Por: Glenn Ernesto Beltrán Padilla
Mucho se ha escrito acerca de Hannah Arendt y los preceptos sociales primeramente descritos en su obra seminal, Eichmann en Jerusalén. Ahora, con el éxito tanto crítico como comercial alcanzado por La Zona de Interés, un pequeño filme polaco-alemán, volvemos a conectar con esas cuestiones que tocan lo más nefasto de nuestra naturaleza humana.
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La Zona de Interés es una producción internacional que gira alrededor de únicamente 12 protagonistas y narra la vida diaria de Rudolf Höss, comandante del campo de concentración de Auschwitz, eje central de la “solución final”. A lo largo de la película observamos a un hombre eficiente, dedicado y gentil, sobre todo con su familia y seres queridos. Höss se presenta como una persona terriblemente cotidiana, un hombre que, como muchos, se preocupa por su trabajo, sus obligaciones y su vida personal. Bajo cualquier otra circunstancia, sería una persona difícil de odiar, difícil de criticar o denostar. Sin embargo, desde antes de iniciar la película uno carga con el manto preconceptual de los terribles sucesos de los que Höss y sus compañeros son responsables. Se vuelve un contexto sofocante que abruma la experiencia cinematográfica a pesar de estar observando acciones perfectamente cotidianas. Incluso con una narrativa relativamente compacta, cada minuto se vuelve exhaustivo. El epílogo de la película se vuelve una gratificante remoción de dicho manto sofocador.
El aspecto, para mí, más cautivante de La Zona de Interés es la reticencia con la que Glazer relata los actos de barbarie en los campos de concentración. Nunca se muestra la violencia, el hambre, la barbarie que abunda en el mundo; tampoco se describe, ni se platica. Mientras los protagonistas viven su vida diaria, si llegan a acercarse al terrible muro de separación entre un campo y otro, se pueden escuchar voces, detonaciones, gritos de desesperación. Aberraciones que, como los protagonistas, nosotros también preferimos ignorar.
Los familiares del comandante Höss pasan sus días de cabalgata, en el chisme, y bañando en el río Soła. Al no verse responsables de la monumental masacre suscitada en el mismo asentamiento donde ellos viven, continúan sus vidas de manera placentera y despreocupada. La ironía cósmica que los hace enfrentar la realidad es un episodio de la narrativa donde están nadando en el río y se dan cuenta que en esa misma agua se desechan las cenizas y la materia ósea de las víctimas de Auschwitz.
Como Mexicano, no pude evitar comparar dicha apatía y falta de sensibilidad con la que mostramos nosotros ante la profunda pobreza y desigualdad que tenemos en latinoamérica. Según un reporte publicado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OECD por sus siglas en inglés, somos uno de los países con más desigualdad socioeconómica en el mundo y, a la vez, somos de los países menos preocupados por dicha desigualdad.
Una de las preguntas en su cuestionario fue respecto a la implementación de políticas públicas para la redistribución de riqueza. A pesar de que casi todos los encuestados exigen una redistribución del capital, solamente la mitad estuvieron de acuerdo con apoyar medidas de recaudación tributaria progresiva, es decir que entre mas dinero ganes, mas impuestos pagues, y viceversa.
Bajo esta perspectiva no sería descabellado deducir que el mexicano promedio tiene más empatía con el rico que con el pobre. Este es un comportamiento que observamos todos los días. Justificamos el sistema en el que vivimos porque la realidad carga una pesadez insoportable. De la misma manera, Adolf Eichmann justificó sus acciones de manera apática y descorazonada argumentando que él únicamente seguía órdenes. En la película, el comandante Höss y todos sus trabajadores continúan con sus actividades cotidianas porque no visualizan una alternativa. No imaginan la existencia o la mera posibilidad de justicia social cuando literal y metafísicamente viven de la tragedia que perpetúan.
Obviamente la apatía con la que percibimos la desigualdad en México, no esta en el mismo universo de equiparación a las atrocidades del genocidio judío. Sin embargo, deja algo en qué pensar cuando decidimos no redondear ese peso en el super, o cuando decidimos no apoyar a alguien cuando está dentro de nuestras posibilidades. La belleza de La Zona de Interés es la bondad con la que ve la condición humana; la esperanza que deposita en todas las futuras generaciones después de semejante crimen. Está en nosotros aprender y perpetuar dicha esperanza.