Sus cuadros se expusieron, y vendieron, en varias galerías del entonces Distrito Federal, en el Hotel Camino Real y hasta en el Palacio de los Deportes.
Entre los libros que publicó destacan Celda 16, Pabellón de los locos, Adiós, Lecumberri, Campo de concentración y Una mente turbulenta.
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