A mediodía el Emperador Hirohito dudaba aún, a pesar de que tenía la certeza de que al menos una de sus condiciones sería respetada si aceptaba la rendición: el Kokutai, que era de una forma u otra la más importante, ya que garantizaba la continuidad y permanencia del sistema imperial y la política nacional. Era el 14 de agosto de 1945 y se encontraba reunido con el Consejo de Guerra, que le esperaba en una sala adjunta. Entrada ya la tarde procedió a grabar un mensaje que sería transmitido al día siguiente, 15 de agosto, en el que anunciaba la capitulación del Imperio Japonés.
Cuarenta y tres meses antes, el 7 de diciembre de 1941, el ejército japonés había bombardeado Pearl Harbor y desatado la furia de los aliados. El día previo, el 6 de diciembre, el Presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt había autorizado el proyecto secreto llamado Manhattan Engineer District (posteriormente conocido como Proyecto Manhattan) que sería lidereado por J. Robert Oppenheimer y del que platicamos la semana pasada. El objetivo del proyecto no era otro que el desarrollo y fabricación de la bomba atómica, lo que tenía que cumplirse antes de que los alemanes o los rusos lo consiguieran.
El 10 y 11 de mayo de 1945 se reunió el Comité responsable de decidir qué ciudades formarían la lista de 10 objetivos potenciales, dentro de los cuales se elegirían a las dos que serían bombardeadas. Los criterios incluían el tamaño de la ciudad, el número de habitantes, su importancia estratégica y militar, así como su orografía e hidrografía. Se decidió que Hiroshima y Kioto serían los blancos principales, Nagasaki era secundario.
Sobre la primera no había mucha duda, era una ciudad de más de 250,000 habitantes y un importante depósito de arsenales, además de contar con un puerto de embarque relevante. De último momento, el Secretario de Guerra de los Estados Unidos, Henry L. Stimson, descartó a Kioto, ya que le guardaba recuerdos especiales por haber pasado ahí su luna de miel. En su lugar eligió Kokura, que también estaba en la lista. Quién iba a decir que algo tan personal cambiaría la vida de cientos de miles de personas.
Apenas un mes antes, Harry S. Truman había asumido el cargo de Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica tras la muerte de Roosevelt, a quien por cierto Albert Einstein había advertido años antes de los riesgos del desarrollo de bombas atómicas mediante una carta fechada el 2 de agosto de 1939.
Para mediados de julio ya no había marcha atrás. El día 16 se había llevado a cabo de manera exitosa la detonación de la primera bomba atómica y el día 26 se había firmado la Declaración de Postdam, en la cual los aliados acordaban la repartición de Alemania y la urgencia de obligar a Japón a la rendición.
A las 2:45 hrs. de la madrugada del 6 de agosto de 1945, un bombardero B-29 bautizado con el nombre de “Enola Gay” y con el Coronel Paul Tibbets al mando, despegó desde Tinian, en las Islas Marianas del Norte, con rumbo a Hiroshima, llevando a bordo la bomba atómica “Little Boy”.
A las 7:00 hrs. los sistemas de radares japoneses alertaban sobre la presencia de aeronaves enemigas que se acercaban a la isla; a las 8:00 hrs. las estaciones de radio emitieron una alarma a la población a fin de que se resguardara, y a las 8:15 hrs. era lanzada la primera bomba atómica contra un objetivo civil y militar, misma que sería detonada cincuenta segundos después a 600 metros sobre la ciudad de Hiroshima.
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Mientras el Enola Gay se alejaba, el copiloto Capitán Robert Lewis dirigía su mirada hacia atrás mientras veía cómo se formaba la nube en forma de hongo y exclamaba incrédulo: “Dios mío, ¿qué hemos hecho?”.
En ese mismo momento perdían la vida de manera instantánea 70,000 personas y 30 minutos más tarde la llamada lluvia negra, llena de polvo, suciedad y radiación, caería sobre la ciudad. Al menos 80,000 vidas más se perderían en los días y meses siguientes a consecuencia de las heridas y la radiación.
Las noticias del bombardeo llegaron al mundo entero y los Estados Unidos confirmaban oficialmente el uso de una bomba atómica contra Japón. Pero aún faltaba el segundo capítulo, que tendría lugar 3 días después, el jueves 9 de agosto, cuando a la 1:56 hrs. el bombardero Bockscar dejaba tierra en la misma isla de Tinian, con dirección a Kokura y cargando a “Fat Man”, el artefacto destinado a destruir el segundo objetivo.
Poco después de las 10:00 hrs. la tripulación avistaba la ciudad, sin embargo, esta se encontraba cubierta en un 70% por nubes densas, lo que les lleva a descartarla y dirigirse a su objetivo secundario o plan B: Nagasaki. A las 11:02 hrs. la bomba es lanzada y explota a 500 metros sobre la ciudad aniquilando la vida de 40,000 personas instantáneamente y 40,000 más en las semanas subsecuentes.
El 2 de septiembre los representantes del gobierno japonés firmaban el Acta de Capitulación en la Bahía de Tokio, a bordo del USS Missouri, y con la que se sellaba el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Este domingo 6 de agosto y el próximo miércoles 9 se conmemoran 78 años de estos catastróficos hechos que marcaron el curso y destino de la humanidad. En total se calcula que casi 250,000 personas perdieron la vida en Hiroshima y Nagasaki.
Hoy ambas ciudades están completamente reconstruidas y el único rastro visible que existe de la masacre sufrida son sus monumentos, museos y memoriales construidos para preservar el recuerdo de lo vivido. Sirvan estas fechas para no olvidar nunca lo ocurrido y para que jamás vuelva a suceder.
Abelardo Alvarado Alcántara