Hace tiempo, relaté en una columna anterior, publicada en este espacio de honor que nos brinda el buen Paco Zea, sobre lo interesante que resultan ser algunos conceptos que parecieran simples pero cuya definición resulta compleja; por ejemplo, la palabra “libertad”. Las definiciones que existen sobre este concepto fundamental para la humanidad son tan amplias y discutidas por muchas disciplinas científicas (economía, filosofía, derecho, antropología, psicología, etc.), que definirla per se resultaría ocioso; pero en lo fundamental las definiciones coinciden en el espíritu que media en el entendimiento del concepto.
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En otro caso, la palabra “salud”. Decía en la columna referida al inicio, que su definición no debiera ceñirse únicamente a la ausencia de enfermedades, sino que ésta debe entenderse de manera muy amplia dado que esté término se usa en las ciencias médicas, pero también en la economía, en la psicología, en la biología, en la filosofía y muchas ciencias más.
Lo simple de estos términos, no reflejan en realidad el universo que encierran en su conceptualización; por ello, así como libertad o salud, voy a referirme a otra palabra que tiene su complejidad propia: tauromaquia.
Sin ánimo de polemizar sobre alegatos a favor o en contra, habrá que entender a este concepto en su máximo grado de complejidad, considerando primeramente las profundas raíces históricas que tiene la cultura de adoración al toro desde los inicios de la humanidad.
Los Asirios, la primera cultura conocida por la humanidad, tenían como espíritus protectores y benefactores a los lamassu, que eran representaciones colosales de piedra en forma de un toro alado con cabeza humana, con cuernos y orejas de toro y abundante cabellera. La función de estas divinidades era proteger de espíritus maléficos e infundir temor a los enemigos. Los toros en nuestra génesis se asociaban a la fertilidad, al trabajo, a la Madre Tierra y al equilibrio entre los elementos de la naturaleza.
Esta referencia histórica es solo un breviario para señalar que, desde hace más de 6,000 años, la cultura alrededor del toro ha estado presente con nosotros, pasando posteriormente por Babilonia, los imperios orientales, árabes, griegos, romanos, hasta llegar hoy en día, y estimo que esta tradición durará 6,000 años más, solo si los humanos sobrevivimos a nuestra propia extinción.
En ese sentido, entender la tauromaquia amerita considerar su contexto histórico, cultural, filosófico, biológico, jurídico, económico, social y hasta religioso, no únicamente limitándonos al ejercicio del toro y el torero en el ruedo de la plaza de toros, sino nutriendo esta concepción que alimenta la pasión por tan majestuoso animal y que atañe también a su crianza y selección genética milenaria, al resultante patrimonio gastronómico, musical, arquitectónico, natural y que produce todo un abanico de beneficios para la humanidad.
Para el aspecto turístico que es de puntual interés para esta columna, la tauromaquia en España es el segundo espectáculo masivo que genera millones de euros en ingresos distribuibles para toda la cadena de valor comercial. Según la Estadística de Asuntos Taurinos 2023, publicada por el Ministerio de Cultura del Gobierno de España, existen en la Madre Patria 11 mil profesionales taurinos inscritos en el registro, 1,337 empresas ganaderas de reses de lidia, así como 1,474 festejos taurinos.
Añade la Estadística que existe una fuerte interrelación entre la asistencia a espectáculos taurinos con otras actividades culturales. Así, se observa que quienes presencian un espectáculo taurino, también tienen una alta preferencia para ir a museos, exposiciones y galerías de arte, monumentos, bibliotecas, eventos de artes escénicas o musicales como teatro, ópera, zarzuela, ballet, conciertos y circo.
Por su parte, la Universidad de Valladolid indica que el impacto de la fiesta taurina en España asciende a 1,983 millones de euros, algo así como 42 mil 733 millones de pesos al tipo de cambio actual. Para dimensionar la importancia de la tauromaquia en la península Ibérica, la derrama económica por esta actividad supera por mucho a los $28 mil millones de dólares generados por el total de turistas internacionales en México.
En México, la tauromaquia es tan antigua como la llegada de los españoles. La tradición inicia en 1522 con el establecimiento de la ganadería de Atenco y el primer registro de una corrida de toros data de 1526 con la presencia del mismísimo Cortés, tradición que se afianzó en el tiempo como una herencia traída por España.
Tras una consulta al documento denominado “Caracterización y Dimensionamiento del Sector Bovinos Espectáculo en México 2018”, publicado por la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER) y la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia, indica que esta actividad ha sido declarada como patrimonio cultural inmaterial en los estados de Aguascalientes, Hidalgo, Guanajuato, Zacatecas, Querétaro, Tlaxcala, Colima y Nayarit, con autorización de decreto y por ser publicadas en el Diario Estatal en Michoacán, Jalisco y Baja California.
El documento añade que existían en el mismo año 258 ganaderías en todo el país, siendo Tlaxcala el estado con más ganaderías (37), seguido de Jalisco (35), Querétaro (33) y Guanajuato (31). Cita además que en 2018, se realizaron 2,340 eventos taurinos con la presencia de 4.9 millones de espectadores, generando más de 230 mil empleos y una derrama económica de 6 mil 961 millones de pesos que involucra entre otros aspectos el valor de la red de comercialización de alimentos, boletaje, centros de espectáculos, ganaderías, hoteles, restaurantes, publicidad, servicios médicos y veterinarios, transportación, recreación, moda, arte, insumos para la Fiesta Brava, etc.
Concluyendo sobre este tema y dimensionando lo que al principio de la plática comentaba, entender la tauromaquia más allá del ruedo, resulta fundamental, caso contrario media la parcialidad y la falta de entendimiento.
En este contexto, la tauromaquia (en lo amplio de su término), representa un gran patrimonio para los mexicanos y una actividad que puede impulsar la economía y el turismo de nuestro país, especialmente en beneficio de localidades que requieren integrarse al desarrollo. Actualmente, el 80% de los festejos se realizan en comunidades y localidades de todo el territorio, en tanto que el 20% restante se realiza en las grandes ciudades.
La Fiesta Brava es legal en 8 países: España, Francia, Portugal, Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador y México. Y es justamente nuestro país el segundo lugar en el mundo (después de España) con más centros de espectáculo taurino con 188 plazas.
Existe una oportunidad imperdible para aprovechar todo alrededor de la Fiesta y seguir el ejemplo de España, que se ha consolidado como el segundo país más visitado del mundo, en gran parte gracias al toro.
Para España y los españoles, la industria alrededor del toro, es una cuestión de supervivencia económica; en ese orden, México tiene un potencial enorme, por la naturalidad de los lazos y herencia histórica que tenemos con la península Ibérica.
Sin los apasionamientos que desbordan la discusión sobre la tauromaquia, refiriéndome al exaltado diálogo que se aborda únicamente respecto a la faena en el ruedo – donde no deben callarse las voces que exclaman por la “modernización” o “humanización” de la Fiesta–, es necesario aprovechar el patrimonio que resulta de nuestra pasión histórica a este animal mítico y que nos ha nutrido física y espiritualmente desde nuestra génesis social.
Lo hicieron los asirios, lo hicieron los griegos, lo hicieron los árabes y los romanos; lo hacen los españoles. Hagámoslo los mexicanos y aprovechemos nuestro legado. Estoy convencido de que entender a la tauromaquia, permitirá potenciar el atractivo turístico de México y generar los beneficios esperados por todos. Por ello, agarremos al toro por los cuernos.
Nos leemos a la próxima.
Por: Mario Alberto González S.
X: @SoyMario_Mx
Correo: soymario.mx@gmail.com