El joven italiano Alex Pititto, hijo de un capo de la mafia calabresa Ndrangheta, asesinó a uno de sus mejores amigos, Francesco Prestia, porque éste dio un “me gusta” y escribió un comentario en la fotografía de una joven que a ambos les gustaba.
Pititto disparó a su amigo en tres ocasiones causándole la muerte. Se sabe que Alex citó a Francesco en una zona apartada en medio del campo en mileto, pueblo de ambos, para hacerlo. Después, fue a la comisaría para confesar su crimen.
Sin embargo, la policía sospecha que el homicidio no se cometió en ese lugar, debido a que no se encontraron restos de sangre ni de disparos. Por eso, los investigadores piensan que el asesinato se pudo cometer en otro lugar y más tarde se movió el cuerpo de la víctima, que apareció un día después.
Asesino y víctima, además de colegio y aficiones, compartían también una estrecha amistad por todos conocida. Sus perfiles de Facebook estaban llenos de fotos juntos. En una reciente, el mismo asesino había escrito: “la amistad está en la boca de muchos, pero en el corazón de pocos”.
Desde hace un tiempo, en Italia se debate sobre el fenómeno de la criminalidad infantil y juvenil, y se ha implantado el apelativo “babycapos”. De hecho, el último informe dirigido al Parlamento por la Dirección Nacional Antimafia, relativo a 2016, arroja datos alarmantes sobre las nuevas generaciones criminales: “formadas por asesinos jovencísimos que se caracterizan por una particular ferocidad que expresan saltándose cualquier regla”.
Se trata de jóvenes que crecen en entornos delictivos, con altas tasas de desempleo, -en ocasiones superan el 60%- que se convierten en carne de cañón para el crimen organizado desde muy pequeños. En poco tiempo acaban ocupando el vacío de poder que se crea en las organizaciones después de arrestos y arrepentimientos de otros líderes mafiosos. Desde la cuna aprenden a calcar los códigos de supuesto honor y conducta mafiosos que siempre han visto en casa.