Primero, para todos aquellos detractores y los que por una motivación política no aceptan disentimiento sobre su opinión aclaro, que espiar a periodistas y activistas por parte del gobierno es una conducta delictiva y que retrata a un liderazgo autoritario, la opinión que aquí plasmo no es para exculpar a nadie. Tampoco puedo minimizar los homicidios en contra de compañeros, muchos de los cuales no han tenido avance en las investigaciones y muchos otros que para desgracia de la profesión no se van a resolver. Dicho lo anterior y con el debido respeto a todos mis admirados compañeros, espiados, presuntamente espiados y a los activistas en la misma situación, les pregunto: ¿De verdad creen que los intentos de espiarlos en este país empezaron desde que el New York Times publicó la información de la institución canadiense?
Desde mucho tiempo atrás, esta conducta ha sido una constante de los gobiernos de la República. Me imagino sin duda a un Manuel Buendía espiado y lo que es más, asesinado por el estado, por cierto muchos índices flamigeros señalan al hoy redimido senador petista Manuel Bartlett como el autor intelectual de dicho homicidio. Claro en el sentido que exige hoy el nuevo sistema penal acusatorio, diríamos con propiedad que presuntamente y según algunas columnas como la de Carlos Ramírez publicada el 30 de mayo de este año, es señalado como importante participe en ese crimen en contra de la libertad de expresión. Lo cual nos lleva a que el espionaje no es de ayer. Hoy en los tiempos en que la izquierda está tan indignada por estas escuchas ilegales, tendrán que acomodar a su senador en alguna repisa en donde no se vea su pasado.
A lo que quiero llegar es que me parece una ingenuidad que hoy sea una gran noticia la utilización del famoso pegasus para espiar a periodistas y activistas. Nosotros mismos hemos utilizado grabaciones obtenidas de evidente forma ilegal para ilustrar noticias en nuestros espacios y jamás escuché un reclamo de ningún actor destacado de la sociedad pidiendo el esclarecimiento del origen de los mismos. Hoy que la mayoría de los espiados han dado a conocer que por precaución nunca abrieron ninguno de los mensajes “infecciosos”, nos encontramos con una sociedad indignada ante lo revelado al más puro estilo histriónico de la Guilmain, con todo y una mano en la frente y otra en las perlas.
Otro fenómeno que rayó en lo patético, fue como todos aquellos que no se encontraban en la lista de espiados se sintieron ofendidos y menospreciados. Los que no aparecían en ella entendieron que su trabajo no revestía ninguna importancia por lo cual de inmediato reivindicaron extraños mensajes en sus móviles o sesudas conclusiones en las cuales ellos mismos se daban cabida en esta operación del gobierno para obtener información. La cual según se comprobó después habría sido un fiasco por que nadie cayó en el engaño.
Yo sé que nuestros aparatos de inteligencia están muy desprestigiados desde la época en que Fox desarticuló al CISEN, ¿ pero de verdad alguien puede imaginar que sean tan brutos, burdos y sin dinero como para intentar espiar dejando una huella tan evidente? Estoy seguro que el gobierno interviene teléfonos, de hecho así lo confirmó el propio CISEN al contestar múltiples solicitudes de acceso a la información en cuanto a intervenciones legales, siendo más de 1500 anualmente en promedio. En cuanto a las ilegales, le aseguro querido lector que las mismas no dejan huella y que son mucho más sofisticadas. Usando la célebre frase del constitucionalista Luis Cabrera: “los acuso de ladrones no de pendejos”. Aquí se podría acusar al gobierno de espía, pero no de simple. Tienen muchos más recursos para gastar, como para andar con “mensajitos de texto. “Hay que ser cuches, pero no tan trompudos.”
Lo que verdaderamente preocupa es que el periodista sea noticia. Que la víctima sea el que tiene el deber de informar y en cierta forma proteger a la sociedad. Esto en un marco de un país desolado por la violencia. En dónde apenas el sábado mataron a una familia de 6 integrantes entre los que se encontraban 4 pequeñitos. Duele el alma, estruja el corazón y dan náuseas las fotografías que circulan en donde se puede ver en toda su crudeza la ejecución de un bebé que no puede pasar de los 4 años de edad, con un tiro en la cabeza. ¿Que tendrá en las entrañas el maldito infeliz que tiene la sangre fría de perpetrar un acto tan salvaje? Creo que si los periodistas estamos distraídos victimizándonos, por asuntos que ya sabemos que pasan y abandonamos a la ciudadanía, se perderá otra poca de esperanza. Si no nos centramos en poner a la ciudadanía, a Valeria, la niña de 11 años violada y asesinada en primera plana, en lugar de a nosotros, es que algo grave sucede en el país. Sino entendemos que nosotros no somos la noticia, que la noticia es, este país herido, tanto dolor innecesario, los muertos y sus familias, las que no volverán a ver a un padre, una madre, un hijo o un hermano, entonces el periodismo ha perdido sentido.