Es transportada por Madelaine, una indígena de 25 años que, tras un trayecto de 15 minutos, la lleva hasta el puerto de los Ella Puru
El amor de profesora Graciela por su profesión es tan grande que se abre paso en el río Chagres, cuyo cauce se topa con el Canal de Panamá para dar clases a niños indígenas sin conexión para aulas virtuales.
El Chagres separa la provincia de Panamá de la localidad de Gamboa, provincia de Colón. Es una zona donde existen áreas protegidas y conviven distintas comunidades autóctonas, rodeadas de vegetación.
La docente Graciela Bouche es transportada por Madelaine, una indígena de 25 años que, tras un trayecto de 15 minutos, la lleva hasta el puerto de los Ella Puru, de la etnia emberá.
“La decisión fue por el problema de conectividad que ellos tienen y que no estaban recibiendo el contenido académico igual que el resto de los estudiantes. Eso me motiva a venir y a acercarme a ellos a darles clase semipresencial”, explica a medios locales
De acuerdo con Graciela, lleva una pizarra, una laptop y algunos alimentos para repartir entre sus alumnos, miembros de una comunidad dedicada principalmente al turismo, actividad casi congelada por la pandemia.
En épocas prepandémicas, los niños de Ella Puru y de las comunidades aledañas como San Antonio Woounan y Pueblo Nuevo Embera y Woounan acuden a la escuela Omar Torrijos, en la provincia de Panamá.
Para llegar hasta allá, sus padres los llevan en bote hasta el puerto, y de allí deben viajar 40 minutos en bus. En el colegio conviven con niños de zonas urbanas. Sin embargo, tras el cierre de escuelas el año pasado, se instauraron las clases virtuales.
La maestra de primaria vio que a sus alumnos indígenas les costaba conectarse, pues, sin energía eléctrica, la señal de celular en esa comunidad a veces llega débil.
“Por el teléfono a veces aquí se va la señal, o no hay data o no tengo tarjeta con que conectar al niño, y como son páginas web se hace difícil entrar”, confiesa Evelyn Cabrera, de 27 años, secretaria de la comunidad Ella Puru, con su hijo en el primer grado.
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“La conectividad fue muy difícil, y es difícil para nosotros como indígenas, principalmente”, dice Johnson Menguizama, padre de familia de 50 años.
Así que, apenas Panamá empezó a liberar la movilización de ciudadanos, Graciela decidió ir a ver a sus alumnos.
En 2020, Graciela iba dos veces por semana. Actualmente, mientras Panamá aún mantiene la clases virtuales, ella se organizó con maestros de otros grados para ser el enlace. Ahora solo va una vez por semana.
En la comunidad, Graciela reúne a una treintena de alumnos en el De Ara -casa real-, una especie de anfiteatro hecho de vigas y techado con hojas secas. Allí separa a las mesas por grados, y a cada uno le asigna una labor.
Desde su celular, Graciela hace una videollamada a la profesora de quinto grado, Urania, para que tengan clase de matemáticas.
Con sus maestros hablan en español pero entre ellos usan el idioma emberá. Con su celular, la maestra también graba los saludos en inglés de los niños, y los envía por WhatsApp al profesor de idiomas, para que califique.
Todos usan mascarilla y se desinfectan las manos con alcohol. Asimismo, alrededor del “aula” están las madres de los pequeños.
Los Ella Puru creen que, superada la pandemia, la solución sería que construyan una escuela en la comunidad, para que sus niños no tengan que ir tan lejos.
Pasado el mediodía, la maestra sube al bote y vuelve a su casa. Tras llegar a su hogar, la esperan sus alumnos citadinos para las clases por internet en el turno de la tarde.
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CAB